Entre amigos

Anton llegó al patio sin respiración. A Anna no se la veía por ninguna parte. Pero no podía haber salido volando tan rápido. ¡No, no podía ser que se hubiera ido volando tan pronto!

—¿Anna? —exclamó Anton mirando los árboles. ¡A lo mejor se había escondido allí!

Entonces se oyó un sollozo sofocado.

Anton corrió hacia el lugar del cual había venido el sollozo. Descubrió a Anna entre los grandes y viejos árboles. Se había acurrucado en el suelo y se había echado la capa por encima de la cabeza, de tal manera que no se le veía más que la punta de la nariz.

Se quedó parado delante de ella.

—¡Anna! —dijo—. ¡No debes estar triste!

—¿Y por qué no? —preguntó ella.

—Porque a mí me gustas tal como eres —contestó él.

—Y no debes mentir —repuso ella taciturna.

Anna sollozó.

—¡Pero te gustaría mucho más si yo no fuera una chica vampiro!

—¡No! —la contradijo enérgicamente Anton—. Entre amigos no hay ningún «pero» que valga. Uno debe aceptar al otro tal como es.

—¿De verdad? —preguntó Anna asomándose por debajo de la capa—. Y si tú me hubieras conocido ya en Transilvania, cuando yo todavía era una chica completamente normal…, ¿no crees tú que te hubiera gustado más?

—No —declaró él con voz firme—. Primero, a mí las chicas completamente normales no me gustan demasiado. Y, segundo, a mí me gustas así, tal como tú eres.

—Ay, Anton —dijo ella poniéndose de pie un poco insegura—. ¡Qué bonito es lo que has dicho!

—Y además —añadió Anton— yo creo que a lo mejor te has puesto triste también por otro motivo.

—¿Por otro motivo?

—Sí, porque tú has visto hoy por primera vez a mis compañeros de clase.

—Humm, puede que tengas razón —dijo pensativa Anna—. Sobre todo a las chicas de tu clase —añadió después de una pausa—. Se pueden poner la ropa que quieran: pantalones vaqueros y bonitas blusas y jerseys y faldas y vestidos…, y todo a la última moda.

Se echó la capa hacia atrás y Anton pudo ver su traje de terciopelo de color azul. En el escote y en el bajo estaba adornado con galones dorados, y alrededor del talle Anna llevaba ceñido un ancho cinturón de tela bordado en oro.

—¡Así de pasadas de moda van las chicas vampiro cuando se visten bien!

—A mí el vestido me gusta —dijo Anton.

—¿De veras?

—¡Sí! Te va bien con el color de tu pelo y con tu piel.

Anton tosió apocado. ¡Hacer cumplidos no era lo suyo!

—A pesar de todo, es poco moderno —declaró Anna—. ¡No me gustaría saber qué es lo que diría del vestido una chica de tu clase!

—Le parecería estupendo —aseguró Anton.

—Sí, hoy sí —dijo Anna—, porque estáis celebrando una fiesta de vampiros.

Pero mañana, cuando todas fueran vestidas normal otra vez, seguro que me señalarían con el dedo.

Anton sonrió pícaramente.

—Pero la fiesta es hoy. ¡Y mañana no tendrán la suerte de verte!

Anna le miró incrédula.

—¿La suerte?

—Oh, sí —dijo Anton—. Esa suerte sólo la tengo yo… ¡Pero para eso tienes que ir a visitarme a mi casa mañana por la noche!

Anna sonrió.

—¿No habías dicho que entre amigos no hay «peros» que valgan?… ¡Claro que iré!… Y ahora deberíamos regresar —opinó—. Para que veas que no me escondo de las demás chicas… ¡Y porque quiero bailar por fin contigo! —añadió apretándole el brazo a Anton con ternura.