—¿Cuando crees que va a venir Rüdiger? —preguntó ella susurrando en cuanto estuvo junto a Anton.
Anton se divertía viendo como los demás corrían alrededor de las sillas igual que si les fuera la vida en ello. Y también Henning estaba ocupado: tenía que poner y quitar la música. Por eso lo único que podía hacer era mirar a Anton y a Viola con cara de rabia.
—¿Que cuando va a venir Rüdiger? Aun falta —dijo Anton.
—Pero es que ya se me esta estropeando el peinado —se quejo Viola colocándose bien el pelo con las manos—. ¡Mira que no tener laca!…
—Alégrate —repuso Anton—. Rüdiger odia la laca.
—¿De veras?
—¡Efectivamente! Primero porque la laca no huele bien. Y, segundo, él piensa en el agujero de ozono.
—¿Qué tiene que ver Rüdiger con el agujero de ozono?
—Nada, pero a él no le gustan los rayos del sol.
—Ah…
Viola parecía estar confusa. Miró hacia la ventana.
—¿No nos estará esperando fuera?
—No, seguro que no —dijo Anton.
—¿Cómo es que estás tan seguro? —preguntó Viola.
Anton reprimió una risa burlona.
—Porque ruedan hasta el anochecer. No terminan hasta que no se ha puesto el sol.
—¿Y luego vienen aquí directamente?
—¿Directamente? Sí, supongo que sí.
—¿En su helicóptero?
Ahora Anton sí que no pudo evitar reírse.
—Claro, claro —dijo—. En su helicóptero privado.
—Pues realmente se le debería de oír —opinó Viola—. Los helicópteros hacen mucho ruido, ¿no?
—Es cierto —le dio la razón Anton—, pero ellos aterrizan fuera.
—¿Más fuera aún que esto? —preguntó Viola con una risita.
—Bueno…, es que no quieren despertar a nadie de la granja escolar —dijo Anton.
Viola se sobresaltó.
—¿Quieres decir que no vendrán antes de que nos hayamos ido a la cama?
—No, hoy vendrán antes. —Y mirando el cielo nocturno añadió—: ¡Vendrán lo antes posible!
—Entonces lo mejor será que ya no baile —susurró Viola—. Si no, cuando llegue Rüdiger voy a tener completamente arruinado el peinado. Lo comprendes, ¿no? —preguntó insinuante.
—¿Yo? ¡Sí, naturalmente!
¡Anton no tenía ninguna intención de bailar con Viola!
De todas formas, en ese momento, además, no estaban bailando. A continuación del «sitio en Transilvania» hubo «clavo de ataúd»…, lo que sonaba muy prometedor, pero luego no era más que una variación de un juego de adivinanzas ya conocido: el de la «tetera[5]».
—Clavo de ataúd… —empezó a decir con cara de importancia la señora Nusskuchen—. Los hay, por una parte, que son de metal. Sí, y también hay otro tipo de clavos de ataúd…
—Los que son como Anton Bohnsack —exclamó Henning…, furioso porque Viola se había sentado al lado de Anton.
Anton lo único que hizo fue reírse burlón.
—No deberías enfadar a Henning —le susurró a Viola—. Quizá le necesitemos luego…, cuando Rüdiger y Anna estén aquí.
—¿A Henning? —preguntó anonadada ella.
—Sí. En caso de que alguien se extrañe y se pregunte de dónde han salido los dos… Henning debería decir que son de la parroquia en donde le han prestado el equipo de música.
Viola asintió con gesto de aprobación.
—¡Realmente piensas en todo!
Y entonces se levantó y se sentó en la silla libre que había al lado de Henning.