—Pero ahora ya estamos otra vez juntos —añadió diligente—. ¡Ahora podemos luchar aunando nuestras fuerzas! —Y en voz alta, seguramente para impresionar a Geiermeier, exclamó—: ¡Abajo esa chusma de vampiros! ¡Abajo esa panda de chupadores de sangre!
—¡Chissss! —siseó Geiermeier—. ¿Es que has perdido definitivamente el juicio?
—¿Por qué? —se asombró Schnuppermaul.
—Porque no debes hacer ruido —contesto Geiermeier—. Ya te lo he dicho mil veces. ¡Andar silenciosamente es el deber supremo del guardián de cementerio! ¡Bueno, y ahora te vas a meter en ese viejo pozo!
—¿Yo? —gritó Schnuppermaul.
—¡Sí señor, tú! —le gritó Geiermeier—. Como muy bien acabas de decir, venceremos a los vampiros aunando nuestras fuerzas: ¡tú allí abajo, yo aquí arriba!
—Pero… a mí me da miedo meterme en ese pozo tan lóbrego —dijo gimiendo Schnuppermaul.
—Pues precisamente por eso tienes que bajar —gruñó Geiermeier—. ¡Para que pierdas ya de una vez ese estúpido miedo!
—¿Estúpido? —se indignó Schnuppermaul—. ¡Que un vampiro me muerda en el cuello no me parece ninguna estupidez!
—Pero si tú no crees en vampiros, ¿no? —repuso de mal genio Geiermeier.
—De día no… —murmuró Schnuppermaul—. Además, no me gustaría meterme en ese pozo tan sucio —declaró—. No llevo la ropa más apropiada.
—¡Tonterías! —bufo Geiermeier—. Tu bata es justo lo más apropiado. ¡Venga, métete en el pozo!
—No, no lo haré —repuso Schnuppermaul.
Geiermeier resopló furioso.
—¿Quiere eso decir que te niegas?
—No —contestó Schnuppermaul con una risita—. Sólo quiero ir a buscar mi bata de trabajo gris. ¡Enseguida vuelvo!
Unos rápidos pasos sobre la gravilla indicaron que Schnuppermaul ya estaba poniendo en práctica lo que había anunciado.
—¡Espérame, Wolf-Rüdiger! —oyó Anton la voz de Geiermeier que se alejaba.
A Anton se le quitó un enorme peso de encima. ¡Todo había vuelto a salir bien! ¡Pero ahora tenía que desaparecer rapidísimamente del pozo antes de que regresaran el guardián del cementerio y su ayudante!
De todas formas, primero tenía que cerrar la salida de emergencia…
Anton empujó y tiró de la plancha de mármol. Por fin logró colocarla delante del orificio. Y no era fácil que nadie supusiera que detrás de aquella plancha desgastada, a la que Anton para camuflarla aún más le había echado un poco de arena, había un corredor… Y mucho menos Schnuppermaul, que allí abajo solo tendría un deseo: ¡salir de nuevo al aire libre lo antes posible!
Probablemente Schnuppermaul ni siquiera llegaría hasta la plancha de mármol, ¡sino que ya sólo con ver el agua del pozo, que parecía muy profunda, pondría pies en polvorosa! En realidad, sin embargo, el agua sólo cubría hasta las rodillas.
Anton se encaramó a la oxidada escalera de hierro que estaba fijada a la pared del pozo y subió por los estrechos peldaños cubiertos de musgo. Mientras lo hacía iba con los oídos muy atentos. Pero en el cementerio todo permanecía en silencio.
Al parecer Schnuppermaul y Geiermeier habían llegado a su casa, así que ellos —al menos de momento— no constituían ningún peligro.
¡Todo lo contrario que Lumpi!
Anton tenía esperanzas de que Lumpi hubiera huido al llegar el guardián del cementerio y su ayudante, pero quizá lo único que había hecho era esconderse detrás de algún matorral.
Y por el interés que Geiermeier y Schnuppermaul habían demostrado por el pozo era fácil que a Lumpi le hubiera entrado la sospecha de que Anton quería utilizar la vieja salida de emergencia de la cripta para largarse de allí. ¡Lumpi no era tonto!
Las rodillas de Anton parecían de mantequilla cuando pisó el último peldaño de la escalera. Miró con cautela por encima del borde del pozo…, ya casi convencido de que iba a ver la cara de Lumpi, completamente roja de furia. Pero no se veía a nadie por ninguna parte.
Salió del pozo y, agachado, se dirigió corriendo a la capilla. Allí cubierto por el muro, aguardó un par de minutos. Y es que era posible que Lumpi estuviera posado en la copa de algún árbol. ¡Y a Anton encontrarse con él en el aire le daba todavía más miedo que en el suelo!
Pero no pasó nada de nada. ¡Lumpi debía de haber emprendido la huida!
Anton suspiró aliviado.
Entonces se abrió una puerta, y alguien protestó:
—¿Es que quieres despertar a todo el cementerio?
¡Era Geiermeier!
—No —llegó hasta allí la voz quejumbrosa de Schnuppermaul—. Es que se me ha escurrido la puerta.
Anton corrió hacia la parte trasera de la capilla. Allí extendió los brazos por debajo de la capa, los movió con fuerza un par de veces arriba y abajo…, y salió volando.
Desde una altura segura vio a Geiermeier y a Schnuppermaul. El ayudante había cambiado su bata de estar en casa por una bata de trabajo gris… igual que la que llevaba el guardián del cementerio. Sólo que de los bolsillos de Geiermeier asomaban a derecha e izquierda grandes y afiladas estacas… ¡Por lo menos diez!
Con una sensación de inquietud Anton pensó en Anna, que estaba enferma y completamente sola en su ataúd. «¡Pero, bueno, tampoco es la primera vez!», pensó luego Anton. «Y los vampiros saben que sus vidas están siempre en peligro… ¡Si es que puede uno hablar de "vida" en su caso!»
Además, Geiermeier no parecía, ni mucho menos, estar tan sano como afirmaba. Con su larga enfermedad se le había quedado un andar cansino y arrastraba los pies.
Y Schnuppermaul era más bien inofensivo. ¡Sí, él incluso se había hecho «amigo» de Lumpi mientras Geiermeier estaba ingresado en el hospital!
Tranquilo hasta cierto punto, Anton emprendió el vuelo de regreso.