—Tienes que ayudarme —le suplicó a Anna—. ¡Ahí fuera me está esperando Lumpi!
—¿Lumpi? —dijo sorprendida Anna.
—Quiere que nos vayamos juntos por ahí —informó Anton—. A asustar a la gente y cosas así. ¡Pero yo no tengo ninguna gana!
—¿Es qué habéis quedado?
—Sí, desgraciadamente. Y ahora me pregunto qué puedo hacer para hacerle cambiar de idea.
—¿Hacerle cambiar de idea? —repitió Anna poniendo cara de preocupación—. ¡Lumpi siempre se enfada terriblemente cuando alguien no acude a una cita con él!
—¿Sólo… se enfada?
—¡Ya le conoces! ¡Nadie se pone furioso tan rápidamente como Lumpi!
Anton notó una sensación de debilidad en el estómago.
—¿Quieres decir que tengo que irme con él?
—Sólo hay una manera de que no tengas que irte volando con él —respondió Anna.
—¿Cuál?
—¡La salida de emergencia! Lumpi no solamente se pone furioso muy rápidamente…, sino que olvida todo con la misma rapidez. Y si hoy no consigue cogerte, dentro de una semana, a lo sumo, se habrá olvidado de todo.
—¿Tú crees? —murmuró Anton.
Miró con un estremecimiento los demás ataúdes. Reconoció el gran ataúd negro con la «T» de Theodor tallada, rodeada por dos cabezas de serpiente. Aquel ataúd estaba vacío desde que el guardián del cementerio, Geiermeier, había visto al pobre tío Theodor tocando un cuarteto y le había destruido después con sus estacas de madera…
—¿La salida de emergencia —preguntó Anton con voz ronca— sigue pasando por el ataúd del tío Theodor?
—Sí, pero ya sabes que ahora tenemos dos salidas de emergencia —repuso muy orgullosa Anna—. Allí detrás, en ese rincón, empieza la nueva.
Señaló una losa sepulcral de la altura de una persona que estaba apoyada contra la pared y de la que Anton no se había dado cuenta hasta entonces.
—En nuestra salida de emergencia nueva puedes ir incluso de pie —le contó Anna—, hasta el estercolero. Y luego echas a un lado el grueso tocón de árbol.
—¿Yo? —dijo Anton levantando sus brazos y poniéndolo en duda—. No creo que sea capaz de hacerlo.
—Esta vez yo no puedo ayudarte —dijo Anna lamentándolo.
—Sólo queda la vieja salida de emergencia —murmuró Anton.
Hubiera preferido utilizar la nueva salida de emergencia, pues la vieja terminaba en un pozo, no muy lejos del arbusto detrás del cual estaba acechando Lumpi.
Pero si Anton se movía muy, muy silenciosamente… ¡Y además, Lumpi no estaría observando el pozo, sino el abeto y el agujero de la entrada a la cripta!
—Entonces me voy —dijo Anton—. Hasta pasado mañana… ¡en la granja escolar!
Anna sonrió tiernamente.
—Haré todo lo posible por ir. Y entonces bailaremos, ¿me lo prometes?
Anton sintió inquietud al imaginarse a Anna y al pequeño vampiro junto al señor Fliegenschneider. Pero ahuyentó rápidamente aquel pensamiento. ¡Ahora tenía otros problemas más urgentes!
Se acercó al ataúd de tío Theodor y tiró de las dos asas doradas. Sonó un golpe. Redobló sus esfuerzos y la tapa se deslizó hacia un lado.
Anton alumbró el interior del ataúd con su linterna. El fondo estaba cubierto por una capa de polvo de varios centímetros de espesor…, como si no hubieran utilizado la vieja salida de emergencia desde hacía semanas.
En la cabecera del ataúd descubrió la abertura que habían hecho aserrando la madera y que se adentraba en la tierra. Tenía el tamaño justo para que una persona —o mejor dicho, un vampiro— pudiera deslizarse por ella.
Anton notó cómo le palpitaba el corazón.
Volvió a mirar hacia donde estaba Anna. Parecía muy pequeña y muy frágil.
—Adiós, Anna… Y que te mejores —dijo.
—¡Mucha suerte, Anton! —le deseó ella.
—Gracias —contestó él. Ya sólo por Lumpi… ¡iba a necesitarla!
Se metió inseguro en el ataúd de tío Theodor. Se puso de rodillas y volvió a poner la tapa por encima del ataúd. Luego, tosiendo fuertemente, se arrastró por el interior de la salida de emergencia a través del polvo que se había arremolinado.