Un mutis digno de una película

—¡Cállate! —exclamó entonces el pequeño vampiro para sorpresa de Anton—. ¡Cállate ya de una vez!

Sollozando se dio media vuelta, y antes de que Anton hubiera podido recuperarse de su perplejidad el pequeño vampiro había desaparecido entre los árboles.

—¿Eso era una escena de su película? —preguntó Viola.

—¿De su película? —repitió Anton.

—¡Por lo menos ha sido un mutis digno de una película! —dijo Viola con una risita—. Realmente se suele decir «adiós» y ya está —parloteó despreocupadamente—. Pero los actores son así… —Soltó un suspiro de satisfacción y preguntó—: ¿Tú crees que Rüdiger aún tiene que trabajar?

—¿Trabajar? No —murmuró Anton.

Pensó que al final ni siquiera le había preguntado qué pasaba con Anna.

—¡Quizá quieran rodar a la hora de los espíritus! —exclamó Viola riéndose con afectación—. Eso está a la orden del día en el cine —siguió diciendo en tono didáctico—. Por aquello de la…, ¿cómo se dice?…, atmósfera, ¡exacto! ¡Por aquello de la atmósfera!

—No, hoy garantizado que no graban nada más —repuso Anton—. Rüdiger sólo quiere descansar… para el rodaje de mañana. ¡Y nosotros también deberíamos regresar!

—Sí, vámonos —dijo Viola—. Quiero leer por fin el autógrafo de Rüdiger: dónde y cuándo nació, cómo le descubrieron para el cine, cuál fue su primer papel, y sus premios…

Anton se rió sarcásticamente para sus adentros, pero no dijo nada. ¡Todos esos datos seguro, seguro, que no figuraban en la tarjeta del autógrafo!

Llegaron a la granja escolar. Anton comprobó con alivio que todo estaba a oscuras.

—¿Y cómo vas a entrar en la casa? —preguntó Viola susurrando.

Anton señaló el comedor.

—Por esa ventanita. Sólo está entornada.

Viola sacó una llave de debajo de su jersey.

—¡Yo entro por el lavadero!… Y tú puedes venirte tranquilamente —le ofreció—. Es mucho más cómodo.

Anton sacudió la cabeza.

—No. Ya sería bastante malo que descubrieran a uno de los dos. Pero si nos descubrieran a los dos juntos… ¡sería una auténtica catástrofe!

—Sí, tienes razón —dijo Viola con una risita—. Buenas noches.

Ella se alejó contoneándose. Anton la siguió con la mirada. ¡Probablemente Viola ya se estaba imaginando cómo el día del estreno iba a atraer todas las miradas y cómo el director entonces le iba a ofrecer un papel en su nueva película!

Al imaginarse aquello Anton hubiera podido reírse con malicia, pero no se sentía, ni mucho menos, de humor para ello. Estaba muy preocupado por Anna, y el pequeño vampiro también le daba pena. Aún resonaba en sus oídos el «¡Cállate ya de una vez!» de Rüdiger… Y también los fuertes sollozos con que el pequeño vampiro había desaparecido entre los árboles.

Anton creía saber qué era lo que le había hecho llorar al pequeño vampiro. Sus conversaciones sobre la película que nunca se filmaría, sobre el estreno que se quedaría solamente en un sueño, sobre Viola, que nunca se sentaría a su lado en la primera fila como invitada de honor… habían hecho que Rüdiger volviera a ser dolorosamente consciente de que a él, como vampiro que era, le estaba vedado a perpetuidad llevar una vida normal.

Y eso, además, en una situación en la que Rüdiger ya estaba suficientemente deprimido por el fracaso del programa de entrenamiento del señor Schwartenfeger y por la precipitada partida de Olga con tía Dorothee…

¡Seguro que el pequeño vampiro, con lo angustiado que estaba, se iba directo a la cripta a meterse en el ataúd! Y allí, en la cripta, estaría también Anna con su mano enferma…

Llegado hasta ese punto en sus reflexiones, Anton tomó de repente una decisión: ¡iría a buscar su capa de vampiro, cogería su linterna y se iría volando sin más ni más al cementerio!