Premios a montones

—¡Bueno, y ahora te voy a dar por fin tu regalo! —dijo el pequeño vampiro desviando rápidamente la conversación.

Buscó debajo de su capa y, con una reverencia, le entregó a Viola una cosa que parecía un trozo de papel.

—Gracias, Rüdiger —dijo Viola con voz apagada.

—¿No sabes qué es? —preguntó el pequeño vampiro cuando vio que ella se dedicaba a darle vueltas al papel sin saber qué hacer.

—Para serte sincera: no —respondió ella.

—Seguro que es el autógrafo —intervino Anton.

—¡Eh! ¡No te metas en eso! —bufó el pequeño vampiro.

—¿Es el autógrafo? —preguntó nerviosa Viola.

El pequeño vampiro sonrió con orgullo antes de asentir:

—Sí.

—¡Qué amable por tu parte que te hayas acordado!

Viola volvió a darle la vuelta a la tarjeta con el autógrafo, pero estaba demasiado oscuro como para poder distinguir nada…, al menos para unos ojos humanos.

—¿Y aquí figuran todas tus películas?

—¿Mis películas?

—Sí, los papeles que has interpretado, los premios que te han concedido…

—¿Premios? —repitió apagado el pequeño vampiro.

—Tú habrás conseguido premios, ¿no? —preguntó Viola.

—¿Yo?

El pequeño vampiro parecía estar muy confuso. ¡Pero, por supuesto, cómo iba a estar familiarizado con las costumbres y los usos de la cultura moderna!…

—Pues claro que los ha conseguido —saltó Anton saliendo en su ayuda—. Más de los que se pueden imprimir en una tarjeta tan pequeña.

Mientras lo decía observó preocupado al pequeño vampiro. ¡Confiaba al menos en que Rüdiger no descubriera su absoluta ignorancia del mundo del cine con algún comentario que no viniera a cuento! El pequeño vampiro, sin embargo, apretó los dientes y se quedó callado.

—Yo creo que la nueva película de Rüdiger va a obtener premios a montones, aunque sólo sea por el vestuario —opinó Viola—. Sí, y luego sobre todo los actores… Oye, ¿quién más actúa contigo? —preguntó llena de curiosidad después de una pausa.

Anton captó en el pequeño vampiro una mirada de desconcierto. ¡Probablemente no conocía el nombre ni de un solo actor vivo!

—¿Qué quién más actúa? —repitió Anton—. ¡Todo eso es estrictamente secreto!

—Sí, estrictamente secreto —le hizo eco, aliviado, el pequeño vampiro.

—Lástima —dijo Viola. Y con una decepción evidente preguntó—: ¿Entonces también el rodaje es secreto?

—¡Sí, absolutamente secreto! —respondió enérgicamente Anton.

Viola se dirigió a Rüdiger:

—¿Y no harán ninguna excepción? —preguntó con voz meliflua.

—¿Ex…, excepción? —balbució el pequeño vampiro—. ¿A qué?

Al parecer sólo había prestado atención al tono halagador de las palabras de ella y no al contenido de las mismas.

—¡Pues a la obligación de mantener el secreto! —dijo Viola con una provocativa risita—. ¡Me gustaría tanto ver cómo estás en tu papel, Rüdiger!

—¿De veras?

—¡Sí! ¿No crees que por una vez tu productor podría hacer una pequeña excepción… por nosotros?

—Por nosotros… —suspiró el pequeño vampiro.

—¡Eso no lo hará de ninguna manera! —exclamó Anton interrumpiendo el tortoleo de ambos.

—¿No te he dicho ya que no te metas en esto? —le espetó furioso el pequeño vampiro.

—Decirlo sí que lo has dicho —confirmó Anton—. Pero no creo que hayas querido decirlo. ¿O es que de verdad quieres llevarte a Viola a tu «rodaje»?

—¡Sí! —bufó el vampiro, para inmediatamente después echar marcha atrás—. Nnn…, no.

—Pero la película pronto estará terminada —le dijo Anton a Viola para calmarle un poco el ánimo—. Y en el estreno, naturalmente, serás la invitada de honor y te sentarás al lado de Rüdiger.

—¿Seré la invitada de honor? —gritó de alegría Viola—. ¿Y me sentaré al lado de Rüdiger?

—Sí, en primerísima fila —prometió Anton.