Diez por cada dedo

De repente alguien le tocó en el hombro.

—¡Anna! —dijo él con alegría.

Anton se había estado preguntando todo el tiempo dónde estaría metida Anna.

Pero lo que vio, sorprendido, fue la cara de Viola.

—¿Anna? —dijo Viola haciendo una mueca con los labios—. ¡Debes de tener diez por cada dedo!

—¿Diez? ¿Diez qué? —preguntó Anton fingiendo no entender nada.

—¡Novias, diez novias! —bufó Viola.

—No, sólo tengo una —replicó Anton…, y además era verdad.

—¿Y esa Anna? —preguntó desconfiada Viola.

—¿Anna? Debes haber oído mal —repuso Anton—. Cuando me has tocado en el hombro he pensado que sería Tatjana y he dicho «¿Jana?».

—¿Jana?

—Sí, así la llamo a veces.

—Pues ha sonado como «Anna» —siguió en sus trece Viola.

—Sí, es posible —dijo Anton reprimiéndose la risa—. Pero, ¿por qué iba yo a decir «Anna» si no hay ninguna chica en la clase que se llame así?

—Es verdad —admitió apocada Viola.

Y tras una pausa preguntó de la forma enérgica que en ella era habitual:

—¿Y qué pasa entonces con Tatjana?

—¿Con Tatjana?

—¡Sí! ¿Es que no has roto con ella?

—Sí.

—Y entonces, ¿cómo es que has pensado que era ella cuando yo te he tocado en el hombro?

—Tienes razón, debería haberme dado cuenta —dijo con perspicacia Anton—, pues tú tienes unos dedos mucho más delicados que ella.

—¿De veras?

—Sí. ¡Y también te mueves mucho más silenciosamente!

Viola sonrió halagada.

—Es que no quiero que me pille el señor Fliegenschneider.

¡Aquello le vino a Anton que ni pintado!

—Sí, yo tampoco —dijo—. Y por eso deberíamos irnos de aquí, preferiblemente al bosque. Allí el señor Fliegenschneider no nos encontrará.

—¡Pero en el bosque hay lobos y jabalíes! —contestó Viola, que no parecía ser muy valiente que digamos.

—Los lobos ya hace mucho tiempo que se han extinguido en esta región —repuso Anton—. Y jabalíes sólo hay en lo más profundo del bosque, por las Peñas del Diablo, o más lejos todavía. Además, tengo una linterna. —Y poniendo en juego todos sus encantos añadió—: En el bosque es todo mucho más romántico, ¿no te parece?

Viola aún seguía dudando.

—No sé…

En ese momento se encendió la farola que había sobre la entrada de la casa del señor Greulich. Poco después se abrió la puerta y resonó un carraspeo.

—¡El director de la granja! ¡Rápido, tenemos que escondernos! —susurró Anton.

Agarró del brazo a Viola y se la llevó de allí. Hasta que no llegaron al bosque Anton no se detuvo.

—¡Ay! —se quejó Viola frotándose el brazo.

—Perdona —se disculpó Anton—, pero no suponía que fuera a aparecer el señor Greulich.

Y para sus adentros añadió:

«¡Espero que no descubra que la ventana está abierta!»

Anton la había entornado, pero era posible que una ráfaga de viento la hubiera vuelto a abrir.

Si el director de la granja descubría la ventana abierta, por descontado que informaría de ello al señor Fliegenschneider. Y, probablemente, ambos buscarían entonces por los dormitorios para ver quién faltaba…