Capítulo 60

EL corredor de la residencia le parece a Cristina más largo que en sus anteriores visitas, y tiene la impresión de que el eco de sus pasos resuena con más fuerza.

Como todas las tardes, su padre está sentado junto a la ventana, con la mirada perdida en el jardín. El crucifijo colgado de la pared adquiere un nuevo significado: Cristina se imagina a su padre devorado por los sentimientos de culpa. La religión de Peter Biksteen, quizá conocida por su padre, explicaría también por qué Cristina había sido enviada a un colegio protestante y la prohibición de intimar con su vecina judía.

La silueta de su padre le hace pensar en la viuda de la película La noche del cazador, que se mece con una escopeta en el regazo para ahuyentar el mal. A diferencia de Lillian Gish su padre no sugiere fortaleza. No es más que un anciano frágil, una isla de soledad.

La determinación de Cristina se debilita al verlo. Tiene ganas de echar a correr, pero su padre gira repentinamente los ojos hacia la ventana del pasillo y los clava en ella. Un sudor frío recorre la espalda de Cristina. Por un momento piensa en agacharse, para que su padre no la vea. ¿Por qué habría de hacerlo? Aquel hombre ni siquiera es su padre. Debería ser él quien se escondiese.

Cristina se lo queda mirando a unos metros de distancia. Siente náuseas al pensar que su cuerpo de bebé fue el precio por la muerte de sus progenitores. Su padre ha debido de tener una vida infeliz, asaltado por las pesadillas y los remordimientos. Su Dios, si existe, le hará pagar por lo que ha hecho.

Cristina avanza unos pasos y se sitúa muy cerca del anciano.

—Vendré a visitarte hasta que te mueras, pero no volveré a quererte.

El rostro de su padre no denota ninguna emoción. Cristina está tentada de abofetearlo, pero observa sus pupilas muy dilatadas, como si estuviese a punto de romper a llorar. Tiene la impresión de que esa vez no la ha confundido con su madre, y esa convicción hace el momento más doloroso.

Cristina sale de la habitación casi corriendo. Desea llorar para librarse del dolor que siente en el pecho, pero es incapaz de hacerlo. En ese momento habría querido ser una persona religiosa, como Rebecca Biksteen, para poder encontrar consuelo en el desierto.