Capítulo 57

GERRIT apoya la cabeza en el vientre de Cristina y le acaricia un pezón con los labios. Para un forense de vida anodina como él las últimas horas han sido una locura. Era la primera vez que perseguía a un criminal, y confiaba en que fuese la última. Su Mercedes es uno de los cinco mil ejemplares que se habían producido de aquel modelo en 1967: además del neumático reventado, tendrá que cambiar un amortiguador. La próxima vez se ocupará de los criminales como siempre lo ha hecho: diseccionando cadáveres en el NFI.

—¿Puedes traer algo de beber? —le pide Cristina.

—¿No puedes ir tú?

—No me dejas moverme.

Gerrit se levanta de la cama y observa el cuerpo de Cristina como si lo hiciese por primera vez. Asciende con su mirada por las caderas, hasta llegar al triángulo del pubis. Después avanza por sus pechos y se detiene en un lunar que Cristina tiene en el hombro. No le importaría pasarse el resto de su vida observándola, midiendo sus contornos, conquistando cada centímetro de su piel.

—¿Qué será de Eddie ahora? —le pregunta Gerrit.

—Se irá a vivir con sus abuelos.

—Tardará bastante en olvidar lo sucedido.

—Quizá toda la vida. Creo que se siente culpable de la muerte de su madre; piensa que Dirk la asesinó para librarse de él… Viendo estas cosas, se le quitan a una las ganas de tener hijos.

—¿Qué quieres beber?

—Cualquier cosa.

Gerrit regresa con dos vasos de tónica, en los que ha vertido unas gotas de ginebra. Tienen toda la tarde por delante y quiere evitar que se cumpla la máxima de Shakespeare según la cual el alcohol despierta el deseo, pero entorpece su realización.

Le tiende a Cristina uno de los vasos y se sienta al borde de la cama. Le acaricia los muslos con su mano libre.

—¡Estás helado! Ven, pon la mano aquí.