Capítulo 56

CRISTINA busca un taxi para regresar a la comisaría, pero los pocos que pasan están ocupados. Dirk Grijn mintió al asegurar que no había estado en Prinsengracht la noche en que murió su esposa. Si presenció el apuñalamiento de Madeleine Leick, se hallaba cerca de la barcaza a la hora en que murió su mujer. Era más que probable que hubiese tenido algo que ver con su muerte.

El teléfono móvil de Cristina empieza a sonar. Es Tamara, y por su tono de voz parece muy nerviosa.

—Dirk se ha llevado a Eddie.

—¿Qué?

—Se lo llevó por la fuerza. No pude hacer nada por evitarlo… Eddie estaba muy asustado. Tienes que encontrarlos.

—¿A qué hora se fueron?

—Hace unos minutos. Iban en el coche de Dirk, un BMW negro.

—¿Sabes en qué dirección?

—No, no me lo dijo.

—Me ocuparé de ello. Te llamo en cuanto sepa algo.

No será fácil encontrar a Dirk. Seguro que ha desconectado su teléfono móvil, para que no puedan localizarlo a través de su señal. Por otra parte, localizar un coche por su matrícula puede llevar días, y para entonces habrán salido del país.

Levanta la mano para llamar la atención de un taxi, pero está también ocupado. ¡La playstation! ¿La llevará Eddie consigo? Si está encendida, podrán encontrarlos a través del móvil integrado en ella. Eddie le había dicho que Dirk no conocía su número de teléfono. Quizá no se preocupe de apagar la consola.

Cristina llama a Lisa y le pide que busque en su despacho, en el primer cajón de su escritorio, el papel que le dio Eddie con su número de teléfono. Le pide también que encuentre la matrícula del coche de Dirk y que se prepare para lanzar un operativo de búsqueda antes de que pueda abandonar el país.

Todos los taxis de Amstelveen pasan ocupados. Utilizar la bicicleta y el transporte público será bueno para el medio ambiente, pero resulta poco práctico en casos de emergencia. El teléfono de Cristina vuelve a sonar; esta vez es Gerrit.

—He venido por trabajo a Ámsterdam. Me preguntaba si te apetecía…

—Ahora no puedo hablar —le interrumpe Cristina—. Tengo un lío de mil demonios. Espera, no cuelgues, que tengo otra llamada.

Cristina pone la comunicación con Gerrit en espera y responde a la otra llamada.

—Hemos localizado la señal del móvil de Eddie —la informa Lisa—. El coche circula por la autopista A2, en dirección sur.

—Llama a la policía de Utrecht.

—¿Y que les digo?

—Que envíen a varias unidades para detener el coche de Dirk.

—¿Estás segura? Se puede montar una buena…

¿Está realmente segura? Dirk tiene la tutela de Eddie, así que no se puede argumentar que sea un secuestro. En cuanto al asesinato de Agnes Grijn, la autopsia había determinado que se trataba de un suicidio y el caso está oficialmente archivado. El comisario va a enfadarse seriamente si Cristina solicita a la policía de Utrecht que detengan a Dirk Grijn, sin convencerlo antes de la necesidad de esa medida.

—Por el momento no hagas nada —le pide a Lisa—. Mantén localizada la señal del móvil de Eddie… te llamo en un momento.

Cristina recupera la otra llamada.

—Gerrit, ¿dónde estás exactamente?

—Frente a Rembrandtpark. Iba a volver a La Haya.

—Necesito que me hagas un favor. Me hace falta un vehículo para ir a Utrecht. Dirk ha secuestrado a Eddie, y puede que el niño esté en peligro.

—¿Acaso no tiene coches la policía? Creía que para eso servían nuestros impuestos.

—Es algo complicado. Luego te lo explico.

—¿Dónde estás?

—En Amstelveen. En Karelweg, a la altura del número… 12. Muy cerca de la salida de la autopista A9.

—Lo he encontrado en el navegador. Espérame ahí. Voy lo más rápido posible.

Lo más rápido posible resultan ser diez minutos. En ese tiempo Cristina ha estado a punto de secuestrar un coche a punta de pistola y conducir ella sola hacia Utrecht.

—Has tardado una eternidad —le reprocha a Gerrit.

—Hay una cosa llamada código de la circulación. Los que no somos policías tenemos que respetarlo.

—Pues ahora olvídate de que existe. Tenemos que alcanzar el coche de Dirk Grijn antes de que salga de Holanda.

—¿Por qué no le pides ayuda a la policía de Utrecht?

—Porque no tengo la autorización de Van Sisk, y si le llamo me va a ordenar que vuelva a la comisaría.

Lisa le confirma por teléfono que el BMW de Dirk sigue avanzando por la A2 en dirección a Utrecht. Sin sospechar que los siguen, Dirk y Eddie se han detenido unos minutos en una estación de servicio. Después vuelven a incorporarse a la autopista y prosiguen su marcha respetando el límite de velocidad establecido.

El viejo Mercedes de Gerrit, por su parte, los persigue a 180 kilómetros por hora. Si son capaces de mantener ese ritmo los alcanzarán antes de llegar a Utrecht. Cristina mantiene su llamada abierta con Lisa, para que pueda informarle de cualquier cambio en la ruta del BMW.

Cerca de Utrecht, Dirk toma la salida del lago Vinkeveen y enfila el camino provincial, dejando atrás el canal Ámsterdam-Rijn. Pocos minutos después de ellos, Gerrit y Cristina toman esa misma salida. A cada kilómetro consiguen acortar un poco la distancia que les separa.

En la carretera que bordea el lago de Wijde ven el BMW negro y se sitúan en su estela. En ese momento, Dirk parece darse cuenta de que los siguen y acelera para intentar distanciarse.

El BMW abandona la carretera y se mete por un camino de tierra paralelo al canal. La polvareda que levanta el coche hace imposible seguirlo. Cegado por el polvo, Gerrit es incapaz de esquivar un bache, y uno de los neumáticos del automóvil estalla, obligándoles a detenerse.

Sin darse cuenta de que ya no los siguen, Dirk continúa acelerando. La carretera desemboca en un dique, pero él no levanta el pie del acelerador. Gira la cabeza a izquierda y derecha, buscando un camino por el que girar.

Cuando se da cuenta de que la única posibilidad es regresar sobre sus pasos, da un frenazo brusco. A pesar de sus esfuerzos, el coche patina sobre el camino humedecido por la lluvia y cae en un dique.

Cristina corre hacia ellos, con su pistola en la mano. La caída del coche le ha recordado una escena de la película Bullit, en la que el policía Steve McQueen perseguía por las calles de San Francisco a unos criminales que acababan estrellándose contra una gasolinera. Afortunadamente, en este caso no había ocurrido una explosión.

Dirk y Eddie han salido ilesos del coche y chapotean en el dique, cuya profundidad no excede de un metro. Al ver llegar a Cristina, Dirk agarra al niño por el cuello.

—Tire el arma o lo ahogo.

Eddie intenta zafarse, pero su padrastro lo aferra con brutalidad.

—En su caso yo lo dejaría marchar —advierte Cristina—. Tardaré menos en dispararle una bala que usted en cumplir su amenaza.

—Su disparo podría alcanzar al niño.

Gerrit aparece detrás de Cristina en el momento en que ella aprieta el gatillo. El proyectil se hunde en el agua, cerca de las piernas de Dirk. Consciente de que Cristina no bromea, Dirk suelta a Eddie. El niño se aleja braceando hacia la orilla, y Gerrit le ayuda a salir del agua. Cristina les pide que regresen al Mercedes y le esperen allí.

—Cuénteme exactamente lo que pasó la noche en que murió su mujer.

—Mi mujer se suicidó.

Cristina dispara otra bala que impacta en el agua, más cerca de Dirk que la anterior. Este lanza varios improperios, pero no se mueve ni un centímetro de donde se encuentra.

—¿Por qué no me dijo que estuvo en Prinsengracht a las dos y media, la noche en que murió su mujer?

—¿De dónde ha sacado que estuve allí?

—Mató a su mujer porque necesitaba devolver el millón de euros, ¿es eso?

—Yo no la maté.

Otra bala roza los pantalones de Dirk. A juzgar por la expresión de su rostro, parece haber comprendido que Cristina habla en serio.

—Agnes se había tomado varios sedantes. Estaba casi muerta.

—Pero no del todo… así que llamó usted a Anita Roek para disponer de una coartada. Por eso pidió en el hotel que les cambiaran la habitación: para que el recepcionista se acordara de usted… Después de mantener relaciones sexuales con Anita Roek, le administró sin que se diese cuenta uno de los fenobarbitales que había cogido del botiquín de su mujer, para que no lo viera salir por la terraza. Regresó a la barcaza a las dos y media, a tiempo de ver, casualmente, cómo apuñalaban a una mujer en un taxi… Al llegar a la barcaza comprobó que Agnes seguía dormida a causa de los sedantes. Entonces ató la cuerda de una viga y la colgó.

—Agnes hubiera muerto de todas formas. Había tomado demasiados sedantes.

—Su plan funcionó a la perfección, excepto por un error que cometió al volver al hotel: le dijo a Anita Roek que había visto cómo apuñalaban a una mujer. Esa agresión tuvo lugar en Prinsengracht a una hora en la que, según su declaración, no podía usted encontrarse.

Cristina baja la pistola. Los rompecabezas de las muertes de Agnes Grijn y Anita Roek empiezan a encajar.

—Sin embargo, hay algo que no acabo de comprender —añade Cristina—. ¿Cómo sabía que su mujer regresaría a la barcaza esa noche? ¿Le llamó para decírselo?

—No sé por qué volvió a la barcaza. Cuando regresé a casa para dormir, hacia medianoche, me la encontré en el sofá. Dormía profundamente, a causa de los sedantes.

—Así que decidió aprovechar la oportunidad y solucionar de un plumazo sus problemas económicos. Lo que se dice un golpe de suerte.

—Llámelo como quiera.

—Lisa, ¿sigues ahí? —pregunta Cristina, extrayendo su teléfono móvil del bolsillo de la chaqueta.

—Aquí estoy, protegiendo el fortín de los indios.

—¿Has escuchado la conversación?

—La hemos grabado enterita. Creo que tienes a Dirk Tracy pillado por las aceitunas. Durante unos años va a tener que broncearse con la fotocopiadora de la cárcel.

—Al final Eddie tenía razón —le dice Cristina a su amiga—. Fue Dirk quien asesinó a su madre.