DENISE cierra la puerta del ascensor y deja las bolsas del supermercado en el descansillo. Revuelve en su bolso, pero hay tantas cosas en su interior que tarda en encontrar las llaves. Se hallan en un bolsillo interior, junto a un frasco de perfume y varias compresas.
Cierra la puerta con el pie y se dirige a la cocina para dejar las bolsas. Antes de llegar a la puerta, emite un grito al encontrarse a alguien en el pasillo. Es Michael, el amigo de Anita.
—¿Qué haces aquí?
—Venía a devolverte una copia de las llaves del piso. Me las dejó Anita hace tiempo, por si perdía las suyas.
—¿Y no podías llamar por teléfono?
—Lo hice, pero no estabas.
Michael nunca le ha caído bien a Denise. No entiende cómo Anita podía ser su amiga. Igual tenían algún trapicheo entre manos. Después del descubrimiento de la cocaína, Denise es consciente de que Anita le mintió sobre muchas cosas. Quizá no la considerase ni siquiera una amiga, sino sólo alguien con quien compartir el alquiler y hablar de vez en cuando. Como amigo ya tenía a su querido Michael.
—Deja las llaves sobre el mueble y vete, por favor… Casi me da un infarto.
Michael se dirige hacia la puerta. En ese momento suena el teléfono. Bastian ha prometido llamar a Denise esa tarde, para confirmarle su participación en un desfile de modelos. Ella desea coger el teléfono, pero no quiere darle una excusa a Michael para quedarse un segundo más en su casa.
El contestador automático empieza a funcionar, y la voz de Anita invita a dejar un mensaje. Es terrible volver a oír su voz, después de lo sucedido. Denise cambiará la grabación en cuando Michael se haya ido.
Tras el pitido, la inspectora Molen empieza a dejar un mensaje. Su voz se oye algo distorsionada. Denise no es capaz de entenderlo todo, pero capta las palabras «sabemos quién fue el último cliente de Anita», y a continuación el nombre de Michael.
El contestador rebobina y empieza a emitir un sonido a intervalos regulares. Denise mira a Michael, asustada. ¿Qué sabía la inspectora Molen? ¿Había asesinado Michael a Anita? Está a punto de ponerse a gritar, pidiendo ayuda, cuando repara en que Michael se ha sentado en una silla. Solloza con la cabeza hundida entre las manos.
—Fue un accidente —le explica a Denise—. Yo no quería hacerle daño.
—¿Mataste a Anita?
—Me llamó para que fuese a buscarla al hotel Little Holland… Najib Ayoub le había dado una paliza y estaba muy asustada. Le había amenazado con matarla si no le devolvía la droga en veinticuatro horas. Anita quería marcharse, pero necesitaba unos días para vender la droga… Después de la visita de Najib tenía mucho miedo. Hablaba de forma inconexa… Un cliente con el que se había acostado esa noche había sido testigo del apuñalamiento de una mujer, horas antes… Anita estaba paranoica. Tenía miedo de acabar como aquella mujer.
—Pero ¿por qué la mataste?
—Fue un accidente… Le propuse vender la droga. Uno no se deshace de medio kilo de cocaína en la parada del autobús. Se necesitaban contactos para cerrar la venta con discreción, y yo los tenía.
—Y ella no estaba de acuerdo. ¿Por eso la mataste?
—Sólo intentaba ayudarle. Anita no quiso decirme dónde estaba la droga, así que supuse que la había escondido en su casa. Le cogí las llaves del bolso, y ella se puso como una furia para recuperarlas. La empujé para sacármela de encima, y Anita se golpeó la cabeza al caer… Fue un accidente.
Michael solloza, igual que un niño desvalido. Tiene los ojos enrojecidos, como si no hubiese dormido desde hace dos días. Quizá haya vuelto a engancharse a la cocaína.
—Deberías contarle a la policía lo sucedido —le aconseja Denise.
—Ya estuve unos días en la cárcel. No quiero pasarme varios años más.
—No tenías intención de matarla. Fue un accidente.
—¿Y qué más da? El caso es que está muerta.
El timbre de la puerta empieza a sonar. Debe de ser la inspectora Molen. Michael observa a Denise, implorante, como si ella pudiese conseguir que el inoportuno visitante se volatilizase.
El timbre vuelve a sonar, esta vez acompañado por dos firmes puñetazos. Michael se levanta y mira hacia los lados, como un animal acorralado por el fuego. Abre la ventana del salón y mira hacia la acera, cinco pisos más abajo. Un canalón de estaño desciende a lo largo de la fachada.
—No lo hagas —suplica Denise—. Vas a matarte.
—Será mejor que veinte años de cárcel.
—La policía entenderá que fue un accidente. Anita era tu amiga.
Michael se sube al alfeizar y pone un pie en el canalón. Comprueba su solidez y se agarra a la tubería con ambas manos. Los golpes en la puerta suenan con más fuerza.
—No lo hagas, por favor…
Michael empieza a deslizarse por el canalón, agarrándose con pies y manos. No ha descendido ni siquiera un piso cuando las sujeciones de la tubería empiezan a vibrar. Michael mira con desesperación la ventana más cercana. Se encuentra a sólo un metro del canalón. Debe saltar hacia ella, escapar antes de que la policía lo encuentre.
Extiende su brazo para alcanzar el alféizar de la ventana, pero sólo consigue rozarlo. Las sujeciones de la cañería empiezan a temblar con más ímpetu.
Hace un intento desesperado de alcanzar la ventana, pero la brusquedad de su movimiento hace que el canalón se desprenda de la pared y empiece a balancearse, como una pértiga.
Michael queda suspendido en el aire durante unos instantes, hasta que la tubería se rompe con un crujido sordo y el amigo de Anita se precipita al suelo.