LA policía llega justo a tiempo. Aprovechando la distracción de Najib, varios coches han rodeado su vehículo, sin darle oportunidad de escapar. Reconociendo sus escasas posibilidades de huir, Najib sale del coche con las manos en alto, arrastrando sus pantalones caídos.
Los agentes Boer y Rils lo esposan y lo conducen a la comisaría. Durante el interrogatorio de Najib Ayoub, Cristina ha rechazado la presencia de un detective de la brigada de estupefacientes. Un asesinato es un cargo más grave que la venta de cocaína, así que el caso le pertenece a ella. Y el commissaris Van Sisk piensa de la misma forma.
Cuando considera que Najib se ha ablandado lo suficiente, la inspectora Molen lo hace conducir a una sala de interrogatorios. La acusación es clara, pero una hipotética confesión de que asesinó a Anita Roek facilitaría mucho la acusación. Dirk Grijn ha sido puesto en libertad poco antes, con la condición de que no salga del país hasta que el juicio por el asesinato de Anita Roek haya concluido.
Cristina se sienta detrás del cristal traslúcido, con su taza de café en la mano, y observa a Najib. Él sólo puede ver su propio rostro reflejado en un espejo. Las horas en prisión le han hecho perder buena parte de su arrogancia. Incluso aparenta mayor edad.
La inspectora entra en la sala de interrogatorios y se sienta frente a él. Adopta una postura casual, como si estuviese en un autobús y no tuviese otra cosa que hacer más que esperar.
La decoración en la sala es espartana: dos sillas y una mesa de aluminio, sobre la que descansa un vaso de agua de un anterior interrogatorio. Ni una papelera ni un cenicero. Nada.
—Tenemos varios cargos contra usted —anuncia Cristina—. Homicidio, tráfico de droga, intento de violación. Suficientes para que pase el resto de su vida en la cárcel. Si decide colaborar, la pena será menos severa.
Ayoub mira a Cristina como si le hubiese intentado robar la cartera.
—¿Dónde está mi abogado?
—De camino.
—Yo no maté a Anita Roek.
—Pero estuvo con ella la noche de su muerte.
—Verla y matarla son cosas muy distintas.
—Tenía un buen motivo para hacerlo. Le había robado quinientos gramos de cocaína.
—Suponiendo que eso fuese cierto, ¿me cree tan estúpido para matar a la persona que conocía el escondite de la droga?
—Quizá se le fue la mano.
—Le he dicho que no la maté.
—¿A qué hora entró en su habitación?
—Empezaba a amanecer… Fue después de que el individuo que la acompañaba se marchase.
—¿Para qué fue a verla?
—Para tirármela. Era una puta, ¿no?
Cristina se levanta de la silla y se apoya en la pared.
—¿Hizo el amor con ella?
—Claro.
—Según la autopsia no fue así. ¿A qué hora abandonó usted el hotel?
—Unos minutos después.
Lisa irrumpe en la sala de interrogatorio. Se acerca a Cristina y le susurra algo al oído.
—¿Estás segura? —pregunta Cristina, en voz alta.
Najib se imagina que la conversación tiene algo que ver con él. De todas formas, le da igual. No dirá nada más hasta que no llegue su abogado.
Cristina abandona la sala de interrogatorios y sigue a Lisa a su despacho.
—¿Te acuerdas del móvil de prepago, al que llamó Anita Roek poco antes de morir? —le pregunta Lisa.
—Claro. Me dijiste que no había forma de localizar a su propietario porque la tarjeta se compró con dinero en efectivo.
—Ayer se realizó una recarga del móvil, utilizando una tarjeta de crédito. Hemos localizado a su propietario.
—¿Quién es?
—Michael, el amigo de Anita. Si tuvo algo que ver con su muerte, no puede decirse que sea muy inteligente.