Capítulo 44

EL móvil de Cristina la despierta pasada la medianoche. Aturdida, es incapaz de recordar dónde lo ha dejado. Al levantarse tropieza con Stitch, tumbado sobre la alfombra de su dormitorio. Finalmente mete la mano en el bolsillo de su chaqueta y descuelga el teléfono.

—¿Quién es?

—Soy Michael, el amigo de Anita Roek. Hablamos hace un par de días. ¿Se acuerda de mí?

—Claro que me acuerdo. ¿Por qué me llama a estas horas?

—Le prometí que le llamaría si me enteraba de algo… Creo que tengo lo que busca.

—¿Qué es?

—Tiene que garantizarme que mi nombre permanecerá en el anonimato.

—Le doy mi palabra.

—He escuchado un rumor, según el cual Anita le habría robado una cantidad importante de cocaína a Najib Ayoub. No sé si es cierto: tan sólo lo he oído decir.

—¿Qué cantidad de cocaína?

—No lo sé con exactitud, pero suficiente para que alguien estuviese dispuesto a matar por ella.

—¿Cree que lo hizo Najib?

—No lo sé. Eso es asunto de la policía.

Cristina regresa a la cama, pero es consciente de que será incapaz de dormir. No hace más que darle vueltas a la conversación con Michael. Bebe un vaso de leche caliente, pero a medida que pasa el tiempo está más despierta. Quizá un poco de ejercicio le ayude a conciliar el sueño. Además, el aire fresco le vendrá bien a Stitch, siempre encerrado en casa. Podría repetir el paseo en bicicleta hasta Prinsengracht, esta vez con el perro.

Se viste unos pantalones vaqueros, un jersey de lana y una gorra, y despierta a Stitch. Al salir a la calle repara en que hace mucho frío, más que unas noches atrás. Quizá no sea tan buena idea, al fin y al cabo. Pero ¿qué otra alternativa tiene? ¿Meterse en la cama y contar ovejas?

El paseo en bicicleta le parece más largo que la vez anterior, aunque Stitch parece disfrutar de la caminata. Al llegar a Prinsengracht se detiene cerca de la barcaza de Agnes Grijn. Apoya la bicicleta en un árbol y deja que Stitch se tumbe para descansar.

La gabarra de Agnes Grijn se balancea en la oscuridad. Los precintos de plástico, colocados por la policía para impedir el acceso, flamean a merced del viento.

Stitch se incorpora repentinamente, y Cristina ve acercarse a un hombre con un cocker spaniel de color negro. Es una perra, a juzgar por la reacción de Stitch.

Cristina recuerda que los jóvenes que habían descubierto el cadáver de Agnes Grijn se habían cruzado, antes de entrar en la barcaza, con un hombre que paseaba a un perro pequeño, negro y con las orejas largas. ¿Podría ser aquél?

—Buenas noches —le dice Cristina—. ¿Sufre usted de insomnio?

—Sólo en invierno. Debería ser al revés, ¿no? En mi caso, cuantas menos horas de luz, más me cuesta dormirme.

—Soy inspectora de policía. Necesito hacerle una pregunta importante.

El hombre la mira con lástima, como si Cristina le hubiese anunciado la pérdida de un familiar.

—¿Recuerda si salió a pasear con su perro en la madrugada del lunes?

—¿Fue la noche en que la calle se llenó de policías?

—Exactamente.

—Sí, creo que lo saqué a pasear.

—¿Recuerda a qué hora?

—Di un paseo largo… Debió de ser hacia las tres de la mañana.

—¿Vio entrar o salir a alguien de esa barcaza? —pregunta Cristina, señalando hacia la gabarra.

El hombre se queda pensativo unos instantes.

—Recuerdo haber visto a una mujer que entraba en un coche. No podría decirle si venía de la barcaza o de los edificios de enfrente.

—¿Se fijó en el coche?

—Era un Mini de color rojo. Me llamó la atención porque tenía el techo pintado con cuadraditos blancos y negros, como una bandera de fórmula uno.

Cristina tiene la impresión de haber visto un coche como ese recientemente. Había sido en Ámsterdam, hacía pocos días. Pero ¿dónde exactamente? ¿Estaba el alzheimer anquilosando su cerebro?

De repente lo recuerda. Lo había visto en casa del doctor De Vries.