Capítulo 43

LA casa de Marco Molen está situada a las afueras de Harlingen, en un terreno ganado al mar y protegido por varios diques. Una verja blanca, coronada por flechas doradas, circunda el jardín. Al oír la llegada del Mercedes de Gerrit dos rottweilers empiezan a ladrar.

—¿Quieres que te acompañe?

—Lo que tú prefieras.

—Esos perros no me hacen mucha gracia, pero no me vendría mal un café. ¿Crees que tu tío me lo tirará encima de los pantalones?

—No sé cómo reaccionará al verme. No hablo con él desde hace treinta años.

Cristina hace sonar un timbre junto al portalón, y una mujer se asoma a la ventana.

—Soy Cristina… la hija de Danny Molen.

La mujer cierra la ventana, y tras atar a los perros abre la cancela. Tiene que ser su prima Danielle, a la que no ve desde los siete años. ¿Qué resulta más adecuado? ¿Abrazarla, darle un beso o estrecharle la mano? Cristina permanece indecisa unos segundos, y al final opta por no hacer nada.

—Éste es Gerrit, mi novio. Pasábamos por aquí cerca y me dije que podría acercarme a saludaros… La verdad es que no sé si he hecho bien.

—Claro que sí, mujer. Pasad.

Su prima los acomoda en el salón. Saca una botella y sirve tres vasos de oude jenever, ginebra holandesa, sin preguntarles qué desean beber. El café de Gerrit tendrá que esperar un rato.

—¿Cómo está tu padre? —le pregunta su prima a Cristina.

—Sufre de alzheimer. La mayoría de las veces no me reconoce, pero se acuerda de muchas cosas de cuando era joven. Es muy duro verlo así… ¿Y el tío Marco?

—Está hecho un cascarrabias. Tiene sus achaques, pero la cabeza le funciona perfectamente. Algunos días sale a remar en barca.

—¿Está en casa?

—No sé si se ha despertado de la siesta…

—¿Crees que querrá verme?

—La verdad es que no lo sé. Déjame que se lo pregunte.

Su prima llena las copas de jenever hasta rebosar y los deja en el salón. Regresa unos instantes después, con un gesto de alivio en el rostro.

—Mi padre dice que podéis pasar… Cristina, no te tomes muy en serio lo que te diga. A veces dice las cosas sin pensarlas.

Aquello debía de ser una constante familiar. Cristina había discutido muchas veces con su padre por decir lo primero que se le pasaba por la cabeza. Ambos solían ser encantadores con las personas que les importaban un pimiento, y comportarse de forma desabrida con quienes más querían.

El tío Marco está sentado en un sillón, con una manta sobre las rodillas. Tiene un enorme parecido físico con su hermano. A varios metros de distancia, Cristina los habría confundido.

—Soy Cristina, la hija de Danny… Y este es Gerrit, mi novio.

—Has cambiado mucho desde que nos vimos por última vez.

—Es que han pasado treinta años.

—Treinta y cuatro —le corrige el anciano—. ¿Y a qué te dedicas?

—Soy inspectora de policía.

—Vaya, quién nos lo iba a decir. Dime, ¿por qué has venido a verme?

El mismo estilo directo que su padre, como un gancho a la mandíbula. Es fácil comprender por qué los dos hermanos habían discutido. Se parecían demasiado.

—Quiero saber por qué te enfadaste con mi padre.

—Hizo algo que yo no aprobaba.

—¿Tuvo relación con la muerte de Peter Biksteen?

El anciano la escruta con sus ojos acuosos. Es un par de años mayor que su padre, y su rostro tiene unas arrugas más profundas.

—¿Quién te ha hablado de Peter Biksteen?

—Mi padre.

—No te creo.

—Tiene alzheimer y a veces mezcla las cosas… El otro día confundió a Gerrit contigo. Le pidió que buscase a alguien llamado Rinus Niekamp, y que le contara algo relacionado con un tal Peter Biksteen. ¿Sabes qué relación tenía mi padre con esos hombres?

—Pregúntaselo a él.

—¿Por qué no me cuentas lo que sabes?

—Tu padre y yo hemos estado sin hablarnos todos estos años por ese asunto.

—Por eso necesito saber qué pasó.

—Le prometí a tu padre que, mientras él viviera, no se lo contaría a nadie.

—Es muy probable que te mueras antes que él —dice Cristina, que también puede ser muy directa.

—En ese caso me llevaré el secreto a la tumba.