Capítulo 41

AL regresar al centro de Ámsterdam, Cristina tiene la impresión de encontrarse en otro país. Rinus Niekamp posee un ático perchado sobre el río Amstel, con vistas a Rembrandtsplein y la ópera. Aunque el arrabal donde vive Rebecca Biksteen se encuentra sólo a unas paradas de autobús, el contraste es violento.

—Vengo a ver a Rinus Niekamp.

—¿Tiene una cita?

El portero del edificio, con su uniforme oscuro y aires de galán venido a menos, parece el director de una funeraria.

—No.

—Lo siento, pero el señor Niekamp no recibe visitas que no hayan sido concertadas por teléfono.

—Anúncieme por favor, y dígale que soy la inspectora Molen de la brigada de homicidios de Ámsterdam. Quizá se digne a concederme una audiencia.

El portero duda unos instantes. A continuación descuelga el interfono y llama al piso de Rinus Niekamp. No quiere líos con el inquilino más rico del edificio, pero sus atribuciones no incluyen granjearse problemas con la policía.

—¿Cómo ha dicho que se llama? —le pregunta a Cristina el portero, tapando el auricular con la mano.

—Soy la inspectora Molen.

—El señor Niekamp dice que la recibirá.

El portero la acompaña hasta el ascensor, y una vez dentro introduce una llave para subir hasta el sexto piso. El ascensor se abre directamente en el vestíbulo de la vivienda de Rinus Niekamp.

Un hombre con aspecto de matón aparece ante Cristina. Tiene el pelo hirsuto y marcadas entradas en la frente. Su cuello está cubierto de pequeñas motas de sangre, como si acabara de afeitarse con una cimitarra.

Sin muchos miramientos, ni agradecer su meticulosidad, el matón le pide al portero que se largue. Cristina le muestra al guardaespaldas su tarjeta de identificación policial. Es la primera persona, en mucho tiempo, que la examina por los cuatro costados. Llega incluso a curvar los dobles de plástico para asegurarse de que no se trata de una falsificación.

—Estaba más delgada en esa foto —comenta el guardaespaldas al devolverle la tarjeta.

Cristina está tentada de hacer un comentario cáustico, pero ha venido a hablar con Rinus Niekamp, no con ese fanfarrón.

—¿Lleva un arma?

—Claro que llevo un arma. Soy inspectora de policía.

—Si no me la entrega, no puede ver al señor Niekamp.

Cristina se plantea amenazarlo con regresar armada de una orden de registro, o con llevarse a Rinus Niekamp detenido en ese momento, pero su misión es extraoficial y ella nunca ha abusado de su cargo.

Saca su Walther de la cartuchera, y de mala gana se la entrega al matón. Éste la guía hacia un salón cuyos ventanales se abren, igual que un abanico, hacia el río Amstel y la ópera.

Junto a la ventana hay un hombre de pequeña estatura. Se vuelve ligeramente hacia Cristina, pero no se mueve de su lugar ni le invita a sentarse. Muestra un perfil más bien panzudo, como el de un general hipnotizado por la visión del campo de batalla.

—¿Eres la hija de Danny Molen?

La ropa de Rinus Niekamp es cara, pero tiene las maneras y el garbo de un hombre que se ha pasado la vida haciendo trabajos humildes.

—¿De qué conoce a mi padre?

—Trabajó para mí, hace tiempo.

—¿En qué tipo de trabajo?

—Era encargado de uno de mis negocios.

El hombre se acerca unos pasos a Cristina.

—Te pareces mucho a tu madre… Todavía no sé qué vio ella en tu padre.

Rinus Niekamp vuelve la vista hacia el ventanal. Recorre con los ojos los canales atestados de embarcaciones, como si fueran de su propiedad.

—¿Conoce usted también a Peter Biksteen?

Niekamp vuelve la mirada hacia ella. Con desprecio, le indica al guardaespaldas que su entrevista ha terminado.

—Supongo que alguien se ocupó de Peter Biksteen por usted —apostilla Cristina, de camino hacia el ascensor.

El matón le hace un signo con el dedo índice para que se calle y pulsa el botón de la planta baja. Antes de que las puertas del ascensor se cierren, le devuelve a Cristina su pistola.