—CRISTINA, ¡qué sorpresa! —dice Tamara al abrir la puerta—. No te esperaba. ¿Tienes noticias?
—Me temo que no. Vengo a hablar con Eddie.
Tamara se limpia las manos en el delantal empolvado de harina.
—¿Con Eddie?
—Vino a verme a la comisaría. No sé si te lo contó.
—¿Cuándo fue eso?
—Hace un par de días.
—¡Será granuja! Me pidió que lo llevara a Ámsterdam porque quería visitar a un amigo.
—Vino para intentar convencerme de que su madre no se había suicidado. Yo estaba ocupada y fui un poco brusca con él. Me gustaría disculparme.
—Pues te deseo suerte, porque está de un humor de mil demonios. Lleva unos días encerrado en su habitación. No quiere ver a nadie y casi no come. Estoy muy preocupada por él. Se lo guarda todo dentro. Si por lo menos hablara de Agnes…
—¿Te importa que vaya a verlo?
—Claro que no. Dile que estoy preparando una tarta: a ver si lo convences para que salga de su madriguera.
—Lo intentaré.
—Y sé cariñosa, por favor. Está pasando un momento muy malo.
Tamara acompaña a Cristina hasta la habitación de Eddie. Llama a la puerta con los nudillos.
—¡Quiero estar solo! —grita Eddie desde el interior.
—Soy la inspectora Molen.
La puerta se abre casi instantáneamente.
—¿Tienes tiempo para hablar conmigo? —pregunta Cristina—. No tengo muchas noticias, pero te prometí que te mantendría informado. Puedo volver otro día, si hoy no te viene bien.
—Sí, sí que me viene bien.
—Bueno, os dejo solos —suspira Tamara—. Voy a acabar esa tarta. ¿Bajáis después a comer un trozo de tarta?
Eddie tira del brazo de Cristina y cierra la puerta, sin prestar atención a Tamara.
—Lo que hiciste el otro día no estuvo bien —empieza Cristina—, pero fui demasiado dura contigo. Lo siento.
—¿Por qué me trata como a un niño?
Aquel mocoso siempre cambiaba el rumbo de sus conversaciones. Cristina ha pergeñado un guión para su charla con Eddie, pero no va a servirle de mucho.
—Te trato como a un niño porque te comportas como si lo fueses.
—No es cierto.
—Sí que lo es. Un adulto no tendría miedo de exteriorizar su tristeza: lloraría por la muerte de su madre sin sentir vergüenza.
—Mi madre no se suicidó —insiste Eddie—. La mató Dirk.
—Tu padrastro estuvo con otra persona la noche en que murió tu madre. No pudo ser él.
El caso de Agnes Grijn está oficialmente cerrado, por decisión del comisario Van Sisk. Falta que Eddie lo cierre en su cabeza, aunque no será fácil convencerlo.
—Si te cuento algo, ¿me prometes que lo guardarás en secreto? Podría perder mi trabajo si alguien se entera.
—Lo prometo.
—Ayer fui a hablar con Frank De Vries. ¿Recuerdas quién es?
—El hombre que le escribía mensajes a mi madre.
—Me enseñó un correo que recibió de tu madre, en respuesta al que encontraste el otro día.
Eddie permanece a la expectativa, sin mover un solo músculo.
—¿Y sabes qué le decía tu madre? Que no estaba interesada en su amor, porque no quería compartir con otro hombre el cariño que te daba a ti.