Capítulo 29

EL hospital Onze Lieve está cerca del hotel Little Holland. Aunque no tiene ganas, Cristina decide cumplir el encargo de Van Sisk. Conociendo la buena memoria del comisario, más le vale hacerlo.

Una vez en el hospital, Cristina intenta adoptar una pose relajada. Lisa dice que su forma de moverse, fijándose en los movimientos de los demás, le delata rápidamente como policía. Ser mujer la ayuda a pasar más desapercibida, pero a veces se sorprende de la cantidad de personas capaces de adivinar su profesión.

Antes de llegar a la habitación de Madeleine Leick, Cristina se cruza con varios pacientes que arrastran sus goteros por el corredor. La puerta está entornada y la paciente se encuentra tumbada en la única cama disponible. A su lado hay un vacío opresivo, como si hubiesen retirado otra cama de forma provisional. Cristina percibe el olor a soledad en el cuarto. Nadie acompaña a la mujer, y sobre la mesilla no hay flores, chocolatinas ni revistas; sólo un vaso de agua.

—Disculpe que le moleste. Soy la inspectora Molen, de la policía de Ámsterdam.

Al ver su tarjeta de identificación, el cuerpo de la mujer se tensa. Intenta incorporarse, pero una punzada de dolor le obliga a tumbarse nuevamente en la cama.

—¿Qué hace aquí?

—Me gustaría hablar de las circunstancias en las que recibió esa herida.

—Ya le dije a sus compañeros que no recuerdo nada.

En sus ojos hay una sombra de miedo. Pocas mujeres se atreven a denunciar a sus agresores, intimidadas por la posibilidad de una venganza. Las represalias son frecuentes y la protección policial, un mito: ningún cuerpo de policía del mundo es capaz de proteger a miles de víctimas potenciales las veinticuatro horas del día.

—Sabemos que la agresión tuvo lugar en Prinsengracht. ¿Recuerda al menos la hora?

—No recuerdo nada.

—¿Sabe quién pudo hacerlo?

—Váyase, por favor.

La mujer busca el timbre junto a su cama. Tras varios intentos fallidos, consigue pulsarlo. Poco después entra en la habitación una enfermera: ha oído la discusión desde el pasillo y mira a Cristina con gesto de reproche, como si ésta se hubiese colado en una pastelería después del cierre.

Cristina sabe que Madeleine Leick nunca presentará una denuncia. Tiene demasiado miedo, y no la culpa de ello. Le deja una tarjeta con su número de teléfono, por si cambia de opinión, y sale del hospital.

Cuando está sacándole el candado a la bicicleta escucha el sonido de su teléfono móvil. Es el número de Gerrit.

—¿Tienes los resultados de la autopsia de Anita Roek? —pregunta Cristina.

—Por eso te llamo.

—Iba a regresar a comisaría. ¿Te puedo llamar en media hora?

—Preferiría que hablásemos en persona.

—¿Por qué? —pregunta Cristina, temiéndose una encerrona de Gerrit—. ¿Has encontrado algo extraño?

—No me parece adecuado hablarlo por teléfono. No te preocupes: tengo mucho trabajo y no puedo quedarme en Ámsterdam esta noche. ¿Nos vemos en tu despacho dentro de una hora?

—¿Te dará tiempo a llegar?

—Creo que sí. A esta hora apenas hay tráfico.

—De acuerdo. Te espero allí.

Cristina se sube a la bicicleta y empieza a pedalear. ¿Habrá encontrado Gerrit algo extraño al hacer la autopsia? ¿O será una artimaña para volver a verla?