Capítulo 25

LA noche en el calabozo ha dejado arrugas en el traje de Dirk Grijn, así como rastros de sudor y un aspecto desgarbado. Parece menos seguro que durante su conversación el día anterior, en casa de Tamara.

Su abogado, enviado por uno de los bufetes más caros de Ámsterdam, hace girar en el aire un bolígrafo que debe de costar la mitad del sueldo mensual de Cristina, a juego con el alfiler que ciñe su corbata y que debe de costar la otra mitad.

—Si les parece comenzamos —propone Cristina, tras las introducciones y formulismos de rigor.

—Cuando quiera —concede el abogado, con un gesto magnánimo.

—Su cliente es sospechoso del asesinato de Anita Roek. Él mismo confesó haber pasado la noche con ella en la habitación donde apareció asesinada. Hemos encontrado sus huellas dactilares en la habitación del hotel y cabellos suyos en la ropa de la víctima.

—Cuando me despedí de ella estaba viva —interviene Dirk.

—Explíqueme la secuencia de los hechos desde el principio. ¿Llegaron juntos al hotel?

—Nos dimos cita en el aparcamiento del hotel. Después entramos juntos.

La voz de Dirk es ronca, vacilante. La noche en prisión ha conseguido el efecto deseado.

—¿A qué hora fue eso?

—Hacia la una de la madrugada. En el hotel podrán confirmárselo.

—¿Cuándo se separó de Anita Roek?

—Hacia las siete de la mañana. Yo me marché antes.

—¿Por qué no salieron juntos?

—Ella quería darse un baño.

—Así que se marchó y la dejó sola en la habitación. ¿Lo vio alguien salir del hotel?

—No recuerdo a nadie.

—¿Habló con el recepcionista?

—Había pagado la habitación la noche anterior, y cuando pasé frente a la recepción estaba vacía.

—¿Qué hizo al salir del hotel?

—Fui a dar un paseo por Oesterpark.

—¿A las siete de la mañana?

—Necesitaba aire fresco, y el parque está muy cerca del hotel.

—¿Cuánto tiempo estuvo paseando?

—Aproximadamente una hora.

—¿Vio a alguien durante ese tiempo?

—Quizá me crucé con alguien, pero no recuerdo a nadie en particular.

—¿Qué hizo después?

—Hacia las ocho me fui a desayunar a un café, cerca de la editorial.

—Intentamos localizarlo para comunicarle la muerte de su mujer, pero su móvil estaba apagado.

—Nunca lo enciendo antes de las nueve. Es la única forma de conseguir un poco de descanso.

—A las nueve y media su móvil seguía apagado.

—Quizá lo encendí un poco más tarde… En cuanto me enteré del suicidio de Agnes, fui a buscar a mi hijo a casa de Tamara.

—Volvamos a su estancia en el hotel Little Holland. ¿Discutió con Anita Roek?

—Uno no contrata los servicios de una prostituta para discutir.

—Responda a mi pregunta.

—No, no discutimos.

—¿Era la primera vez que tenía relaciones sexuales con ella?

—Sí.

—¿Podría decirse que tenían una relación más o menos estable, que eran amantes?

—Mi cliente acaba de explicarle que era la primera vez que veía a esa mujer —objeta el abogado.

—¿Por qué contrató los servicios de Anita Roek? ¿Por qué ella y no otra?

—Los gustos femeninos del señor Grijn no vienen al caso —vuelve a protestar el abogado.

—Encontré su número en la sección de contactos de un periódico —dice Dirk—. ¿Qué importancia tiene eso?

Cristina saca del bolsillo el anónimo que le facilitó Eddie; se lo tiende a Dirk Grijn.

—¿Había visto antes este papel?

—No…

—Me resulta difícil de creer. Tenemos motivos para pensar que este anónimo provocó la discusión que tuvo usted con su mujer, horas antes de su muerte. ¿Está seguro de que no se lo enseñó?

—Si hubiese sido así, me acordaría.

—¿Tiene idea de quién puede ser la amiga que firmó ese anónimo?

—No.

—¿Quizás Anita Roek?

—Mi cliente acaba de decirle que no lo sabe.

Cristina apoya los codos encima de la mesa y se inclina hacia el abogado.

—Déjeme que le explique una hipótesis: su cliente sospechaba de que Anita Roek había escrito el anónimo, en el que le explicaba a su mujer que tenían una relación. En el hotel, el señor Grijn acusó a Anita Roek de escribir el anónimo para provocar la ruptura de su matrimonio. La discusión degeneró en una pelea. Su cliente empujó a Anita Roek, que recibió un golpe fatal en la cabeza. Fin de la historia.

—Con tanta imaginación, debería escribir usted novelas policíacas —ironiza el abogado con voz engolada—. Supongamos por un momento que su fábula fuese cierta, aunque no sea el caso, ¿le parece plausible que después de matar a Anita Roek mi cliente enviase a la policía al lugar del crimen?

—Fue el último cliente de la víctima.

—Lo cual no lo convierte en un asesino… A no ser que disponga de pruebas concluyentes, exijo que Dirk Grijn sea puesto en libertad de forma inmediata.

—El juez ha decidido aplicar prisión preventiva.

—¿Por qué motivo?

—Para evitar que su cliente huya del país.

—Eso es inadmisible —protesta el abogado con firmeza, como si estuviese recitando un alegato ante un tribunal.

—Si no le gusta, vaya a hablar con el juez.