LA víctima lleva varias horas muerta. Está tumbada de costado, con los ojos mirando al techo, como si buscase en él una mancha o un espejo imaginario. Viste una minifalda roja y una blusa de color blanco. La sangre se ha coagulado en la parte posterior de su cráneo, y muestra hematomas en brazos y piernas, además de un labio roto. En esta ocasión no se trata de un suicidio.
Cristina llama a la comisaría y le pide a Lisa que envíe un médico para examinar el cadáver, así como a varios miembros de la policía científica para peinar cada centímetro de la habitación. A continuación le ordena al recepcionista que salga, para poder observar el lugar con calma y evitar que deje sus huellas en la habitación.
En la mesilla de noche hay restos de sangre. Es posible que la víctima se golpeara la cabeza contra ella. Quien le provocó los moratones tenía intención de hacerle daño, pero puede que su intención no fuera matarla. Muchas peleas acababan de forma imprevisible.
Era poco probable que el autor del crimen fuese Dirk Grijn. Parecía demasiado listo para asesinar a la mujer que le servía de coartada, y después enviar a la policía al lugar donde había dejado el cadáver. Quizá le dio una paliza a la prostituta, sin sospechar que sus heridas le provocarían la muerte. Aun así, no tenía sentido que enviase a Cristina al hotel.
La inspectora se pasea por la habitación con las manos en los bolsillos, observándolo todo mientras espera la llegada del médico y de la policía científica. Las impresiones iniciales suelen ser las más importantes, y en esa ocasión goza del dudoso privilegio de haber descubierto el cadáver. La mayoría de las veces, cuando llega a la escena de un crimen el lugar ha sido pisoteado por familiares, curiosos y mujeres de la limpieza, además de algún policía descuidado, cuyas huellas resultan más visibles que las del asesino.
Se pone unos guantes de látex y abre el bolso de la muerta. En la cartera hay un documento de identidad. La foto es de hace varios años, pero resulta reconocible. El nombre de la víctima es Anita Roek, domiciliada en Groningen.
En el bolso hay un ejemplar de la novela El Proceso, de Kafka. Marcando una página, a mitad del libro, se encuentra una tarjeta de inscripción de una biblioteca de Ámsterdam. Muchas prostitutas no han superado la escuela secundaria, y debe de haber pocas que se interesen por Kafka. La tarjeta de la biblioteca refleja una dirección en Ámsterdam: De Boelelaan, 29.
Durante su conversación con Dirk Grijn, horas antes, Cristina no tuvo la impresión de que fuese estúpido ni de que estuviese consumido por los remordimientos. Era verosímil que no supiese que la prostituta había muerto, lo cual parecía sugerir la visita de un último cliente. ¿Quizás un huésped del hotel? ¿Un empleado?
El médico acaba de llegar. Saluda a Cristina brevemente y, sin perder tiempo, se arrodilla junto al cadáver para examinarlo, mostrando el mismo respeto que le merecería un pedazo de salami. No es la primera vez que Cristina coincide con ese médico. Frisa la cincuentena y tiene una calva brillante, afeitada recientemente. Huele a tabaco y sus dedos poseen una coloración amarillenta, de fumador empedernido. Nada en su indumentaria sugiere su profesión: de no ser por su maletín y sus instrumentos, sería fácil confundirlo con un huésped del hotel.
Deja que el médico se ocupe del cadáver y llama al comisario Van Sisk. Le parece improbable que Dirk Grijn haya asesinado a la prostituta, pero, por el momento, es el único sospechoso que tiene. Tras explicarle al comisario lo sucedido, con toda suerte de detalles, le pide que solicite al juez una orden de detención contra Dirk Grijn. Van Sisk promete hablar de inmediato con el magistrado. En cuanto dispongan de la orden firmada, enviará a Boer y Rils a detenerlo.
Cristina regresa al vestíbulo. El recepcionista está sentado en un sillón. Tiene el rostro cerúleo y chupa nerviosamente un cigarrillo, delante de un cartel que prohíbe fumar. O es el primer cadáver que ve en su vida o tiene miedo de que se lo atribuyan a él.
—¿Quién estaba en recepción ayer por la noche? —le pregunta Cristina.
—No era yo.
—Ya lo sé. Me lo dijo usted antes.
—Fue Jeroen… Jeroen Bakker. Alternamos los turnos.
—¿Cuándo le corresponde al señor Bakker volver al hotel?
—Mañana por la mañana. Tiene el turno que empieza a las nueve.