CRISTINA aparca el utilitario policial en el jardín de Tamara. Evita conducir siempre que puede, pero en esa ocasión el coche es la única alternativa viable para recorrer los treinta kilómetros que separan Ámsterdam de Bloemendaal.
Lisa ha conseguido contactar con Dirk Grijn. Al enterarse de la muerte de su mujer, ha ido a casa de Tamara para recoger a su hijastro.
A pesar de lo unido que estaba a su madre, el niño tiene un aspecto sereno, como si no hubiese asimilado lo sucedido. La policía ha puesto a disposición de la familia un psicólogo infantil, especializado en situaciones de estrés emocional, pero Eddie no quiere hablar con nadie, ni siquiera con su padrastro.
Tamara recibe a Cristina con los ojos llorosos, aunque más tranquila que unas horas antes.
—¿Dónde está Dirk Grijn?
—Arriba —responde Tamara—. Ahora le aviso.
—¿Y el niño?
—Destrozado, aunque no lo parezca. Pobre criatura.
—¿Alguien le ha explicado la forma en que murió su madre?
—Todavía no.
Cristina ve bajar por las escaleras a un hombre de complexión atlética y mirada cetrina, cuya arrogancia hubiese sido la envidia de Clark Gable en Lo que el viento se llevó. Hay algo en Dirk Grijn que genera desconfianza, aunque Cristina no sabe exactamente qué. Su rostro está serio, pero no parece triste. Más bien contrariado, como si el fallecimiento de su mujer hubiese trastocado su orden del día.
—Soy la inspectora Molen, de la brigada de homicidios de Ámsterdam. Siento la muerte de su mujer.
—Se lo agradezco.
—Sé que es un momento difícil para usted, pero si me lo permite, me gustaría hacerle unas preguntas.
Dirk le pide a Tamara que se ocupe de Eddie. Como si estuviera en su casa, guía a Cristina hacia el despacho. Invita a la inspectora a sentarse en un sillón junto a la ventana.
—Soy todo suyo —dice Dirk, entrelazando sus manos en gesto de plegaria—. Pregunte lo que tenga que preguntar.
—Disculpe que empiece con una pregunta algo directa. A juzgar por el comportamiento de su mujer en los últimos días, ¿le resulta sorprendente que se quitara la vida?
—La verdad es que no. Desde que a su padre le diagnosticaron un cáncer estaba como desorientada. Comía muy poco y había dejado de reír. No era la de antes. Yo intentaba sacarla a cenar, llevarla a conciertos, pero no servía de nada.
—¿Cuándo vio a su esposa por última vez?
—Ayer por la tarde.
—Me consta que tuvieron ustedes una discusión.
—¿Se lo ha dicho Tamara?
—Responda a mi pregunta. ¿Discutió con su esposa?
—Sí.
—¿Por qué motivo?
—Supongo que Tamara ya se lo ha contado.
—Se lo estoy preguntando a usted.
—Discutimos por cosas de matrimonios. En todos sitios cuecen habas.
—¿Podría ser más preciso?
—Agnes estaba muy irascible y se enfadaba por cualquier cosa. Discutimos por una nimiedad… ni siquiera me acuerdo de cuál fue el desencadenante.
—¿Y desde ayer por la tarde no volvió a ver a su mujer?
—Así es.
—¿A qué se dedica usted, señor Grijn?
—Poseo una editorial.
En algunos interrogatorios era necesario aproximarse lentamente al interrogado, mediante círculos concéntricos y pasitos de astronauta. En ese caso, Cristina tiene la impresión de que debe lanzarse directamente a la piscina.
—Tengo entendido que fundó su editorial después de su matrimonio.
—Mi mujer tenía dinero. ¿Es eso un crimen?
—Desde luego que no. ¿Cómo definiría el estado de sus negocios?
—Muy saludable.
—Supongo que todas las empresas pasan por momentos difíciles, sobre todo al principio.
—No sé adónde quiere ir a parar. ¿Me está acusando de algo?
—No, no le estoy acusando de nada. ¿Podría decirme dónde pasó usted la noche?
—Prefiero no responder a esa pregunta.
—En ese caso, asumiré que estuvo solo.
Dirk se levanta y se sirve un coñac del mueble bar. Observa la copa a contraluz, como si no tuviera prisa. Sus movimientos seguros y ceremoniosos, semejantes a los de un pavo real, le recuerdan a Cristina al dictador Hynkel en la película de Charlie Chaplin, cuando hace volar en el aire un globo pintado con la esfera terrestre. Si su aplomo es fingido, se trata de un magnífico actor.
—¿Lo que le cuente quedará entre nosotros? —pregunta Dirk.
—No puedo asegurárselo. Estamos hablando de una investigación policial.
Dirk Grijn vuelve a sentarse en el sillón. Hace girar su copa de coñac antes de beber un trago.
—Estuve con una prostituta.
—¿Después de discutir con su mujer?
—Preferiría que mi hijo Eddie no se enterara de esto.
—Lamento no poder garantizárselo. ¿En qué lugar se encontró con la prostituta?
—En el hotel Little Holland, cerca de Oosterpark.
—¿Recuerda el número de la habitación?
—La 175. Me registré con mi propio nombre.
—¿A qué hora llegaron al hotel?
—Hacia la una de la mañana. Es posible que el recepcionista se acuerde.
—¿Se marcharon juntos?
—No, yo lo hice primero; debían de ser las siete de la mañana, poco más o menos.
—¿Conserva el número de teléfono de la prostituta?
Dirk hace girar la copa y apura el coñac de un trago. Cristina tiene la impresión de que una sonrisa aflora en sus labios, aunque desaparece rápidamente: quizá no haya sido más que una mueca, consecuencia de los nervios.
—Por supuesto que conservo su número.