MEDIA hora después, el taxi deja a Agnes y Eddie en la localidad costera de Bloemendaal, a pocos kilómetros de Ámsterdam.
En el reparto de bienes a raíz de su divorcio, Tamara se quedó con el chalet familiar. Vive con Angelique, su hija de quince años, y con Florinda, una criada gallega que entró a servir en casa de sus padres cuando Tamara era niña y que, cuando nació Angelique, se trasladó con ellos a Bloemendaal.
Tamara sale al jardín a recibirlos. Abraza a Agnes y besa a Eddie en la frente. Florinda hace un intento de llevar la maleta hacia la casa, pero Tamara se lo prohíbe a causa de su reuma.
—Qué guapo está el niño —dice Tamara.
Agnes sabe que lo dice por halagarla. Eddie se parece mucho a su padre, que nunca fue especialmente atractivo. Además de su inteligencia, Eddie heredó de él unas orejas demasiado grandes, el mentón prominente y los ojos de aparecido. El único rasgo en el que Agnes se reconoce en su hijo es en su pelo castaño, liso. Lamentablemente, Eddie ya no quiere dejárselo largo, como cuando era pequeño.
—¿Y tu hija Angelique? —le pregunta Agnes.
—Está pasando el fin de semana con mi exmarido. ¿Qué tal se encuentra tu padre?
Agnes espera a que Eddie se separe unos metros. Baja la voz, hasta convertirla en un susurro.
—¿Para qué te voy a mentir? Me da miedo ir a verlo. Cada día que pasa está peor.
—Se pondrá bien, ya verás.
—Se me viene todo encima, Tamara. Primero la enfermedad de mi padre… y ahora esto.
—Todo se solucionará… Florinda, llévese a Eddie a merendar algo. Habrá que preparar las dos habitaciones del piso de arriba y poner toallas en el baño.
—Sí, señora.
El niño sigue a la criada hacia la cocina. Florinda es una persona callada, sencilla. El exmarido de Tamara decía que se parecía más a un caballo que a un ser humano. Se casó una vez, antes de llegar a Holanda, pero no tuvo hijos. Habla una suerte de holandés con Tamara, gallego con Angelique y una mezcla de ambas lenguas con los demás.
Tamara y Agnes se sientan en un banco de piedra, en el jardín.
—¿Por qué discutiste con Dirk?
—Tiene una amante.
—¿Te lo ha dicho él?
—Lo he sabido por otros medios.
—Menudo caradura.
—Pensaba que con invitarme a cenar esta noche se solucionaba todo.
—¡Que se vaya a cenar con su amante!
Agnes baja la vista, dolida por el comentario de Tamara. Intuye que es exactamente lo que Dirk hará esa noche.
—¿Crees que debo llamarle?
—Ni hablar. Es lo peor que puedes hacer. Si vuelves con él ahora, no te respetará nunca. Tienes que ser fuerte y esperar… El tiempo decidirá.
—Me siento fatal.
—Yo me sentía igual cuando se acabó entre mi marido y yo… Tu relación con Dirk estaba empeorando y un día u otro tenía que estallar. Para Eddie es mejor que se haya terminado de una vez. Le has hecho un favor, créeme.
—No estoy segura.
—No le des más vueltas —Tamara le pone una mano en el hombro—. Ahora, si me perdonas un momento, tengo que hacer varias llamadas para anular la fiesta de esta noche.
—No, no lo hagas.
—No hay problema, de veras.
—Me vendrá bien ocupar la mente en otra cosa. ¿Vendrá algún artista?
Debido a su cargo como redactora jefe de una revista dirigida al público femenino, Tamara recibe frecuentemente invitaciones para asistir a galas y presentaciones variopintas, en las que se codea con famosos y pretendientes a serlo; ocasionalmente, también con artistas e intelectuales.
—Sólo vendrá un pintor —dice Tamara.
—¿Cómo se llama?
Agnes es profesora de historia del arte en un instituto. Aunque no ha visitado una exposición desde sus tiempos en la universidad, le gusta considerarse al tanto de las nuevas corrientes artísticas.
—Su nombre es Karel.
—No me suena.
—No es muy conocido, al menos por el momento. También estará Orson, que hace crítica de cine; Nanouk, la astróloga de la revista; Arthur, mi profesor de tenis, y una periodista que quiere una sección en la revista… y creo que nadie más… No, nadie más. ¿Seguro que no quieres que lo anule?
—Me vendrá bien un poco de compañía. Además, hace siglos que no voy a una fiesta.
Tamara reprime un gesto de alivio. La cena es una excusa para encontrarse, por primera vez, con su profesor de tenis fuera del club. Arthur está impresionante con pantalones cortos, aunque es de esa clase de hombres que están guapos con cualquier cosa. Incluso sin ropa.