Capítulo 9

CUANDO salen del restaurante, Agnes está más afable. Delante de Eddie es menos dura con Dirk.

Aparcan el coche y caminan hacia su barcaza, fondeada en Prinsengracht. Compraron esa casa flotante poco después de su boda, debido a la insistencia de Dirk. Agnes había confiado en que, con el tiempo, su marido se cansaría de la falsa bohemia, o ella se acostumbraría a vivir sobre el agua. Desgraciadamente, ninguna de las dos cosas ha sucedido. La humedad y el vaivén de la gabarra le provocan a Agnes dolores en las articulaciones y un perpetuo mareo. Por si fuera poco, la barca está siempre manchada de excrementos de gaviota, y los turistas se suben a cubierta para hacerse fotografías, como si su casa formase parte del mobiliario urbano de Ámsterdam.

Cada vez que Dirk está de viaje, Agnes tiene miedo de quedarse sola. Cualquiera podría subir a la gabarra desde la acera. Le gustaría instalar una alarma, pero el constante balanceo provocado por la corriente y el paso de otras embarcaciones la haría sonar a todas horas.

—Voy a dormir un poco —dice Dirk—. ¿Vienes?

—No quiero dejar a Eddie solo.

—Estará viendo cualquier cosa en la televisión. Tú y yo podríamos… ya sabes.

—¿Podríamos qué?

—Hacer el amor. Somos marido y mujer, ¿lo has olvidado?

Agnes siente que toda la sangre se le sube a la cabeza. No puede seguir callando, aguantando ese peso por más tiempo.

—Yo he sido tu mujer, pero no estoy segura de que te hayas comportado como mi marido.

—¿Qué estás insinuando?

—Insinúo que tienes una amante.

—¿De dónde sacas eso?

—Quizá no seas tan listo como crees. ¿Piensas que soy tonta y que me trago lo de tus viajes, lo de tu trabajo hasta medianoche?

Dirk piensa en negarlo todo, pero conoce a Agnes lo suficiente para saber que no conseguirá convencerla. Decide salvar lo posible en medio del naufragio.

—Agnes, últimamente las cosas no han ido muy bien entre nosotros…

—¿Vas a decirme que no he sido comprensiva, que tengo la culpa de tu infidelidad?

—Fue una aventura de una noche. Me sentía muy solo esos días. No la he vuelto a ver.

—¿No la has vuelto a ver? ¿Entonces la noche pasada fue una mujer diferente?

—Anoche estuve solo.

—¡Pero si hueles todavía a esa mujer!

Agnes prefiere no discutir. Lo que realmente necesita es que Dirk le jure que la quiere como el primer día, que su padre se repondrá de su enfermedad, que todo volverá a ser como antes.

—No grites —dice Dirk—. Vas a asustar a Eddie.

—¡Es nuestro matrimonio el que está en juego!

—Agnes, déjame que…

—Voy a irme de casa una temporada. Me llevo a Eddie.

Dirk intenta cogerle la mano, pero Agnes lo rechaza. Entra como un vendaval en el cuarto de estar. El niño la mira, intimidado.

—Eddie, nos vamos.

—La película está a punto de acabar.

—Eddie, ¡ahora!

Agnes entra en el dormitorio. Saca ropa de los cajones y la guarda de cualquier forma en una maleta.

—Agnes, espera. Hablemos…

—No hay nada de qué hablar, Dirk. Me marcho.

—Ya has oído a Eddie. No se quiere ir.

—Has caído tan bajo que no creo que vuelva a dirigirte la palabra.

—No seas absurda. ¿Adónde irás?

—No lo sé.

—Démonos unos días para reflexionar. La enfermedad de tu padre nos ha vuelto muy susceptibles a los dos.

—¡Eddie!

—Podríamos llamar a la canguro e irnos a cenar fuera, como antes. ¿Qué te parece?

—Dirk, esto no se resuelve con una cena. Y si uno de los dos tiene que reflexionar, ese eres tú.