CUANDO Anita sale de la ducha se sientan a comer en la cocina: Denise, en chándal; Anita, en albornoz, con una toalla en forma de turbante. En el salón suena el mismo disco compacto de Oasis.
—¿Sabes lo que me hizo Dirk esta mañana?
—De ese tío me lo creo todo.
—Le pedí un poco de dinero… Bueno, pues se lo piensa, lo cuenta durante cinco minutos… hace un rollo con los billetes y me lo deja en el elástico del sujetador, como si fuese una…
—¿Una puta, como yo?
—No he dicho eso.
—Ya sabes lo que opino de Dirk. No me sorprende nada de lo que me cuentes de él.
—He decidido cortar con él.
—Eso dijiste la última vez, cuando te citó en el hotel y no apareció en toda la noche.
—Su mujer se había puesto enferma.
—¿Lo defiendes?
—Voy a dejarlo: esta vez es definitiva.
—Es lo mejor que puedes hacer. Ese tío no es trigo limpio.
Anita se levanta para llevar su plato sucio al fregadero. Sin esperar a que Denise acabe de comer, empieza a fregar. Al principio Denise había interpretado aquella obsesión por la limpieza como un gesto de mala educación, pero ha acabado por acostumbrarse. Algunas personas sienten pánico de la oscuridad o las arañas: Anita no puede soportar la suciedad. De pequeña había sufrido ataques de asma, y en su casa tenían que limpiar los suelos varias veces al día, para evitar que se levantara polvo. Quizás por eso había desarrollado aquella fobia.
—Bueno, ésa es la última mala pasada que me va a jugar Dirk —concluye Denise—. Y tú, ¿cómo estás?
—Harta.
—¿De qué?
—De todo. Tengo ganas de cambiar de vida.
—También tú llevas mucho tiempo diciéndolo —observa Denise.
—Esta vez es definitiva, como tú con Dirk.
Denise se levanta y coge dos manzanas de un cesto.
—He comprado las que te gustan. ¿Quieres una?
—No, no me encuentro muy bien —responde Anita—. Igual he cogido frío.
—No me extraña. Con esa ropa que llevas por las noches…