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Sombras chinescas de conspiraciones y contraconspiraciones

La institución a la que más preocupó la dimisión del general De Gaulle fue el cuerpo de oficiales: ya no quedaba nadie para defender a las fuerzas armadas de los recortes en el presupuesto militar, y no eran pocos los oficiales que temían que el general De Lattre de Tassigny pudiese sacar provecho de la situación. Los Aliados habían oído también rumores de que éste se consideraba sustituto de De Gaulle.

De Lattre era un personaje controvertido. El estilo propio de un virrey de que dio muestras cuando comandaba el 1.º ejército de Lindau en el lago Constanza, donde su cuartel general no carecía de ciertos detalles más propios de un Versalles, lo hizo merecedor de los apodos de le roijean y le general soleil. Sus aires extravagantes, en conjunción con su recién adquirida afinidad con los escritores de izquierda (Aragon, Elsa Triolet, Claude Roy y Roger Vailland recibieron invitaciones para visitarlo en Alemania) dieron pie a otro de sus sobrenombres: général le Théátre de Marigny.

Pese a su carácter intolerante e impaciente, De Lattre era sin lugar a dudas un gran líder militar. Su extraordinaria aptitud para las imitaciones hacía de él una compañía excelente, y su esposa se atraía la admiración y el respeto de todos. Siempre pretendía que todo se hiciese con la mayor rapidez, lo que a menudo le provocaba espectaculares arrebatos de ira. Sin embargo, el lado histriónico de su carácter tenía quizá más que ver con su naturaleza bisexual. Algunos oficiales se referían a él como cette femme. El general Du Vigier respondió cuando el agregado militar canadiense quiso saber cómo se llevaba con De Lattre: «Muy bien, la verdad: sé cómo tratar a las mujeres»[304]. Con todo, a decir del pastor Boegner: «Los severos juicios que se han formulado sobre él no le impiden resultar interesante hasta extremos prodigiosos»[305].

Los temores de los oficiales franceses conservadores y los Aliados se centraban en la ambición de De Lattre, su promiscuidad política, que lo había llevado de militar en la extrema derecha antes de la guerra a convertirse en sospechoso de simpatizar con los comunistas tras ella. Por otra parte, el resentimiento que le había provocado el verse privado de su mando en Alemania a cambio del cargo vacuo de inspector general parecía aumentar el riesgo. Durante un almuerzo celebrado en Estrasburgo en noviembre de 1945, se había quejado hecho una furia al embajador británico de estar en chómage («en paro») y no contar siquiera con un despacho. «Medio en broma, le respondí —reza el diario de Duff Cooper—, que había oído que últimamente no se llevaba mal con los comunistas. Lejos de negarlo, me aseguró que, con ellos, al menos uno sabía dónde estaba.»[306] Un funcionario superior del Ministerio del Interior refirió a la Embajada Estadounidense que De Lattre se había unido de forma oficial al Partido Radical, entidad que los comunistas pretendían absorber. Corría el rumor de que Thorez le había ofrecido el Ministerio de Defensa, pero que el general Revers lo había disuadido de aceptarlo. En diciembre de 1945, el agregado militar canadiense refirió a su homólogo británico que «el Partido Comunista había satisfecho las deudas de De Lattre, que ascendían a unos dos millones de francos. Según él, De Lattre es extravagante a más no poder, lo que le ha supuesto serias dificultades financieras»[307]. Los rumores tomaron fuerza tras la dimisión de De Gaulle. El 20 de marzo, De Lattre fue a ver al embajador británico para informarlo de que corría la voz en París de que la Embajada poseía un carné del Partido Comunista con su nombre. Duff Cooper le garantizó que de allí no había surgido tal rumor, y se comprometió a desmentirlo.

Al igual que muchos asuntos políticos, éste se debía a un conflicto de personalidades más que de ideologías. Los generales Juin y De Lattre se habían profesado odio mutuo desde que ambos se hallaban en la École de Guerre, y éste codiciaba el puesto de aquél en el estado mayor general de defensa nacional. Por otra parte, los dos rivales estaban de acuerdo a la hora de oponerse a los recortes presupuestarios que se habían propuesto en relación con el gasto militar. De Lattre hizo saber al brigadier Daly lo orgulloso que estaba de haber «conservado todo el mobiliario de buena factura de la residencia militar, a pesar de la pérdida de algunas alfombras y óleos de calidad». Durante ese mismo encuentro sostuvo una conversación telefónica con el comandante de la Academia Militar de Saint-Cyr. «¿Cuántos alumnos tiene en su escuela en estos momentos? —quiso saber De Lattre—. Mil ochocientos, ¿no? Redúzcalos de inmediato a mil doscientos. Quiero que al final queden tan sólo seiscientos estudiantes: los mejores; así que vaya reduciendo la cifra desde este momento. Por ahora, deshágase de seiscientos; dígales que deben marcharse por su propio interés. ¿Que no me ha oído bien? Bueno, pues deshágase también de su oficial de comunicaciones por tener los teléfonos en tan mal estado.»[308]

El general De Lattre demostró no estar atado a los dictados del Partido Comunista al oponerse en redondo a sus exigencias de una milicia popular encabezada por un cuadro muy reducido de regulares. Con todo, los rumores que se habían desatado en torno a su persona supusieron para el SHAEF la confirmación de lo acertado de su reticencia a confiar a los franceses cuestiones de inteligencia militar. Así, se les había mantenido al margen de la «decimotercera carta» (espionaje extremo, basado en la interceptación del tráfico alemán de señales), aun a pesar de que habían participado en gran medida en los empeños iniciales por descifrar el código empleado por los alemanes con la máquina Enigma[309].

La primavera de 1946, la que siguió a la dimisión de De Gaulle, fue un tiempo de profunda intranquilidad. Al nuevo primer ministro, Félix Gouin, se le hacía incómodo vivir con la presencia amenazadora del general en Colombey-les-deux-Églises. Gouin, abogado socialista marsellés, había defendido a Léon Blum cuando Vichy lo juzgó en 1942. Tras la liberación había obtenido el puesto de presidente de la Asamblea, y su reputación de conciliador había hecho que el Partido Comunista no se opusiese a nombrarlo candidato a la Jefatura del Gobierno. De Gaulle lo despreciaba por considerarlo un cero a la izquierda, y acostumbraba referirse a él como le petit pére Gouin.

Durante los seis meses siguientes, la administración de Gouin desmanteló una serie de creaciones del general para seguir el programa socialista surgido de la liberación. Así, se votó por la nacionalización de la industria minera en hora y media, bien que la de los bancos más importantes llevó todo un día. Con él se inició la era del tripartisme, el frágil reparto del poder entre comunistas, socialistas y democristianos del MRP, y el principal objetivo político de la izquierda consistió en aprobar un borrador de Constitución para la futura Cuarta República.

Los socialistas, influidos en parte por su hondo anticlericalismo tradicional en materia de educación, se alinearon con los comunistas frente al MRP. Éste fue un movimiento peligroso, más aún si se tiene en cuenta que aún trataban de establecer su independencia del Partido Comunista. A raíz de esto, el referéndum que debía celebrarse el 5 de mayo de 1946 tuvo una significación mucho mayor que lo que en él se decidía, y el imprevisto resultado influyó sobremanera en los subsiguientes comicios, programados para el 2 de junio. El país, al igual que los propios comunistas, comenzó a ver este plebiscito como un voto de confianza al Partido Comunista francés.

La primavera de 1946 fue testigo de un aumento considerable de actividad por parte de la derecha. En una fecha tan temprana como la del 4 de febrero, el general Billotte acudió a Duff Cooper con la esperanza de que el gobierno de su majestad se mostrase de acuerdo en respaldar un «nuevo movimiento político, una especie de partido de centro llevado del objetivo principal de combatir el socialismo»[310]. El empleo que hacía Billotte de la expresión «partido de centro» forzaba más bien su significado usual.

Los representantes de los partidos de derecha también se apresuraron a visitar la Embajada Estadounidense. «Tengo el honor de notificar —escribió Caffery con cierto asomo de mordaz fruición—, que la Embajada ha recibido a varios grupos que, a decir de sus representantes, están enamorados de Estados Unidos. Sin embargo, en todos los casos ha resultado en el transcurso de la conversación que lo que tenían en mente no era otra cosa que conseguir, de un modo u otro, una subvención del Ministerio de Asuntos Exteriores.»[311]

En términos electorales, los nuevos partidos de derecha no eran muy numerosos. El mayor era el Parti Républicain de la Liberté, concebido como «vehículo anticomunista» para reunir a miembros de la derecha de preguerra y partidarios del mariscal Pétain. En París contaba con cierto número de seguidores, pero fuera de la capital eran muy pocos quienes lo respaldaban.

En una época en la que, en palabras de Caffery, la situación se estaba tornando «favorable al caos y a los hombres a caballo», los realistas vieron muy aumentadas sus esperanzas[312]. El conde de París creía poder unificar la nación, y no tardaron en aparecer carteles en las paredes de la capital que rezaban: Le ROI… Pourquoi pas?, un mensaje que parecía reflejar una falta de confianza curiosa en un tiempo de pasión política.

El coronel Passy era totalmente contrario a la idea de que los estadounidenses o los británicos respaldasen a los grupos de derecha. Durante un almuerzo con el general de brigada Daly identificó correctamente al Partido Socialista como la fuerza política que más posibilidades tenía de oponerse a los comunistas. Sin embargo, en lo que respecta a otros asuntos se mostró menos clarividente. El principal peligro al que se enfrentaba la Francia de entonces consistía en golpes de estado por parte de la derecha que, por desmañados e ineficaces que fueran, corrían el riesgo de jugar en favor de los comunistas.

A principios de abril de 1946, el brigadier Daly recibió al conde Guy de Maillé, quien decía actuar en nombre de un comité de cinco personas que representaba a los principales movimientos políticos anticomunistas.

El asunto se tornó más complicado con la participación de Kenneth de Courcy, fanático anticomunista británico. De Courcy dijo a Daly que estaba trabajando codo a codo con C (sir Stewart Menzies, director del Servicio Secreto), aunque eso no era cierto; al parecer, sus principales asociados eran Pierre de Werne, el duque Pozzo Di Borgo y el archiduque Otto von Habsburg. De Courcy mantenía una relación bastante estrecha con el duque de Windsor, pero resulta difícil determinar si el antiguo rey estaba implicado en su extravagante conspiración[313].

Con la intención de implicar en sus planes a las autoridades británicas, Kenneth de Courcy llevó al general de brigada Daly a comer a la magnífica casa de campo que poseía Pozzo Di Borgo en el número 51 de la rué de l’Université. Daly ignoraba por completo que este último hubiese sido militante destacado de la Cagoule, arrestado en 1937 junto con su dirigente, Eugéne Deloncle, por conspirar contra la República.

Otto von Habsburg alegó que los rusos, ayudados por una serie de levantamientos comunistas producidos en diversos países, acabarían por invadir la Europa occidental, lo que supondría una amenaza seria para el Imperio británico. Los comunistas respaldarían a los nacionalistas árabes del norte de África y cortarían así la ruta que unía a los británicos con su Imperio al este de Suez. Habsburg presentó asimismo un informe relativo a la policía parisina, según el cual, de un total de veinte mil agentes, seis mil eran comunistas. Se quejaba de que, a su parecer, los estadounidenses no fueran conscientes de la amenaza. Junto con Pozzo, estaba convencido de que el general De Lattre de Tassigny preparaba un golpe de estado de izquierda.

No tardó en salir a la luz que el candidato que proponían en cuanto dirigente de Francia era el príncipe Napoleón, tataranieto del rey Jerónimo, que a la sazón contaba treinta y dos años. Este joven oficial recién retirado de casi dos metros de estatura había servido con tal valentía en la legión extranjera que De Gaulle no había dudado en concederle la residencia en Francia. El vizconde de Ramolino, intermediario y asesor de Napoleón, había acudido al embajador británico un año antes para evaluar la posibilidad de un enlace matrimonial con la princesa Isabel o Margarita Rosa. Cuando Duff Cooper le comunicó el carácter imposible de tal propuesta, Ramolino propuso a la hija menor del primer ministro, Mary Churchill. Su padre no pudo menos de encontrar muy divertida semejante idea.

Daly se dio cuenta enseguida del peligro que corría su embajada de verse envuelta en algún asunto turbio cuando De Courcy reveló que planeaba financiar a la derecha francesa con parte del activo de la Anglo-Persian Oil Company. El agregado militar consideró todo lo expuesto «altamente peligroso en lo que a nosotros atañe»[314].

El 8 de mayo, Daly decidió interrumpir todo contacto con De Courcy, a quien hizo saber su resolución por mediación de Ninette de Valois, que se hallaba de visita a fin de reclutar personal para su ballet. Sin embargo, su decisión llegó demasiado tarde, al menos en un sentido: alguien había hecho circular pruebas fotográficas falsas que pretendían mostrar que Daly había concedido trescientos millones de francos al derechista Parti Républicain de la Liberté. John Bruce-Lockhart, jefe de sección del SIS, pensó que debía de tratarse de un ardid soviético concebido para rebatir las acusaciones de que Moscú estaba financiando al Partido Comunista francés.

Haciendo acopio de coraje, Daly confió el problema al ministro de Asuntos Exteriores británico, socialista veterano, que a la sazón se alojaba en la embajada. «Acaban de acusarme, señor Bevin —le anunció—, de financiar a la extrema derecha francesa». «Pensaba que todos los oficiales de su regimiento se hallaban en la bancarrota», respondió Ernest Bevin antes de soltar una sonora risotada. Aquella noche, el agregado militar escribió aliviado en su diario: «Me pregunto si sabía de verdad a qué regimiento pertenecía yo. De cualquier modo, ha sido una buena respuesta»[315].

El principal peligro de que acabaran por desbordarse asuntos triviales radicaba en el hecho de que, en Francia, todo aquel que perteneciese a los círculos militares o funcionariales parecía estar obsesionado con el espionaje, actitud heredada de la época de la ocupación y la Resistencia. «C’est la clandestinité qui méne l’affaire», reconoció cierto alto cargo del Servicio de Inteligencia francés a un homólogo británico.

Con todo, los problemas reales a los que se enfrentaban los servicios de información británicos se hallaban en Londres. En 1944 se puso a Kim Philby —que más tarde resultó ser uno de los mejores espías de la Unión Soviética—, al cargo de un nuevo departamento antisoviético del SIS. Cuando Muggeridge envió a Londres un informe, entregado por un tal «coronel A» (tal vez el coronel Arnault), relativo a la infiltración comunista en el gobierno francés, Philby le hizo llegar la orden de hacer caso omiso de cualquier material proporcionado por una fuente que consideraba poco digna de confianza. Asimismo, remitió a Muggeridge un cuestionario relativo a las medidas que estaban tomando los franceses contra la infiltración soviética. Por irónico que resulte, la organización de Passy, que a la sazón estaba siendo atacada en cuanto bastión anticomunista, estimó más juicioso no cooperar. De cualquier modo, Passy consideraba que la mayor parte de las preguntas era tan sencilla que rozaba el ridículo, dado que muchas de las respuestas, a su parecer, podían encontrarse en la guía de teléfonos. Él y Soustelle sospechaban de un doble farol por parte de los británicos.

Philby viajó a París en no menos de dos ocasiones. La primera vez fue durante el invierno de 1944 y 1945, cuando visitó a Muggeridge y se alojó con él en la avenida de Marigny, y volvió a la capital en mayo de 1946. «Philby, miembro del MI6 especializado en comunismo, vino a verme —anotó Duff Cooper—, pero no me dijo gran cosa que yo ya no supiera». El doble agente, sin embargo, volvió a enredar las cosas. Marie-Madeleine Fourcade, que había reavivado parte de su red de espionaje de tiempos de la Resistencia (el Arca de Noé) para emplearla en contra de los comunistas, se había mantenido en contacto con el representante del SIS en París. Le había mostrado la transcripción de lo tratado en las reuniones más recientes del Politburó del Partido Comunista francés antes de explicarle que necesitaba una suma sustancial de dinero cada mes si no quería perder aquella fuente. El representante del SIS estaba persuadido de que las transcripciones eran auténticas, y el director superior de Londres, Kenneth Cohen, que había supervisado las operaciones efectuadas por Marie-Madeleine durante la guerra, también lo creía. Sin embargo, la decisión final correspondía al director de la sección encargada del comunismo internacional: Kim Philby. Éste declaró que los documentos eran falsos, para lo que se basó sobre todo en lo que aseguró que era fraseología marxista-leninista muy poco convincente. Como quiera que él era el experto, los jefes del SIS de Londres no se atrevieron a contradecir su opinión. Afortunadamente, Marie-Madeleine había mantenido bien en secreto el nombre de su confidente, por lo que Philby no tuvo ninguna posibilidad de delatarlo[316].

A los estadounidenses no les fue mucho mejor durante la primavera de 1946. El aluvión de rumores hizo imposible identificar las verdaderas amenazas. Llegó a circular incluso un informe que afirmaba que los rusos estaban dispuestos a invadir Francia sirviéndose de cuerpos de paracaidistas, acción que comenzaría el 26 de marzo. Al mismo tiempo, el general Revers advirtió al agregado militar británico que «los comunistas van a crear incidentes en la frontera con España» a fin de provocar una guerra con Franco y hacer que intervengan los rusos[317]. Revers, anticomunista fanático, pudo haber sido también el causante del bulo que se extendió más adelante acerca de una serie de brigadas internacionales que se estaban entrenando cerca de los Pirineos para combatir en la guerra civil griega, cuando, en realidad, el peligro que se cernía sobre aquella zona provenía de la facción opuesta: elementos de extrema derecha pertenecientes al Ejército francés albergaban la esperanza de que las tropas españolas cruzaran la frontera para arremeter contra los grupos de maquis comunistas.

El embajador estadounidense hizo llegar estas historias a Washington en tono hastiado. «La circulación de informes alarmistas —escribió—, se ve impulsada aún más por el hecho de que el francés medio, tras los años de ocupación, tiende a creer y repetir a pie juntillas casi cualquier rumor, por fantástico que pueda parecer. Tanto es así que desde la liberación han corrido infundios, más o menos intensos según los casos, que afirman que “se está planeando un golpe de estado comunista para el mes que viene”. En ocasiones, llegan incluso a mencionarse fechas concretas.»[318] El personal del servicio de información militar estadounidense en París se mostraba, con la honrosa excepción de Charlie Gray, mucho menos escéptico.

Poca duda cabe de que el Servicio de Inteligencia estadounidense en Europa adolecía de una total falta de información. Un documento relativo a «Clement [sic] Fried, el principal agente con que cuenta Stalin en Francia», advertía de que el sujeto del informe seguía siendo muy esquivo. «Antes de la guerra apenas dormía en el mismo domicilio unas cuantas noches seguidas ni era conocido de más de ocho o diez miembros del Partido Comunista francés.»[319] Lo cierto es que Fried había sido interventor del Komintern en el Partido Comunista francés y mentor de Maurice Thorez; pero la esquivez que se le atribuía en 1946 tenía una razón palmaria: hacía tres años que la Gestapo lo había ejecutado en Bélgica.

El que hubiese seguido descartando de forma resuelta los rumores cada vez más numerosos acerca de un inminente golpe de estado comunista antes del referéndum del 5 de mayo es algo que honra sobremodo a Jefferson Caffery. «En tanto que resulta difícil determinar con exactitud el origen y la intención de tales informes, lo cierto es que quienes los están propagando entre los militares estadounidenses y por otros círculos son elementos franceses anticomunistas». Con demasiada frecuencia, quienes hacían correr estos bulos «se dirigían después a nosotros de manera informal para obtener ayuda financiera o de cualquier otro tipo con vistas a las próximas elecciones».

Más adelante alegaba que «no parece probable la posibilidad de un levantamiento armado de los comunistas en un futuro inmediato, toda vez que se arriesgan a perder mucho más de lo que podrían ganar con una aventura como ésa». Por otra parte, los comunistas se habrían beneficiado sin duda de un «conato abortivo» llevado a cabo por «los extremistas lunáticos de derecha», lo que los habría hecho pasar por «los defensores de la democracia frente a los intentos de establecer una dictadura»[320].

Por desgracia, el Ministerio de Defensa se negó a prestar atención a las advertencias del embajador, que aconsejaba hacer caso omiso de los rumores previos al plebiscito del 5 de mayo. La sobredicha entidad había recibido un informe según el cual los comunistas planeaban efectuar un golpe de estado tras fomentar una serie de alteraciones del orden un día después de las votaciones, el lunes, 6 de mayo.

Durante la madrugada del viernes, 3 de mayo, el Ministerio de Defensa estadounidense envió un mensaje en el más alto secreto al general MacNarney —comandante en jefe de las fuerzas de Estados Unidos destacadas en el teatro europeo, con cuartel general en Frankfurt—, a fin de concederle la autoridad formal necesaria «para trasladar tropas a Francia si se producen en la zona serios disturbios y si en su opinión es esencial enviar un contingente para garantizar la seguridad, repito, la seguridad de las fuerzas estadounidenses o proteger los suministros esenciales para las mismas»[321]. Por otro lado, se permitió llevar a cabo un reconocimiento por parte de una serie de oficiales selectos antes del referéndum del 5 de mayo.

Cierto oficial de transmisiones de Washington, consciente de la naturaleza potencialmente explosiva del telegrama, se puso en contacto con la sala de codificación del Ministerio de Asuntos Exteriores con la intención de sugerir la necesidad de que descifrasen allí el mensaje. Los expertos del departamento europeo John Hickerson y James Bonbright convocaron una reunión urgente y llevaron a los representantes del Ministerio de Defensa a ver a Dean Acheson, viceministro de Asuntos Exteriores. Éstos le recordaron que, dijeran lo que dijesen los rumores que se habían desatado en Francia, era de todo punto improbable que se produjese un golpe de estado comunista.

Acheson y sus colegas dejaron bien claro que «no debería concederse al general MacNarney autoridad discrecional para trasladar tropas a Francia». Señalaron que «el traslado de tropas a lugares muy dispersos de Francia en caso de agitación civil podría entenderse de manera equivocada, dar pie a incidentes y, peor aún, proporcionar incluso una excusa a los comunistas para recurrir a la Unión Soviética a fin de que enviasen ayuda para contrarrestar una intervención estadounidense»[322]. Ni siquiera Acheson y sus subordinados del Ministerio de Asuntos Exteriores estaban, por las trazas, al corriente de los artículos 3 y 4 del pacto franco-soviético firmado por Bidault y Molotov en diciembre de 1944, por los que se obligaba a cada una de las partes a adoptar, en caso de peligro, «todas las medidas necesarias para eliminar cualquier nueva amenaza procedente de Alemania». La nacionalidad de la amenaza, sin embargo, no se especificaba.

El equipo enviado por el Ministerio de Asuntos Exteriores esbozó una serie de instrucciones alternativas para presentarla en la reunión con el estado mayor conjunto que iba a celebrarse a la una y media de la tarde. Estos últimos tan sólo pudieron hacer modificaciones sin importancia a las órdenes originales destinadas al general MacNarney. Ninguna de las partes parecía dispuesta a comprometerse más, de manera que aquella misma tarde, el almirante Leahy, antiguo embajador del mariscal Pétain, presentó ambos esbozos al presidente para que expresase su decisión. Presa de la incredulidad y el horror, Acheson pudo comprobar cómo Truman respaldaba al Ministerio de Defensa.

Acto seguido, Acheson determinó enviar un telegrama a París para advertir a Caffery de la situación y ponerlo al corriente de su fracaso a la hora de intentar anular la orden del Ministerio de Defensa. Sin embargo, acabó por cancelar el envío, un hecho que no deja de ser sorprendente, toda vez que, para consternación del Ministerio de Asuntos Exteriores, la potestad de que gozaba MacNarney para enviar tropas a Francia no perdió su vigencia, ni siquiera después de que el lunes, 6 de mayo, transcurriera sin alteración alguna del orden público. Si Caffery llegó a conocer la orden del Ministerio de Defensa, bien por mediación de Acheson, bien por cualquier otra fuente, lo cierto es que no dijo nada al respecto a los de su entorno. La única satisfacción que pudo obtener el Ministerio de Asuntos Exteriores de un episodio tan preocupante como éste debe encontrarse en una comunicación posterior por la que se desacreditaban las falsas alarmas propagadas por Alemania que habían desembocado en una situación tan extraordinaria. El 5 de junio se envió un mensaje secreto a Robert Murphy, comisionado del presidente en Alemania, que rezaba: «Como ya sabrá, la información filtrada… es por demás falsa. La fuente pertenece a un grupo francés de resistencia de extrema derecha que desea sembrar la alarma y obtener armamento y financiación estadounidenses»[323].