Saturno naciente
(Saturn Rising, 1961)
Este cuento me trae vividos recuerdos de la primera vez que vi los anillos de Saturno cuando fui evacuado, con mis colegas del Departamento de Finanzas y Cuentas de Su Majestad, a Colwyn Bay, en el norte de Gales, durante los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial.
Yo había comprado un anticuado telescopio de poco más de dos centímetros de abertura a un cadete naval de un centro local de instrucción, que probablemente andaba escaso de dinero (y no es que yo anduviese sobrado con mi salario del Servicio Civil, de unas cinco libras a la semana). El instrumento, bastante estropeado, consistía en un tubo de laton que se deslizaba dentro de otro. Extraje el tubo interior (que contenía las lentes y el ocular) y lo sustituí por una lente de foco corto, aumentando considerablemente con ello el poder de ampliación. A través de este tosco aparato contemplé por primera vez Saturno y sus anillos, y, como cualquier observador desde Galileo, me quedé extasiado ante uno de los espectáculos más sobrecogedores del cielo. Poco me imaginaba yo, cuando escribí este cuento en 1960, que dentro de dos decenios, las misiones del Voyager, coronadas por éxitos fantásticos, revelarían que los anillos de Saturno eran más complicados y hermosos de lo que nadie había soñado jamás.
El cuento ha quedado anticuado debido a los descubrimientos científicos de las tres últimas décadas. Ahora sabemos, por ejemplo, que Titán no tiene una atmósfera compuesta principalmente de metano sino de nitrógeno. (Y a eso se refiere la tesis principal de mi novela Regreso a Titán, que se sitúa también en Titán. Bueno, no se puede acertar siempre: ahora la historia se desarrolla en un universo ligeramente paralelo; véase mi nota a El Muro de Oscuridad.)
Hay otro error que hubiese debido corregir entonces. Aunque se pudiese observar Saturno desde la superficie de Titán (cosa que probablemente impediría la neblina de la atmósfera), nunca se lo vería «nacer». Casi con toda seguridad, Titán, como nuestra Luna, tiene su rotación frenada de tal manera que siempre tiene la misma cara vuelta hacia el planeta. Por consiguiente, Saturno permanece fijo en el cielo de Titán, como la Tierra en el de la Luna.
Pero esto no es problema: construiremos nuestro hotel en órbita, que, en todo caso, es una idea mucho mejor. Desde Titán, los anillos aparecerán siempre de lado, de manera que se verán simplemente como una estrecha franja luminosa. Sólo observándolos desde una órbita inclinada se podrían apreciar en todo su esplendor.
Además, sospecho que las condiciones de la superficie de Titán harían que la Antártida pareciese Hawai.