El cielo cruel
(The Cruel Sky, 1966)
No me importa que cruces los mares, que surques seguro el cielo cruel, o que construyas magníficos palacios de ladrillos o metal…
JAMES ELROY FLECKER,
A un poeta de dentro de mil años
Este cuento lo escribí en 1966, seguramente cuando estaba soñando en el año 2001, idea que en gran parte dominó mi vida desde 1964 hasta 1968. Acabo de releerlo con sentimientos bastante confusos, pues ahora resulta que me parezco bastante a mi «doctor Elwin».
Además, la frase «uno de los más famosos científicos del mundo, y sin duda el lisiado más famoso» puede aplicarse perfectamente al doctor Stephen Hawking, cuya obra se refiere también al campo de la gravitación. En julio de 1988 pasé tres horas en un estudio de televisión de Londres con el doctor Hawking (y vía satélite, con el doctor Sagan). Para mí, aquel encuentro fue una experiencia tanto emocional como intelectual, ya que me habían dicho recientemente que padecía la misma dolencia incurable que el doctor Hawking (ALS, más conocida en Estados Unidos como enfermedad de Lou Gehrig). Así que no podía tener demasiadas esperanzas de ver mucho de los años noventa. Por fortuna (véase el prólogo de En mares de oro) el diagnóstico es ahora menos amenazador; pero tengo un interés más que casual en las sillas de ruedas motorizadas. Y lo que aún sería mejor es que alguien quisiera inventar la «Lewie» descrita en este relato. Incluso antes de que encontrase molesta la locomoción, ya envidiaba el Big Bad Barón flotante de Dune.
No se tomen demasiado en serio mi ataque contra la teoría general de la relatividad; pero quisiera que los escritores que se burlan del principio de equivalencia dejasen bien claro que sólo es cierto para pequeñísimos volúmenes de espacio.
Ahora me siento un poco culpable de eliminar uno de los más raros y bellos animales del mundo. Tal vez habría sido un yeti, a fin de cuentas; éste también puede ser raro, pero, por consenso general, no es ciertamente bello.