Sin venir a qué, hoy empecé a darle vueltas a las salidas de la chavala con la tía y hasta que no me la eché a la cara no pude ponerme quieto. Le pregunté dónde iban y ella, que por ahí. Le dije de malos modos que dónde era por ahí y ella porfió que pues por ahí. Me puse loco y la dije a voces que se explicara. Me salió con que qué mosca me había picado ahora y ya le dije que eso era cuestión mía y que lo que quería saber era dónde rayos la llevaba la tía cuando salían juntas. ¡También gibaría que la zorra de ella me la estuviera malmetiendo! Bueno, finalmente dijo que tres tardes estuvieron de compras, dos al biógrafo y dos tomando once en «El Negrito Bueno». Le pregunté si la había presentado hombres y ella que a qué ton. Ya le dije que contestara y no se preocupase de más. Acabó reconociendo que uno en el cine, y le pregunté qué trazas tenía y si se sentó con ellas. La chavala, que bien trajeado y que nones. Entonces le dije si habían salido con alguna otra mujer, y ella que eso no. Luego anduve apretándola para que soltase de qué hablaban, y ella que de cosas de mujeres, pero yo porfié y terminó por decirme que la tía le contaba cómo sisaba al tío, y también que a los hombres hay que dejarles que crean que mandan para luego hacer una lo que se la antoje. ¡Qué bonito! Le pregunté si no le hablaba de mí, y ella que a cuento de qué, pero seguí, erre que erre, y acabo por reconocer que alguna vez la tía le había dado consejos para atraerme, e inclusive le preguntaba si tenía posturas, y que ella no sabía a punto fijo qué quería decir, pero decía que sí para que callara la boca. ¡No te giba la tía guarra esta! Motivos me sobran para saltarla las muelas de un testarazo y si me dejara llevar, por Dios bendito que iba a oírme. Estoy negro. La Anita, venga de preguntarme qué pasaba ahora con la tía y ya le dije que, como pasar, nada y que un poco de curiosidad le pica a cualquiera. He andado dando vueltas en la cama hasta las tantas para luego no determinar nada.
3 junio, jueves
Cada vez que me echo a la cara a la tipa esta me descompongo. Desde el primer día ya me olió que no era trigo limpio. ¡Qué no serán las corazonadas! Este mediodía el cipote del tío empezó a hacerla monerías y a decirle mi perrita choca y tuve que largarme para no dar el espectáculo. ¡No te giba! Y la pingo de ella como si nada; poniendo caras y meneando las cachas cada vez que me adelanta por el pasillo. ¡Hay que echarle calma al asunto! ¡Ni sé lo que debo hacer, ni lo que procede, ni nada! Desde luego habrá que determinar algo. Y lo grave del caso es que la prójima, bien mirado, no deja de tener su qué.
Se ha pasado el día diluviando. Según el tío, ahora hasta agosto. ¡Estamos apañados!
5 junio, sábado
Mira tú por donde se resuelven las cosas. Ya sabía yo que esto terminaría mal. De qué si no. La cuerda se rompe siempre por lo más flojo, ya se sabe. Ahora sale la chavala con que si fui demasiado lejos y que si tal y que si cual. Esto pasa cuando llueve sobre mojado. Pepita en la lengua no tengo. Si yo he aguantado lo que he aguantado a la Anita y a sus viejos se lo deben; si no de qué. Así se lo solté a la chavala y que lo comprendía. Uno no será un señorito de cuna, qué coño, pero tampoco un robaperas. Lo que yo le digo a la chavala, la paciencia tiene un límite. Y luego estaba lo de la otra; la pingo esa que sólo de oírla me atufo, vamos. Y no es aquello de que el tío tenga o no tenga razón con lo de la letra. Pero pasemos porque yo dejara la letra donde no debía. ¿Qué tiene eso que ver con que yo me reúna los sábados con cuatro gallos a beber unos tragos? Si él empleaba las tardes de los sábados y los domingos en aprenderse la ciudad y relacionarse, con su pan se lo coma. ¿Le he censurado yo, acaso? Entonces, por qué ley ha de reprenderme él a mí si parlo con el carrero, o si me bebo un trago con dos amiguetes, o si salgo al campo los domingos. ¿Es que hay algo más inocente que eso? Bueno, pues él dale con la mula, que ya está bien de farras y que no paga más vicios y ya, implado, le solté que se buscara otro recadero a ver si le hallaba por esa limosna. Al candongo se le escapaban los ojos cuando vino hacia mí con que si la culpa la tenía él por traerme en un vaporcito de lujo como un señorito, y que esa fue su primera equivocación, y la otra meterme en casa como a un hijo, y ya le solté que eso tampoco, porque mi señora y yo pagábamos lo que comíamos, y el cipote loco que ¡rechucha!, que con ochenta pesitos ni el choclo amortizaba y que así le paga el diablo a quien bien le sirve. Entre las voces del torda y los ojos de la zorra de ella me puse negro y le solté todo lo que me vino a las mientes, entre otras cosas que lo que hizo al traerme de allá era lo que hacían otros gilís como él hace cien años y más con los negros del África, con la diferencia que él me trajo en un barco de postín, pero, como nada quería agradecerle, le devolvería uno sobre otro los pesos del pasaje, porque a fin de cuentas no soy un potentado, pero con ocho billetes, o con diez, o con los que sean, me limpio yo el ojete. Porque yo me cisco en la plata estando en juego el orgullo, cosa que él no sabe hacer porque le faltan arrestos para eso. El marrajo venía a mí con las del beri y menos mal que le agarraron a tiempo que si no le descresto. Al gilí se le iba el moquillo cuando voceaba que más leso era él por confiar en nadie y que ya me las estaba endilgando de su casa al tiro y ya le dije que recién amaneciera, y para no guardarme nada le solté que si sabía qué se pensaban de él en la barraca y el torda, a voces, que qué tenían que decir de él en el negocio, y ya le dije que los del negocio y yo, y yo y los del negocio, pensábamos que si tuviera la mano tan abierta como la bragueta, mejor nos pintaría a todos. Se quiso soltar y abanicarme y ya le advertí que ojo, que a mí no me había tocado ni mi padre, que gloria haya, y que no hiciera algo de lo que tuviera luego que arrepentirse. La Anita se vino a mí hecha un lloraduelos y nos largamos a la pieza. Bien sabe Dios que si no es por ella y por el bombo aún era floja.
He quedado con la chavala en que mañana buscaremos casa y trabajo donde sea. Colocaciones no me han de faltar. Tocante a lo de la tía, tentado estuve de desembuchar, pero finalmente cerré el pico. Una cosa no tiene que ver con la otra. Sentí dar las cinco sin pegar ojo.
6 junio, domingo
Por primera providencia dejamos las maletas donde Lautaro. La chavala andaba como achucharrada y ya le dije que a qué ton, que cuando menos ahora somos independientes. Pero que si quieres. La panoli ha andado todo el santo día con las lagrimitas. A Lautaro, el hombre, se le veía afectado. De entrada empezó con que mi señora era muy joven y ya mosca le dije que sí, que talmente parecía una cabrita, pero que ese disco ya le conocía, y que ahora lo que procedía era encontrar una pieza barata donde dar con nuestros huesos. El hombre me recomendó una casa a dos cuadras, de una que le dicen la Verdeja, que tiene cuatro pupilos y, por un casual, hace dos días se la desocupó una pieza de matrimonio. Allí nos presentamos y la casa, sin ser un palacio, no me hizo mal efecto, aunque la Verdeja parece una tipa así tirando a guarra y sin demasiados miramientos. La Anita salió con que se le hacía muy cuesta arriba quedarse allí con el cielo y la tierra, pero ya le dije que pronto haríamos amistades, y que, de momento, nada como meter las valijas en alguna parte. Finalmente nos quedamos con la pieza. La Verdeja, por venir de donde Lautaro, nos llevará quince mil pesitos al mes, y que más adelante, cuando nazca la guagua, conversaríamos, porque no ve fácil que mi señora pueda darle de mamar, porque mi señora tiene unos pechitos como paltas y que las criaturas necesitan otra cosa. ¡No te giba! Acá todo el mundo tiene que dar su opinión sobre la chavala y ya veo que el negocio es casarse con una vaca holandesa. En definitiva no es que esto sea caro, pero habrá que apechugar para sacar adelante a la familia.
Hemos andado todo el día de Dios como tolondros. Bien mirado, estuve demasiado bravo con el tío que, al fin y al cabo, no es más que un pelado y un calzonazos. Si me alegro es por ella, pues la cosa se iba enredando y uno, a fin de cuentas, no es un iceberg. Donde Lautaro anduve hojeando el «Mercurio». Anuncian una plaza de ascensorista en el Múnich. Mañana me presentare. No es que sea una plaza de Director General, pero menos da una piedra. Además, lo que yo digo, si el Oswaldo, que es un flojo, aguanta, la cosa no será tan dura. Dice el Lautaro que el Múnich cae en Monjitas, a cuatro cuadras del Lírico, y que es un hotel de postín. Por probar nada se pierde, creo yo, por más que, como diría el otro, en tanta probatura se le fue el virgo a Juana.
7 junio, lunes
Hemos extrañado la cama y me levanté sin pegar ojo. De primera intención me llegué a la esquina de la barraca y cuando apareció el Efrén con el carro le di la novedad. El hombre no quiso entrar en detalles y cuando se los fui a dar, me salió con que había terminado con mi tío y eso bastaba. Le dije que iba a ponerme de ascensorista y no le pareció mal. Luego le dije que si le parecía bien seguiríamos viéndonos los sábados donde Lautaro. Él que conforme, y que se lo comunicaría al Dativo.
En el Múnich aguardé una hora de reloj. Les hay que se los pisan, vamos. El hotel está bien puesto, pero había un mandamás con la jeta cuadrada que no hacía más que vocear a las chicas y a los botones. El cipote arrastraba las erres y daba órdenes como un general. Luego resultó ser el patrón y vino a mí y me preguntó si había manejado alguna vez ascensores de estos, y yo le dije que ni de estos ni de ninguno, y él, sin más, que podía largarme. Yo le dije entonces, con toda la cara, que no veía que el asunto requiriera mucha ciencia y que yo procedía de un centro de estudios. El cipote, de que me sintió hablar, que si español, y yo, tan templado, que y de los finos, y él que si recién venía llegando, y yo que sí, y él que si traía afán de trabajar, y yo que a ver, y entonces saltó el tío que le asaba la flojera del país y prefería personal de fuera y que podía quedarme provisorio y que León me enseñaría a la noche el manejo de estos trastos y que, si me parecía, eran 4.000 semanales. Le dije que por la soldada bien y que a la noche a qué hora. Me dijo que después de cenar que había poco movimiento, y a las doce dejé a la chavala en la cama moquiteando y me llegué, de segundas, al Múnich. En el ascensor andaba un gilí de uniforme, adormilado en una banqueta y le pregunté si era León, y él que el mismo, y le dije que era el nuevo y que el patrón había dicho que me enseñaría el manejo del ascensor. El panoli usa raya en medio y contesta de malos modos, pero no tuvo otro remedio que hincarla y me salió con que todo el chiste estaba en la manivela y que hacia uno, subía, y, hacia fuera, bajaba, y que el cuadro indicaba en todo caso de qué piso llamaban. Con toda su mala uva me subió a ciento por hora y al frenar me daba una cosa así, sobre la parte, como si quisiera devolver. El torda de él empezó con que «ahora llamaban del 4.º», y «ahora del 3.º», «ahora de arriba», y «ahora de abajo», total, que cuando lo dejé llevaba encima una mierda de cuidado.
Me di un garbeo para ventilar un poco la terraza. Cuatro mil semanales vienen a ser dieciocho al mes, menos quince a la Verdeja, quedan tres para vicios, que no está mal. De éstos, y si se tercia, de las propinas reservaré dos para amortizar los pasajes. Poco hombre he de ser si antes de un año no le he devuelto al tío hasta la última peseta.
8 junio, martes
Al marrajo del patrón le dicen don Herman, o cosa parecida. Por lo visto es alemán. Le confesé que ya estaba al tanto del ascensor y que podía incorporarme a voluntad. Él que mañana; verdaderamente no hay día más cerca. Anduve en recepción y una tipa así con una jeta muy particular, me dijo que los ascensoristas tenemos tres turnos, seis, dos y diez de la noche y que corren por semanas, y que mañana empezaría con el de tarde, y el domingo pasaría al de noche y así sucesivamente de semana en semana. La dije que al tiro y que mañana a las dos como un clavo.
No sé que mosca la habrá picado a la chavala, pero hoy andaba como un cascabel. Ya le dije que a partir de este mes le daré 500 para sus gastos. Al acostarnos me salió con que había escrito a los viejos contándoles lo del tío y dándoles la nueva dirección. La pregunté por la Verdeja y ella, que es un pedazo de pan, y que está deseando dar gusto, y que una disposición así en una extraña no se paga con dinero. No le falta razón.
9 junio, miércoles
¡La madre que le echó! He acabado de ascensor hasta el pelo. Por curiosidad he contado los viajes: 313 para arriba y otros tantos para abajo. ¡Se dice pronto! Y menos mal que lo manejé con cuidado y las paradas las hice con calma, si no ¡de qué aguanto esta sesión! Luego las tías gordas que si llevaban dos horas llamando abajo y ya las dije que otras llevaban tres llamando arriba y que uno no se puede dividir. ¡No te amuela! ¡También son exigencias! Ya quisiera yo verlas encerradas ocho horas en este cajón y que ahora se enciende el 5.º y luego el 1.º y luego la planta baja y uno está en el 3.º y no sabe donde acudir primero. Salí con la cabeza como un bombo. Para desengrasar me llevé a la chavala al biógrafo, aunque sólo vimos media película. Te pones a ver y el cine aquí está tirado. A cinco pelas hoy en una sala del centro.
10 junio, jueves
De propinas, cero. Hoy le pregunté a León, al hacer el relevo, y el panoli, de malos modos, que si cae algo es en el turno de noche, cuando algún cliente se larga y hay que despertarle y sacarle las valijas al portal. El cipote me mira con malos ojos. Hoy me fijé que tiene la oreja derecha medio cortada y que el candongo me vio mirar y me salió con que era una gracia de los míos. Ya me iba a largar, pero le dije que se explicase y que qué era eso de los míos, y el mandria que también era español y que no vino aquí por su gusto, sino porque nosotros le empujamos. Ya le dije que piano, que yo no había empujado a nadie, pero el torda porfió que eso o perder la cabeza y que él prefirió largarse. Le pregunté si era emigrado de la guerra y él que a ver, y yo le dije que conmigo podía estar tranquilo porque a mí la política me la trae floja y que, por ese lado, tan amigos. El tío, de principio, se atufó, pero luego acabó reconociendo que, puestos a mirar, la política no sirve más que para hacer el caldo gordo a media docena de mangantes y que, en definitiva, a los que siempre nos hacen la santísima es a los pobres. Razón no le falta. Roto el hielo, la echamos larga y me preguntó de dónde era y el tío se bebía las noticias de allá con un ansia que para qué. Le pregunté por lo de la oreja y me dijo que era una reliquia de lo del Ebro. Ya le dije lealmente que anduvo con la chorrina, porque le agarra un poco más dentro y se lo lleva pateta sin decir ni mus. El panoli que no sabe que hubiera sido peor. ¡Vamos, anda! Quedamos tan amigos. Te pones a ver y el León es un buen chavea, porque lo que yo digo, a un individuo que deja su patria por las bravas no se le va a exigir encima que esté de buen café.
Hoy hice 297 viajes. Poco menos que ayer, pero algo vamos ganando.
11 junio, viernes
El don Herman éste se gasta un talante de los diablos. Hoy la puso a caldo a la mucama, todo porque la pilló hablando con el novio por el teléfono del hotel. También a mí, de que asomé la gaita, me llamó a capítulo y me dijo que cuando me dirija a un cliente diga siempre «señor» o «señora». Ya le dije que de acuerdo. Luego me entregó el uniforme. Ya ha ido rápido, ya. Todavía no hace dos días de la prueba. Y bien mirado, no es que sea el del Centro, pero no está mal. Todo él va en gris y en las solapas lleva unas letras en dorado que dicen H. M. (Hotel Múnich). La gorra también es de plato, como la de allá, pero sin galones. Más seria si se quiere, pero resulta más pobre. Lo que sí está todo él es bien cortado; se ve que estas cosas las cuidan y se las encargan a un sastre de postín. Estoy contento porque otra cosa no, pero tocante a la ropa no me gusta ir de cualquier manera.
Hoy 321 viajes. Ya veo que el día que bajen de 300 estoy de enhorabuena. Los primeros cien metros de camino les hago cada noche como turuta. Hoy me dio por pensar que el día que me agarre un temblor dentro del ascensor va a ser la grande. La chavala me espera despierta todas las noches y conversamos hasta las tantas.
12 junio, sábado
Dejé razón donde Lautaro que no podía quedarme por el servicio, pero que el sábado próximo a la hora de siempre. Pasé por recepción a cobrar: 2.855, que no está mal. Al don Herman éste no se le escurre una. Al parecer los domingos respetan el descanso, pero si uno quiere, cotizan la jornada como horas extraordinarias. El Oswaldo no tiene esa potra. De todos modos yo la dije a la tía de recepción que para mí el domingo es sagrado y que nones, aunque me paguen mi peso en oro.
Esta noche la pregunté a la Verdeja por los demás huéspedes. Dice que los dos son viajantes de comercio y que andan por el sur con la jira de invierno. A lo que es de ver, don Juanito uno de ellos, que viaja calzado, siempre está de guasa. Dice la Verdeja que ya veremos cosa chistosa cuando regrese.
13 junio, domingo
Por la mañana anduvimos dando un garbeo por la Alameda. El tiempo está hermoso y mentira parece que sea la época que es más o menos el noviembre de allá. Por la tarde estuvimos al fútbol, a ver el Colocolo, que a la gente ésta la trae de cabeza, pero nada. Una pendejada de tres al cuarto. Lo único las alambradas en el campo para que no le tiren botellazos al árbitro. Dice la chavala que otro domingo prefiere el biógrafo. Menda se apunta.
A la noche anduvimos de recordatorios. La dije a la Anita que no hace todavía tres meses que salimos de allá y que bien parece una vida y ella que si me recordaba de cuando bailábamos en la Cerve hasta las tantas, y ya la dije que cómo no, y la chavala que lo ve tan lejos que a veces piensa que lo ha soñado. ¡Qué tiempos! Luego me dijo que la Verdeja tiene un aparato de radio en la trastera y que podríamos arreglarlo. Ya la advertí que cuanto menos echemos la vista atrás, mejor, pero ella dijo, y con razón, que es lo único que la queda cuando me voy al tajo. Verdaderamente no es que uno se encuentre aquí a disgusto, pero como en casa en ninguna parte.
14 junio, lunes
Hoy cayó la primera propina: cincuenta pesitos del ala. En realidad no hice otra cosa que llamar al del 450 a las cinco y pedirle un taxi. Luego le saqué las valijas al portal. Bueno, pues 50 por el servicio, que no está mal.
El turno de noche, a partir de la una, es tranquilo. Aunque el don Herman lo tiene prohibido, a las doce metemos una banqueta en el ascensor y a descabezar una siesta. Que suena el timbre, pues arriba; luego, otra vez a dormir. Me metí en la cama a las seis y hasta la una de medio día ni respiré. Luego dispone uno de la tarde para dar dos patadas por el centro, como yo digo. Verdaderamente si yo tuviera cuatro chiches ahorrados sería el momento de emprender un negocio. También la chavala prefiere este turno porque así no se aburre todo el día de Dios sola en la pieza. No sé a santo de qué, pero hoy la encuentro más abultada.
15 junio, martes
Ha vuelto a nevar de firme en la cordillera y esta noche soplaba un gris de tente y no te menees. La chavala se ha mangado un buen catarro. De los tíos ni una palabra.
17 junio, jueves
La patroncita cada día se esmera más. Ahora anda emperrada en que probemos los platos del país. Puestos a ver yo no corro por el choclo, ni por ninguna de estas cosas, pero siquiera me esfuerzo por no desairarla. A la chavala, en cambio, no hay Dios que la haga probar bocado. Hoy la Verdeja nos preparó unas humitas y la chavala, de que las vio, que nones. Por más que porfié no hubo manera. La patroncita se llevó un berrinche de órdago. Ya la dije que no hiciera caso, que mi señora era muy asquerosa para comer y con mayor motivo en su situación.
Esta noche pasé más frío en el ascensor que un gato agostizo. ¡La madre que le parió! Mañana me llevo una manta como me llamo Lorenzo.
19 junio, sábado
Estuve con el Efrén donde Lautaro. También cayeron por allá Dativo, el Oswaldo y Lucho. Le pregunté al Dativo cómo iban las cosas por la barraca y que como siempre, pero que peor que eso era el estómago, que llevaba un otoño que ya no sabe que inventar. Lucho me salió con que tiene un buen cacerío para mañana. Ya le dije que ahora no, porque no quiero dejar sola a mi señora. El cipote se emperró en que ya me había dicho que venirse a América con la señora era una huevada y lo que yo le dije que gracias por la advertencia, pero que de todas formas había llegado tarde. El marrajo la gozaba y que dejémoslo no más; lo que yo le dije, que por lo que a mí respecta bien dejado estaba.
Cuando me largué, el Efrén se me vino a la rueda. Se veía que el hombre quería soltar algo pero mientras no llegamos a casa no se destapó. Entonces salió otra vez con los 20.000 pitos y en que ya le agradaría asociarse conmigo y que ahora era ocasión, puesto que yo no dependía de nadie. Le dije que lo pensaría, pero que en el supositorio, que ya es suponer, de que yo encuentre plata, qué demonios podíamos coger, y él que lo dejaba a mi capricho y que el Dativo opinaba que un quiosco. No sé, no sé. Luego, he andado dándole vueltas al asunto toda la noche. Me llevé el abrigo al ascensor y he estado como Dios. Sin comerlo ni beberlo cayeron tres propinas. Cien pesitos en total; no para echar coche, pero menos da una piedra. De regreso me vino a las mientes don Heliodoro. No lo he vuelto a ver desde que fui con el Oswaldo a pedirle permiso para el fundo. Malo será que este hombre, que ha demostrado que sabe desenvolverse, no me dé un consejo aprovechable. He de verle cuanto antes.
20 junio, domingo
Soñé con las perdices de allá y me he levantado con un remusguillo que para qué. Yo apuntaba a conciencia, pero cuando apretaba el gatillo, nada; abría y tenía el cartucho vacío, y volvía a cargar, y seguían saliendo perdices, y apuntaba otra vez a conciencia, apretaba el gatillo y nada. Y así un ciento de veces. ¡La madre que las echó! Ésta me la pagan, vaya que sí. Ya le dije a la chavala que si hoy no fui de caza, lo mismo que el domingo pasado, fue por ella, y que estaba determinado a dejar la escopeta si el que yo saliera al campo iba a afectarla. La chavala, tan comprensiva, que ni por pienso y que si yo la gozaba así, ella ya se apañaría y que no me preocupara. La dije lealmente que me gibaba y que ya sabe que yo no soy uno de esos tipos que por encima de todo pongan su capricho. Ella porfió que no la importaba y yo le dije que me daba lacha, la verdad. La chavala terminó por decirme que si no salgo al campo el domingo no me dirigirá la palabra. A la chavala esta, por las buenas, lo que se quiera, ya se sabe, pero si uno se pone enfrente va arreglado.
Estuvimos al biógrafo. Verdaderamente esto de los letreros es una gaita. Sale uno del cine con la cabeza tonta. Acabé el día murrio. Yo no sé a santo de qué, uno ve unos días la vida color de rosa y otros, negra. Esta noche qué sé yo lo que hubiera dado por encontrarme allá.
21 junio, lunes
Tampoco el turno de alba está mal, fuera del madrugón que le sabe a uno como una patada en mala parte. Pero luego queda la tarde y, a la noche, a la piltra como Dios manda.
Hoy le propuse a León una comandita para las propinas. Le dije que allá, en un cine, la cosa era seria y todos los días venías a salir lo mismo. Él me dijo que, aunque fuera mala pregunta, qué había sacado la semana última, y le dije, para no mentir, que 150 y él sin más, que no interesaba. Me da a mí el pálpito que el gacho éste no se fía ni de su padre.
Hubo carta de los viejos. Él anda afectado con lo del tío y dice que debimos aguantar y que, en estas circunstancias, lo mejor es dar la vuelta. El hombre envía por giro 500 pelas. Tuvimos cuestión porque la chavala porfía que el viejo tiene razón y que aquí ya no pintamos nada. Para taparla la boca la pregunté si es que su padre iba a sacudirse cinco billetes o seis para el regreso y ella que a qué ton, que nuestra era la culpa y nosotros debíamos aflojar la mosca para lo que proceda. Lo que yo la dije, que si es así, a achantar la mui y darle al parche, porque de momento, trabajando como un negro, apenas saca uno para mal vivir y que no olvide que aún tengo que abonarle al tío los pasajes.
Sigue el frío. El tiempo está quedo, pero el invierno empieza a apretar.
23 junio, miércoles
Me pasé por casa don Heliodoro. Verdaderamente es un caballero. Y ella una señora. Con gentes así da gusto tratar. No es que no guarden las distancias, como debe ser, pero a uno no le miran como a un bicho raro. Me pasaron a la sala y él se metió dentro un mostrador y me preguntó qué me petaba y me sirvió un vermut, y uno como un señorón venga a rajar y a beber del vaso a buchecitos. Me contó que él hizo su fortuna en el norte; tuvo la chamba de descubrir un yacimiento de cobre y lo denunció. Verdaderamente aquí todo quisque ha hecho su fortuna en el norte o en el sur; ya veo yo que en el centro no hay de qué. Cuando nazca la guagua habrá que pensar en cambiar de aires. Yo le decía todo el tiempo don Heliodoro, y él, de repente, me dijo que me dejase de etiquetas y le llame don Helio, como le dicen los amigos. Luego, ya en la confianza, le conté de pe a pa todo lo del tío y que andaba de ascensorista en el Múnich y él, como un caballero, me dejaba hablar y, no es que yo me explique mal, pero siempre es raro ver a un rico escuchando a un pobre, o sea a uno que no es su igual. Bueno, pues me salió ella con que si mi mujer cosía, y ya la dije que no y ella porfió que qué hacía de soltera, y yo la dije que peinaba, pero por capricho, ya que en su casa no pasaban necesidad, pero ella, tan campechana, dijo que a ella le hacía falta una peinadora y que fuese por allí que ya sabía donde tenía una amiga. La sonreí y callé la boca, por no parecerle orgulloso, pero poco hombre sería yo si tuviera que poner a currelar a mi señora. Ya en este terreno, le confié a don Heliodoro, o sea don Helio, que tenía entre ceja y ceja montar un negociejo con un amigo y que me interesaba su parecer antes de determinarme para el momento que hubiera ahorrado cuatro pitos. Él me salió con que restoranes y zapatos eran negocio acá y daban plata, pero yo le dije que más modesto, y él entonces me dijo que un salón de lustrar venía haciendo falta en toda la zona esa de Ahumada, Bandera y Monjitas, y que poco local precisábamos para una cosa así. Verdaderamente el punto de vista de estos hombres de negocios tiene un qué que no se encuentra en un hombre cualquiera. Al largarme, se llegaron a la puerta como si yo fuera visita de ellos, o sea un igual, y ella me salió con que no dejara de decirle aquello a mi señora y él me dijo, con todo el señorío, que si precisaba un anticipo no acudiera a un Banco, que para eso están los amigos. Vamos, lo que yo me digo, esto es un señor y lo demás son cuentos. Que me venga ahora Tochano con que el señorío es cuestión de billetes. Pues no señor, el señorío se mama y el que no lo mama no hay de qué.
Le conté a la Anita la entrevista y la panoli loca con lo de empezar a peinar. La dije que parara la jaca, que yo era yo, y poco hombre había de ser si la permitía trabajar, máxime en sus circunstancias. Ella la cogió modorra y no lo dejó en toda la tarde. Acabé por decirla que bien si era capricho, pero que si lo hacía por la cuestión internacional del manduque, ni hablar del peluquín. A fin de cuentas, a la chavala no la ha de venir mal entretenerse en algo. Y, por otra parte, tampoco va a perjudicarnos, digo yo, una amistad como ésta. Al Efrén le propondré lo del salón de lustrar, el sábado.
25 junio, viernes
A la hora de comer se presentó don Juanito, el viajante de calzado. Es un tipo así, chiquilín y escurrido, pero más vivo que el rabo de una lagartija. Entró pegando voces y la patroncita le preguntó por don Roque y él que había enfermado que se había hospitalizado en Osorno. La Verdeja hizo las presentaciones y él que, chucha españoles, y que eso le gustaba. A la patrona la decía todo el tiempo mamá y mi perrita choca y venga de reír. El hombre tiene una alegría dentro que para qué; es uno de esos panolis que siempre andan de coña y que a uno le cogen un día de mal café y los enfila, pero le cogen de buen talante y le caen ya simpáticos per in sécula seculorum. Anduvimos de sobremesa como si nos conociéramos de toda la vida y, al final, el mandria que mucho gusto y que la señora española era muy linda y que parecía una cabrita no más. Yo, por no aguar la fiesta, callé la boca, pero la verdad es que joroba ya tanto cabrita cabrita a lo bobo. Parece que lo han aprendido en jueves, coño.
A la tarde me llegué con la Anita donde don Helio y la mostré el sitio y la micro que debe tomar. El hombre, como corresponde, vive en el barrio elegante, Apoquindo arriba, y no digo yo que no se pueda ir a pie, pero hay una tirada. Antes de llegarnos al chalet, la advertí a la chavala que ella le llamase don Heliodoro mientras él no diga otra cosa, pero como a la torda ésta no hay quien la entienda, se enojó y me dijo que si la tomaba por tonta o qué. Tanto ella como él estuvieron simpáticos y ya aproveché para pedirle un permiso para el domingo. El hombre no puso trabas. La chavala quedó en acercarse por allí, o sea por casa de ellos, todas las mañanas a las once. Ella le dijo que le buscará otra casa de alguna amiga para que no se dé el paseo por tan poco. No nos pasó al bar, ni él la dijo a la chavala nada de que le llame don Helio. Tampoco me parece mal; en el mundo hay de todo y sobra la gente que le das la mano y se toman el pie.
26 junio, sábado
Me reuní con el Efrén donde Lautaro. Jugamos un cacho y me tocó palmar. Aguardamos a que Dativo y Lucho se largaran para conversar de lo nuestro. El Efrén bailaba en una pata cuando le dije lo de don Helio. Sin más, recogimos a la Anita y anduvimos mirando locales por el centro. En Monjitas vimos el boliche un relojero y en Moneda y Ahumada dos obras muy avanzadas con sus huecos a la calle. Me peta lo de Monjitas; queda a dos cuadras del hotel y a poca costa podría yo vigilarlo. Ya se sabe que donde falta el ojo del amo no hay nada que hacer. No nos mostramos demasiado interesados, sin embargo, porque estos cipotes de que ven un interés se suben al guindo. El Efrén, que conoce un limpia de toda confianza. Ya le dije que ese puede ser uno, pero con menos de tres no se puede empezar. Luego anduvimos discutiendo el nombre. El Efrén la cogió modorra con «El betunero de los Andes», pero le dije lealmente que se me hacía un poco largo y que en estos nombres comerciales nada como abreviar. La chavala terció que por qué no «Lustre Español» y no cayó mal. Veremos. Quedé en pasarme por donde el relojero el lunes para ver de arreglar lo del traspaso. El Efrén como unas castañuelas. A Lucho no le dije esta tarde una palabra del cacerío de mañana. Prefiero manejarme solo y si más adelante me merco una perrita, miel sobre hojuelas.
De regreso le dije a la chavala que daría diez años de vida porque esto del negocio cuajara. Ella que menos vida. ¡Gibar, sólo por ver la jeta del tío se podía dar entera!
27 junio, domingo
Subí a Melipilla en tren. Luego, como no conocía al del carro la leche, me llegué al cazadero a pinrel. Vale la pena porque de madrugada las diucas se posan a bandadas en las cercas y sólo el verlas con las pechuguitas rojas en los alambres es ya un espectáculo. Arriba andaban los jotes de observación, como yo digo, y a mano derecha, según se mira, asomaba el sol y los espinos, a contra luz, parecían talmente negros. La tierra de esta parte es roja como el ladrillo y malo sería que aquí no se aclimatase la perdiz nuestra. Lo que pasa es lo que pasa, que esta gente es muy dejada y no da un paso por mejorar de condición. ¿Pues no han andado hasta hace unos años sin ley de caza? Y el candongo de Lucho aún me sale que eso era lo lindo y que entonces uno cazaba y pescaba a capricho y que eso era vivir. ¡Dejarían de tirar piedras contra su propio tejado! Bueno, pues él porfiaba que eso es lo bueno y que cuando se acabe, se acabó. Ya le dije que ese era un modo de enfocar el asunto muy particular y él mismo me dio la razón cuando me dijo que en el sur, que apenas hay cazadores, se pueden matar dos docenas de perdices con un tiragomas en media hora.
Pasé por casa del encargado para mostrarle la tarjeta y quitarme de preocupaciones, pero el mandria me salió con que si no venía don Oswaldo conmigo y me dio el día. En cuanto que aparezca Oswaldo por aquí se lo planta. ¡Faltaría más! ¿Y qué le digo yo al gacho este ahora? En todo el día se me ha ido la idea del pensamiento y las dos primeras perdices las marré a cascaporrillo sólo por la dichosa preocupación. Me dije, finalmente, que la que sea sonará; me serené y, en cinco minutos de reloj, hice una perdiz, una liebre y un bicho raro con un moño parigual que las avefrías. Luego encontré a un pastor y dale con que era una codorniz. Ya le dije que a las codornices me las conozco como si las hubiera parido y el cipote porfió que cómo no, que al tiro la reconocería y que era un macho, no más. Le dejé en su idea por no llevarle la contraria, y echar la mañana a perros. A poco perdí el corro y aquello era una desolación. Tampoco di patadas ni nada sin ver un pájaro. El monte tenía así una traza hermosa, pero que si quieres. En una coartada, vi el culo una liebre, pero en París. No quise forzar la suerte, me senté junto a un chaparro y me puse a merendar. Luego, sin más que dar media vuelta, parecía aquello un gallinero. Empecé pim, pam, pim, pam, y en un verbo colgué siete perdices. Andaba con la chorrina, y en una asomada, se me arrancó una liebrota a huevo y por precipitado la caí del segundo y, según la puse a orinar, me saltó otra, aún más grande, de los mismos pies, y la zorra de ella se largó gazapeando y yo, que si quieres, se me enredaban los dedos y ni podía cargar ni nada. ¡La madre que la parió! Bien puede decir que nació hoy. Y es lo que pasa, que uno se promete andar siempre al quite, pero estas zorras se la saben entera y brincan cuando uno, por una razón o por otra, anda más descuidado. En estas andaba, cuando pirribiiií, una perdiz, la encañono y, pirribiiií, otra perdiz, me acerolo y no caigo ninguna. ¡Me cago en su alma! Me cabreé y me bajé a la carretera. Total dos liebres, nueve perdices y lo del moño. Ya es un morral, pero bien mirado, podía haber hecho el doble. Claro que en esto siempre pasa lo mismo. Y hay cazas que se van por que sí, porque se tienen que ir, porque de otro modo no quedaría ni una para contarlo.
De regreso, me volvió a las mientes lo del Oswaldo. Cuando este hombre se entere me va a armar la de Dios. Después de todo, que le den tila. Luego me dio por pensar en lo de allá y cuando llegué a casa, entre el cansancio y los recordatorios estaba para el arrastre.
La señora Verdeja y don Juanito porfían que lo del moño es una codorniz. Ya les dije que será para ellos, por su capricho. ¡No te amuela! Si esto es una codorniz, yo soy teniente coronel.
28 junio, lunes
Pasé por donde el relojero. El marrajo que trescientos mil. ¡No te giba! Ya le dije que si le hacen doscientos, Lorenzo me llamo, y que si porfía en trescientos, a otra cosa, mariposa. Le dejé razón. No sé por qué me tinca que va a picar.
Empecé el turno de tarde.
30 junio, miércoles
Don Herman sigue armándolas como Amando. Por menos de un pimiento le canta a uno cuántas son cinco. Al mandria de él cuando se mete en harina, se le pone el pestorejo como la grana. La fetén es que los alemanes y los españoles, los españoles y los alemanes, parece como que viniéramos aquí a despacharnos a nuestro antojo. Al chilenito no le vaya usted con peteneras Le sale con que dejémoslo no más y este cuento se ha acabado. Pero lo que es los extranjeros. ¡La madre que los echó! Claro que es la diferencia, que los de fuera vienen con el ansia de amasar y los de aquí no tienen prisa, viven su vida y sanseacabó. La mucama del segundo, andaba hoy con un sofoco que para qué. Ya la dije que, aunque fuera meterme donde no me importa, no lo tomase así: La fulana ni me miró la cara. ¡Anda y que te zurzan!
Esta noche merendamos las perdices. La Verdeja, de propio intento, me salió con que por cada cuatro me deja de cobrar un día y por dos liebres equilicual. ¡Fenómeno! Lo que yo la digo a la chavala, si salgo cada domingo, a vivir de la caza. La Anita me paró los pies con que menos salir, y que a saber a cómo me habrá costado cada perdiz si incluimos viaje, merienda y demás. Ya me parecía a mí que esto no podía durar, aunque después de todo, razón no la falta a la chavala.
Del relojero, ni palabra.