1 mayo, domingo

Por la mañana dimos un garbeo. La Alameda estaba llena de grupos escuchando los altoparlantes. Al tío todo se le volvía decir que mucho calentar los cachos a los rotos, pero que lo que había que enseñarles, no más, es a trabajar. La Anita le preguntó si eran comunistas, y él, que ni saben lo que son y que lo único que quieren es embolsarse un fajo de plata esquivando el poto, pero que ya se sabe que en ninguna parte pagan por dormir y que si él de recién llegado, se tumba a la bartola en lugar de aplicarse a recoger paltas, andaría ahora hecho un roto de mierda, y hasta aquí llegamos, no más. Luego la tomó conmigo y empezó con que si sabía cuál era el mejor sindicato y el mejor partido, y yo, por darle carrete, que cuál, y él, que el trabajo y el ahorro. ¡Mucho cuento! Me gustaría verle al candongo de él con quinientas calas mensuales en el bolsillo en plena juventud. ¡No te giba!

Según íbamos, por la tarde, al Hipódromo en la furgoneta me dio por pensar en la jeta que pondrían los de la panda si nos vieran en este plan, yendo en coche a ver saltar a los caballos, como los señoritingos allá. La chavala iba como unas pascuas y se había puesto más bonita que un San Luis a pesar de que el bombo ya se la nota. Después resultó que en el Hipódromo había más rotos que otra cosa y que los gilís silban y vocean como si fuera el fútbol. Yo aposté con la tía, pues a ella le pasa lo que a mí, que si no media un interés todo esto se la trae floja. Nos tocó palmar tres veces, pero ella como si tal cosa, me agarraba del cuello y me decía al oído el número del que iba a ganar y apostábamos, pero volvíamos a perder, y ella se reía las tripas. La Anita y el tío anclaban en las gradas y cuando regresamos, el cipote de él me salió con que me dijera mi señora lo que él le había dicho y a la chavala le daba lacha y fue él, entonces, y salió con que lo que le había dicho, y me lo repetía a mí porque nunca se dirá bastantes veces, es que no debo fiarme de la suerte y que el juego más seguro es el trabajo. ¡No te amuela! Empieza a gibarme esto de andar todo el día de Dios sermoneándome y no poder uno ir ni al wáter sin que el marrajo se entere. Verdaderamente carga ya tanto consejo. Bien mirado, uno ya está criadito y, más o menos, ha demostrado que sabe desenvolverse. Vamos, me parece a mí.

La chavala me dijo esta noche que hace días le parecía sentir el chaval, pero que hoy, en las carreras, está fija. La panoli que me iba a reír, pero que la criatura pateaba cuando los rotos lo hacían y que cuando ellos lo dejaban la criatura paraba quieta. Por no enojarla le dije que todo es posible. Luego me salió con que qué había perdido y ya le dije que nada, que pagó la tía. Dice la chavala que la tía es generosa y, para mí, que sí que lo es; lo que sucede es que tiene al lado al husmia ese que la come la voluntad. No quise decirle nada de que la tía me agarraba del brazo y me cogía por el cuello y me hablaba al oído, porque a lo mejor ni lo entiende y va a interpretarlo de otra manera.

3 mayo, martes

Me levanté con mal cuerpo y a la hora de comer no podía parar. Tenía las piernas como de plomo y me dolían las espaldas. El tío no dijo nada, pero a la legua se ve que le giba también que yo me enferme. La chavala, que antes es Dios que todos los santos y que me acostara y que el tío podía decir misa. La Anita llevó la radio a la pieza y hemos estado los dos, con la tía, toda la tarde, oyendo música. Cuando tocaron «El emigrante» se me puso una cosa así sobre la parte que yo no sé a ciencia cierta si era murria o gana de hacer del cuerpo. A la chavala se le iban las lágrimas y la tía le dijo cabrita, y entonces ya se arrancó y la tía me explicó que era por causa de la guagua y que no me chupara por eso. Terminé con la cabeza loca. Para mí que tengo calentura.

4 mayo, miércoles

A ratos me pienso que el tío lo que es es un mala uva de tomo y lomo. Parece como que la gozara faltando y pinchando sin más. Vamos, lo que yo le digo a la chavala, ¿pero es que hay alguien que guarde cama sólo por capricho? Bueno, pues hoy entró y venga de gibar la parte y de que si al cabro le duele la guatita, pues, y que si tal y que si cual. Yo le dejé hacer y, cuando se cansó, le dije que llevaba la sacristía abierta y el cipote, entonces, se largó más corrido que una mona.

Te pones a ver y no vale la pena dejar las cosas que a uno le petan ni por un saco de plata. A mí me perdió el ansia y no hay más. Uno quiere de todo, más cuartos, y más perdices, y más liebres, y luego resulta que no es la plata, ni las perdices, ni las liebres lo que interesan, sino esto, o sea, el corazón y el afecto verdad. El hombre no es un animal de bellota y para algo ha de tener la mollera, digo yo. Bueno, pues a veces la cabeza falla, porque la avaricia la ciega y la pone como tolondra. Porque, vamos a ver, ¿qué me faltaba a mí allá? Nada, a decir verdad; mal que bien tenía un cacho pan que echarme al cinto, una casa curiosa, media docena de amiguetes de los fetén y una escopeta y unas perdices para distraerme. ¿Qué hay otros sitios donde dan más? De acuerdo, pero tampoco faltan donde den menos. Lo malo es que uno ya se ha determinado y, de grado o por fuerza, no queda otro remedio que achantar la mui y apencar con lo que haya.

Pasé la tarde con la chavala. Anduvimos con la radio. Hoy se oía mal. Dice la tía que habrá temporal en la cordillera.

5 mayo, jueves

Escribí a mi hermana y a Melecio. La Anita escribió a los viejos. Sigo con un dolor de espaldas que no puedo parar. Cuando llegó el tío me hice el soca. Aparte la calentura, me han salido dos bubas en el labio de arriba y no estoy para grescas. Tendré que desistir de salir al campo el domingo.

6 mayo, jueves

A veces pienso que la tía… No sé, no sé. Tampoco es cosa de hablar por hablar. Esta tarde entró en la pieza y, de que la enfilé, ya me olí la tostada y, para parar el golpe, le pregunté por la chavala. Ella, que no sabía vivir sin mi señora, y que andaba fuera a pegar las estampitas al correo, y que no me chupara, que tampoco venía a comerme crudo, sino a saber de mi salud. Se sentó al borde la cama, empezó a enredar con el embozo y me preguntó, como quien no quiere la cosa, si antes de casarme con la Anita tenía yo en el pensamiento el venir a América. La contesté, lealmente, que de higos a brevas me pasaba por las mientes que si me caía el gordo me gustaría hacerme una nueva vida allá, o sea, acá, pero que seriamente no lo tenía determinado. Luego saltó con que qué laya de mujeres nos gustaban a los españoles y ya le dije que, a Dios gracias, sobre eso no hay patrón, pero ella me dijo que tenía entendido que nos agradaban más bien las macicitas y calientonas. Le dije que en mi caso no, ciertamente, ya que la Anita es tirando a flaca, como podía ver, y ella salió con que ya lo había notado y que si a mí no me había costado eso un desengaño. Lealmente le contesté que no sabía por dónde iba, y ella, que, a juzgar por mi tío y por sus aficiones de diez años atrás, la Anita no era percha como para hacer berrear a la gallada. Le respondí que, naturalmente, eso iba en gustos y que de todas maneras la Anita engaña. De repente la tía calló la boca y empezó a entornar los ojos y me cogió la mano y dijo que cómo andaba el pulso. La dejé hacer y, en éstas, se oyó la puerta y ella se levantó como un cohete y dijo que era mi señora y que de pulso estaba bien. A la Anita no le dije una palabra.

Tardé en dormirme pensando dónde querrá ir a parar la tía. La chavala porfía que es cariñosona y yo, la verdad, no lo dudo, pero también el cariño, me parece a mí, debe tener un límite.

8 mayo, sábado

Esta mañana me incorporé al tajo. Estaba baldado y le dije al tío que, si no le importaba, me diera menos carrete que de ordinario. No contestó, pero, al marchar el carro, me dijo que aprovechara la vereda del Efrén para no fatigarme. Me pareció que el marrajo lo decía con retintín, pero, en la duda, preferí cerrar el pico.

Por la tarde anduve donde Lautaro. Echamos un cacho y me tocó palmar. El Oswaldo también palmó y a la hora de pagar se puso imposible. Le pregunté qué ocurrió, por fin, en el hotel y dice que sigue dándole a la manivela porque acá falta coraje para despedir a nadie. Regresé a casa temprano y me acosté sin más. Los tíos se fueron con la chavala al biógrafo.

9 mayo, domingo

Me despertaron a las nueve para subir a Farellones. Por lo visto lo decidieron anoche al salir del cine. La tía bailaba en una pata y entre ella y la chavala llevaban el cesto con la merienda. Cogimos la rubia en la alameda y a escape tiramos para adelante. Verdaderamente, el camino vale la pena. La carretera es tan empinada que talmente parece que uno volara. Y luego, las revueltas. Porque uno no es así de marearse, pero el caminito es como para echar los hígados el más pintado.

A la mitad nos paramos a ver el panorama. De fantasía, vamos. Por la parte abajo queda el río rodeado de árboles, casi todos sauces llorones. Luego se ve la carretera, empinándose y dando vueltas y más vueltas y las chacritas entre lo verde, y vas alzando la vista y los árboles cada vez son menos y la nieve cada vez es más, y, cuando levantas la jeta del todo, en los picos no hay más que blancura por todas partes y sólo los cóndores y los jotes volando entre las quebradas con una majestad que no veas. Arriba es un espectáculo. Cosa de sueño, vamos. Las casas son de madera y los tejados de lata y encima las latas te ponen cuatro piedras los gilís para que el viento no se las lleve. Dice el tío que cuando sopla el puelche se va todo a la chuña y yo le dije que sería como el matacabras allá. Él se cachondeaba y que no hay caso; que aquí te agarra una noche el puelche al sereno y al amanecer estás cagando fuego sin remedio. ¡Gibar! Dimos un clareo y la tía dijo si no sentíamos como fatiga. Lealmente le dije que nanay, y ella entonces, que intentara subir el cerro ligerito, ya vería lo que era bueno. Me puse a ello y a las diez zancadas no podía con mi alma y resollaba como un perro en agosto. Los tres se reían las muelas y el tío salió con que era la puna y eso pasaba porque andábamos en los tres mil metros y el corazón no aguanta bien esas alturas.

Todo alrededor eran picos nevados y en uno, a mano derecha, andaban varios grupos esquiando. Anduvimos un rato quietos parados viéndoles manejarse. Luego comimos de lo nuestro en la hostería y sólo pagamos el vino. Dice el tío qué pides el menú y 600 pitos por nuca. Ya le dije que a ver, que eso como en todas partes. Luego anduvimos aguardando la puesta del sol antes de bajar. Merece la pena subir aquí, aunque sea a pie, sólo por verlo. ¡La madre que lo echó, si parece cosa del otro mundo! El sol pega en los montes que brillan como cristales y en las quebradas, en cambio, es ya noche y según se mete el sol todo va cambiando de color y es como un juego de luces hecho aposta. Ni por soñación puede uno imaginar cosa más hermosa. Así es que cuando el sol terminó de esconderse nos miramos todos como panolis, como si acabara de aparecérsenos la Virgen o cosa parecida.

La Anita bajó tronzada y nos encamamos sin cenar. Ha sido un buen día, y lo que yo la digo a la chavala, si el tío estuviera siempre así, otro gallo nos cantara.

12 mayo, miércoles

Desde el lunes no encuentro en casa a la chavala cuando regreso. Ni ayer ni anteayer le dije una palabra, pero hoy le hice ver que no todos los días es el Corpus. La panoli se subió a la parra y me salió con que si oye la radio no me peta, si se queda acoquinada, tampoco, y si se va de paseo con la tía, menos, y que le dijera de una vez qué debía hacer para darme gusto. La verdad es que no le falta razón. Y te pones a pensar y tampoco me importa un bledo que la chavala la goce por ahí y lo único que me cabrea es que sea precisamente con la tía. Yo no sé por qué ni por qué no, pero la manera de ser de la tía no me gusta un pelo y ando ya con la mosca en la oreja con este asunto. Así que le hice cuatro fiestas y le dije que contara, y ella, que no habían hecho más que comprar cuatro pichanguitas y tomar once en «El Negrito Bueno». Luego abrió el bolso y me dio un cenicero y me salió con que era un obsequio de la tía. Estábamos en éstas, cuando la luz se puso a hacer guiños, y los trastos de afeitar a sonar en la repisa, y el jergón arriba y abajo, y, antes que lo pensara, la Anita saltó de la cama, lista como un conejo, se metió en el quicio la puerta y yo salté detrás, y allá anduvimos hasta que cedió. La chavala empezó entonces a reírse y a decirme que estaba blanco como el papel y la tía, a voces desde la cama, si habíamos sentido el temblorcito, y si estábamos chupados. ¡No te giba! Chupado, no sé si estaré, pero a mí estos meneos me dan cien patadas y de seguir así, malo será que el mejor día no coja el portante y si te he visto no me acuerdo. Tardé en dormirme aguardando que repitiera, pero no.

14 mayo, viernes

Hubo carta de Melecio. El hombre, que allá tienen una primavera hermosa y que por aprovechar el sol y sacar al chavea al campo le ha dado por la pesca y se pasa los domingos con la caña en la mano en lo de San Miguel. Dice que no le pinta mal y que el domingo agarró un barbo de a kilo. El cipote porfía que se me echa en falta y que al salir de la sierra ni sabe lo que hacerse. La chavala andaba fuera y a falta de cosa mejor me puse a contestarle. Ya le tengo dicho a la Anita que para los de allá vivimos como duques y que nada de que si yo estoy de recadero, y de si el tío nos tiene a pupilos. Así que le dije que sigo en la barraca de encargado y que los domingos apenas puedo salir al campo porque el tío es aficionado a los caballos y a las excursiones y con el carro de casa tenemos todo resuelto. Le dije también que verdaderamente América es un mar de oportunidades para el que llega con ansia de trabajar y que malo será que en unos años no me labre un porvenir aquí, pero que, pese a todo, la tierra tira y la chavala y yo nos damos las grandes sesiones a hablar de lo de allá y que, para ser sincero, ya me agradaría hacerles una visita de Pascuas a Ramos. Le conté lo del cacerío, pero no le dije ni palabra de que estas perdices están medio apeleladas y se le arrancan a uno de los mismos pies. La chavala no llegó hasta las diez con la tía. Por lo visto estuvieron viendo una película de la Lola Flores. El tío ha andado toda la noche como cabreado. Digo yo si no le irán bien las cosas, pero como uno aquí es un don nadie, no me queda otra salida que callar la boca y aguantar.

15 mayo, sábado

Hoy armamos parlamento en lo de Lautaro. Oswaldo se presentó con otro amiguete cazador, un tal Luis, pero como la gente esta es así, porfió que no le llamase Luis, sino Lucho, que eso de Luis parece un nombre de ceremonia y que él es muy gallo y la ceremonia no le va. El mandria es uno de esos gichos que todo lo sabe y nada le pilla de sorpresa. Quedamos en ir a las tórtolas el domingo 25. Dice que tiene autorización para un fundo donde hay pájaros como de aquí a Penco y que lleve munición en cantidad. Jugamos un cacho y luego Efrén se quedó como achucharrado y Lautaro le preguntó que qué ocurría, y él, que lo de siempre, que andaba pensando en la forma de hacer plata, que todo el mundo que acá hay más caso que en Europa, pero que él, mierda. Lleva cinco años y como si nada. Metió el cuezo el Dativo, que eso, como todo, es cuestión de voluntad, pero Lucho terció que la plata, como las mujeres, es suerte y nada más, aquí y en la quebrada del ajo. El Efrén, que de acuerdo, que él ha parado en varias capitales de postín y, a veces, le salían con que qué bien se daban acá las chavalas, pero a él como en todas partes. La cosa se calentó y Lucho le preguntó al Efrén si él dio gancho alguna vez, pero el Oswaldo saltó con que para saber si con una cabrita hay o no algo que hacer no hay como atusarla tras de los cachos y si reacciona, bien, y si no, al garete. El Efrén, que eso eran huevadas, pero que de todos modos le dijeran dónde había que atusar para hacer plata, que era lo que interesaba. Lautaro dejó el mostrador por meter baza y saltó con que la plata llama a la plata y que sin unos pitos de principio no hay caso, y entonces el Efrén dijo que partiéramos del supositorio que él tenía unos pesos y que qué era lo siguiente que había que hacer. Dativo voceó que ¡pucha!, invertirlos, y el Efrén, que eso se dice pronto, pero en qué. Se atocinó el Oswaldo y salió, con razón, que eso depende de la cantidad, y entonces tercié yo que también de los conocimientos y las aficiones. El candongo del Efrén todavía meneaba la cabeza y no paró hasta que nos hizo cabrear a todos por turno. Lo cierto es que cuando se acabó la discusión eran más de las siete.

Quedé con el Oswaldo y Lucho para el próximo sábado. Lucho volvió a insistir en lo de la munición. Eso se dice pronto, pero ¡gibar, que son tres pelas cartucho!

16 mayo, domingo

Esta tarde no salimos. La chavala andaba con mal cuerpo y nos dio casera. Los tíos se quedaron con nosotros y, al fin, el tío aceptó un julepe asistiendo como mandan los cánones. El torda tiene mal perder y una vez que le encarté un seis de copas a poco me esmorra. La tía la gozaba y salió con que esto del julepe parece un juego de taberna. No sé qué será, pero lo cierto es que matamos la tarde. Al acostarnos, la Anita, me parece a mí, andaba con más garbo.

18 mayo, martes

El jueves, el cumpleaños de la tía. Según dice, va a armarla de pata y quincha. ¡No te giba! Ella sabrá con qué se come eso. Salí con la chavala y la compramos una cerámica de Pomaire, sencilla pero de gusto. Para esto la chavala tiene un qué especial. Me he quedado a pré. Mañana veré de pedir un anticipo. Según Dativo, soy el único en la barraca que vive al día. Ya le dije que no me gusta distinguirme por más ni por menos y que mañana todos parigual. Queda por ver cómo reacciona el tío.

Hubo carta de los viejos. Al parecer, no hay novedad. La chavala se acostó afectada.

19 mayo, miércoles

El marrajo del tío, como me olía, me hizo un drama. Quise explicarle que hoy los pesos nada, pero se puso de unas formas que bien creí que le daba un mal. Salió otra vez con lo de las paltas, y lo que embolsaba hace treinta años por laborear de sol a sol y que con esa mano tan abierta que yo tenía jamás de los jamases podría llevar dos chiches en el bolsillo. Le hice ver que todo Dios en la barraca solicita anticipos y él que quien de ellos era el sobrino del patrón y quien de ellos había salido de roto pidiendo plata adelantada. Callé la boca, pero ya veo que con este hombre es peor. Cogió la pichicharra del ahorro y empezó con que no hay que mirar lo que cuestan las cosas, sino lo que se gana, y si se gana diez, ahorrar cinco, y si veinte, diez, y si dos, una, pero el secreto es ahorrar siempre aunque el estómago se chinche y uno tenga que dormir al raso. ¡Mucho cuento! Por las buenas quise hacerle ver que eran puntos de vista distintos y que los jóvenes pensábamos de otra manera, pero el cipote, loco, empezó a darse manotadas en la cabeza, se desbarató el pelo y se puso a faltarme y a decir que así nos pintaba a los cabros de hoy con nuestras teorías, y que el respeto siempre era el respeto, y que para él su padre era Dios sin otra ciencia que sus años, pero que ahora la juventud se ciscaba en la experiencia y que hoy en día cualquier huevón de mierda por el hecho de ser joven ya se creía más capaz que su padre y que su abuelo. Al torda de él sólo le faltó abanicarme. Todo para acabar soltando una sábana como corresponde.

La Anita no estaba en casa cuando llegué. Por lo visto ha andado con la tía de compras para la fiesta de mañana. Al acostarnos le conté lo del tío. Ya le digo que la paciencia tiene un límite y no respondo de que un día no se me suelte la izquierda y le ponga al tío la cara del revés. Muy larga tiene la lengua para cosa buena. No sé, no sé.

20 mayo, jueves

A la tía le agradó el obsequio. Ya le dije que un poquito de gusto nada más, y ella, que lo más de agradecer era el cumplido. Luego dijo que almorzaría en casa su pura mamá y le dije, lealmente, que bien creí que no tenía, y ella, con toda la intención, que si por vieja. La fetén es que la tía se gasta unas maneras de mirar y de decir las cosas que le queda a uno parado. Luego llegó la vieja, que tiene unas formas de hablar que no hay cristiano que la entienda. ¡La madre que la echó! Dice la Anita que es el habla del campo y entre eso y que le faltan los dientes, no hay manera, vamos.

El tío y yo nos fuimos por la tarde al tajo como un día más. De regreso estaban ya los invitados. ¡A cualquier cosa le dicen acá fiesta! Había un matrimonio gallego, la vieja, el contable y para usted de contar. El tío hizo las presentaciones y el Carballeira venga de hacer aspavientos. ¡Qué cosas! Le decía el tío: «Cuéntale a mi sobrino cómo llegaste a Chile, pues», y el cipote abría los brazos y me enseñaba las manos bien vacías y luego saltaba que con lo puesto. Así nos tiramos casi una hora. Y luego el gilí del contable, que no echaba una mano ni para Dios. Y el otro venga de que ahora tenía para empapelar la casa con billetes de a mil y que podía decirlo con la cabeza bien alta, cosa que no pueden hacer todos. Dios les cría y ellos se juntan, como yo digo. Menos mal que la galleguita salió sandunguera y empezó con que poner música y arrinconamos los trastos y nos pusimos de bailoteo. El Carballeira no lo hacía mal del todo, pero todavía hay clases. Como ni el tío ni el contable se manejaban, él y yo nos dimos el lote. Ni la tía ni la otra me dijeron a mí palabra, pero la fetén es que no me quitaban ojo y, por dos veces, le oí decir a la gallega en voz baja que «por bailar un tango con el cabro se podía dar plata». Luego la tía se arrimaba y se me hace a mí que no estaba a lo que estaba. Cuando se largaron y el tío se fue a llevar a la abuela, me dijo la tía que bailaba como los ángeles, y yo que tampoco ella lo hacía mal y que ciertamente yo me pirro por el baile. Luego la pregunté dónde hizo la fortuna el Carballeira, y me dijo que con las cortas, en el sur. Razón le sobra al Efrén cuando dice que acá nadie le cuenta a uno los pasos que hay que dar para hacerse rico.

La chavala andaba amoscada al acostarnos. La verdad es que lleva una temporada que por un qué arma el trepe. Le pregunté qué le pasaba ahora y me salió con que había echado más bailes con la gallega que con la tía y ella juntas. La hice ver que era la forastera, pero como si no. Cuando se pone burra es mejor dejarlo.

22 mayo, sábado

Me vi con Lucho y el Oswaldo donde Lautaro. Quedamos a las cinco, porque, a lo que dicen, tenemos tres horas largas de tren. El Lucho cogió la perra con que si soy tirador de perdiz española, mal ha de dárseme la tórtola, pues. Ya le dije que algunas de ésas tengo bajadas también allá, pero él, que a pesar de todo. Lo dejé porque de otro modo sería el cuento de nunca acabar. El mandria este todo lo sabe, inclusive lo que uno puede y no puede hacer. ¡No te amuela!

Pensaba acostarme temprano, pero salieron con que al biógrafo y cerré el pico. ¡Seré panoli que hasta rilis me da decirle al tío que salgo al campo mañana! La chavala, como si no fuera con ella.

23 mayo, domingo

El cazadero es cosa linda, con un montecillo de espino arriba, el valle de sembrados abajo y, para remate, la cordillera de la costa, que no es que sea los Andes, ya se sabe, pero también se las trae con abalorios. La tórtola andaba en corros en el monte y con el gris salía recia como un tren. De primeras no corté pluma y el Lucho empezó a voces con que esto no era la perdiz y que ya me había advertido. Mucha labia es lo que tiene éste. Pero también se chinchó porque él bajó la primera, pero luego se lio a soltar cohetes y no quedaba otra ni por milagro. El torda del Oswaldo, ni ademán. Al cabo de un rato las cogí el chiste y hasta caí dos de un golpe. Le voceé a Lucho y el cipote, que duro. A mediodía se me arrancó una liebrona tremenda de unas pajas, un sí es no es larga y la solté los dos, aunque bien vi que del primero la había tocado. ¡La madre que la echó a la zorra de ella! Renqueando de una pata se me perdió entre unos carrascos y aunque los maneamos luego a ciencia y paciencia, nada. La cosa me puso de mal café. Siempre giba perder una caza, pero si se trata de una liebre como un perro la cosa es más grave. Cuando nos sentamos a comer, Lucho llevaba tres tórtolas y yo siete y el torda del Oswaldo todavía no se había estrenado. El cipote de él tenía la nariz como un pimiento y los ojos atorados, y Lucho se puso a reír a lo mandria y a decirle está curadito el gallo, pues, y venga de beber él también, y luego, al ver las siete cazas, que ya me dijo que el secreto era cogerlas el aire y que la cosa iba bien. Yo quise quitarle al Oswaldo la idea de seguir cazando, pero no hubo manera. Tiró a una diuca posada en una piedra y no dejó pluma. El cipote se reía las tripas, y que, qué tal. ¡Ya ve usted que gracia! Yo iba frito porque el muy panoli soltaba tiros sin ton ni son y por dos veces me silbaron los perdigones. Le voceaba que ojo, pero como si cantase. Lo que más me giba es que si uno va con una preocupación, ya ha cazado. Uno está en otra cosa y cuando la pieza se arranca, con un ojo hace a ella y con el otro al peligro. Menos mal que sobre las cuatro apareció un gacho a caballo, hecho un paquete, y se llevó al Oswaldo a la grupa. Le pregunté a Lucho por qué el tipo ese llevaba la pechera de colorines y la manta y unas espuelas de a metro, que si había fiesta, y el cipote, no sé si por coña, que acá los campesinos visten así. Ya sin el Oswaldo, me serené y bajé cuatro pájaros más y Lucho hizo otro par. Total, once por cinco. Menos da una piedra. Camino de la estación le mostré el ramo a Lucho y el mandria, que las pegaba bien y que ya el Oswaldo le había advertido. No quise ensañarme con él. El Oswaldo andaba como un tronco en el andén, con la escopeta y el morral de almohada. El cipote tenía los cartuchos dentro. ¡Hay que gibarse!

El tren la echó larga hasta Santiago. ¡Seis horas, que se dice pronto! ¡Llegué con las espaldas muertas! Y lo peor es que uno no acaba de gozarla, porque lo que yo me digo, la caza no es sólo la caza; la caza es el amiguete, y la compenetración, y la perrita de uno, y las querencias y todo. Y aquí, o es que uno no está hecho, que todo puede ocurrir, o es que echa de menos el asunto de allá. Y la fetén es que te pones a ver y en ningún cacerío de mi tierra solté los tiros que hoy. Ciertamente no hay cosa con cosa. Uno, con todo su golpe de estar de vuelta, no sabe ni tampoco lo que quiere.

25 mayo, martes

Esta mañana me confesó el Efrén que dispone de 20.000 pitos y por eso dijo todo aquello el sábado donde Lautaro. ¡Mírale el cipote de él qué callado se lo tenía! Puestos a mirar, veinte mil pesos no van a misa y tal como están las cosas ni para papel de fumar. El mandria, que si más adelante veo una oportunidad, cuente con él.

Hoy ha sido el primer día de invierno fetén. El cielo está anubarrado y desde casa se ve la cordillera llena de nieve.

26 mayo, miércoles

Por primera vez desde que llegamos, la Anita andaba fuera, sin la tía, al regresar del tajo. Pregunté por ella y la tía, que con la señora de Carballeira a comprar unas braguitas para la guagua. El tío andaba en la oficina y yo no sabía a qué carta quedarme y la tía me dijo entonces que si no me importaba pondríamos la gramola y bailaríamos un rato, que el día su santo se quedó con ganas de danzar conmigo hasta no dar más. La cosa me olió a chamusquina, porque ella, además, andaba en bata, pero tampoco era como para desairarla y empezamos con que si un tango y con que si un pasodoble que no sabíamos dejarlo. Ella se arrimaba y dale con que si yo era un gallo harto encachado y luego, que bien mirado, no era más que un cabro y, para colmo, empezó a traspirar y a dar suspiros y me dijo que la oprimiera, pues, que si no se perdía. Al cabo de media hora dijo que descansar y se sentó en el sofá pegada a mí y yo me retiraba un poco con disimulo, pero ella, dale que dale, y así hasta el tope. Cuando me vi arrinconado no se me ocurrió cosa mejor que preguntarle por la mapucha y ella, que también andaba fuera, y entonces me puse a sudar por cada pelo una gota. Ella sacó un pañuelo y me lo pasó por la frente y que por qué esa manera de traspirar, pues. De repente me salió con que yo le gustaba y que no era culpa suya tener un cuerpecito calientón, ni de que el viejo estuviera ya para el gato, y que de ponerle la cresta siempre sería mejor hacerlo en familia que no del lado afuera sacando los trapos sucios a la ventana. ¡Valiente zorra! Después la cogió con que la Anita era una buena cabrita, pero de lo que nos gusta a los hombres, ni caso, y que ella la había tomado ley, pero que eso no tenía que ver para que los dos pasásemos juntos un buen rato. ¡No te giba el cacho pendón este! Menos mal que llegó a tiempo la mapucha, si no, no sé. La tía la puso a caldo porque nos había cortado de forma que ni decirla pude cuántas son cinco. El caso es que me quedé medio apelelado cuando, puestos en lo justo, yo debí decirle que era una guarra de tomo y lomo y que tonto sería irme a la cordilla teniendo solomillo en casa. Callé la boca, sin embargo, por no enredar más el asunto, pero llegados a este extremo habrá que tomar una determinación. ¡Vamos, que también gibaría que por una vaca vieja fuese yo a echar a rodar la familia y la dignidad! Conozco a la chavala y ni con la Ava Gardner que fuese me pasaría ella una aventura. Cuanto más con este saco. La cosa me ha dejado como tolondro.

De momento, a la Anita, mejor no decirle una palabra. Si la tía es un pendón, de ella para mí, pero dejaría de ser un caballero si me faltase tiempo para ir por ahí con el cuento. Punto en boca y andar al quite.

A la chavala, que si no es conmigo no vuelva a salir de casa a ciertas horas. Saltó que si ya estábamos con la de siempre y lo que yo la dije, que a ver, y que no olvide lo que la digo. La mujer, para no perder la costumbre, se acostó con las lagrimitas.

28 mayo, viernes

Lo de la tía no se me va del pensamiento. Y la zorra de ella, como si tal cosa. Dale con las miraditas y con las chorradas. Y puestos a ver no es que sea una venus, pero, para sus años, no tiene mal cuerpo y de cara no está mal. Demasiadas carnes, en todo caso. Y el cipote del tío en ayunas. Ya le aconsejaría yo que menos currelar y más pesquis. Claro que llegada cierta edad tampoco él tiene la culpa. Ahora le diría yo a Melecio si el hombre se gasta o no se gasta. Él porfiaba que no, que sólo con la muerte. Ya lo ves. Y es de cajón: ha de llegar una edad en que uno sea un punto indiferente y los pechos y las nalgas de una mujer no le digan nada.

A la chavala, ni mus. Dejaría uno de ser un caballero.

29 mayo, sábado

Caí por la tarde donde Lautaro. Echamos un cacho y palmaron Lucho y el Efrén. No salía conversa y lo dejé temprano. De caza, nada. Ando como achucharrado. Más adelante veré de agenciarme una perrita y manejarme por mi cuenta. Me tinca que, bien organizado, también la perdiz de acá puede proporcionar buenos ratos. Allá veremos.

En todo el día de Dios dejé de pensar en la tierra. Y es que nada como la casa de uno. Por vueltas que se le dé siempre iremos a lo mismo.

30 mayo, domingo

Anduvimos con los tíos en el Estadio Español. Ya está bien montado esto, ya. La piscina es cosa de fantasía, vamos. Y luego, la bolera y el frontón. Verdaderamente no le falta detalle. Y luego esa idea de dar a los edificios los aires de allá. Todo está pero que muy bien traído. El tío salió con que cuando me labre un porvenir podré asociarme. ¡No te amuela! Cuando me labre un porvenir ya sé yo lo que me habré de hacer sin necesidad de que él me lo diga. Desde lo de la tía me da lacha cada vez que el hombre este abre la boca. Y es que nunca pierde tanto uno como cuando su mujer le falta. Es cosa comprobada. Desde ese día la fetén es que yo veo a este gacho como un pelele, sin carácter, ni agallas, ni nada de nada. Y en realidad, lo que diría el otro, ¿qué culpa tiene él? De acuerdo, pero la vida no tiene entrañas, ya se sabe.

El tiempo abrió hoy. Vimos el sol y a media tarde hacía una temperatura hermosa.