Esto está dando las boqueadas. Ha vuelto a diluviar y ando como aliquebrado. No me petaría largarme sin despedirme del monte de Villalba, de la linde de lo de Muro, de la ladera de la Sinoba, ni de nada, pero a la fuerza ahorcan y no quiero pensar en que no volveré a ver esos campos porque se me encoge el ombligo. Uno quisiera llevarse todo esto en un bolsillo y en el otro al Melecio, al Zacarías, al Crescencio, a la Modes, a la Doly, a don Rodrigo, y a todos. Entonces no me importaría América, ni me importaría nada. Pero no, dice Tochano, y no le falta razón, que la vida es un fandango y el que no lo baila es tonto. Yo no sé si seré un gilí, pero a mí la vida me duele y, a ratos, pienso que si yo voy a cazar es para olvidarme del dolor de la vida, pues, cazando parece como si uno espabilase ese dolor y se lo metiese, con los perdigones, a las liebres y las perdices por el culo. Esta tarde cada vez que sonaba el pito de un tren me escocía en lo vivo. Y cuando Melecio, a cosa de las diez, se presentó en casa y me dijo que para el sábado han liado los amigos una cena de despedida en lo de Polo se me empezó a inflar el corazón y bien creí que me estallaba. Uno no tiene entrañas para dejar todo a sangre fría; uno será un mandria, o lo que sea, pero si piensa que allá olvidará, malo; si piensa que no va a olvidar, peor.
Dice José que de lo mío nada. Estoy negro. Sentí el exprés de Galicia.
5 marzo, miércoles
La excedencia sin aparecer. Don Basilio habló con Madrid y parece que le dieron buenas palabras. Veremos. Vinieron dos a ver la burra, que la había anunciado en la prensa, pero la gente de esta tierra quiere momios, como yo digo. Una bici que está nueva, las ruedas con el dibujo, su timbre y su dínamo, bueno, pues uno pide seiscientas y ellos que la mitad. ¡Vaya usted a paseo! El otro me vino con que era un pobre. Ya le dije que si por casualidad tenía yo cara de ir a veranear a la Costa Azul.
¡No te amuela! Ya le he dicho a la chavala que si no la pagan como se debe, antes la regalo; todo menos hacer el primo. Don Basilio me ofreció una trastera del Centro para los muebles. La chavala quería fundirlos sin más. Yo la dije que calma. Con estas cosas nunca se sabe lo que puede pasar.
4 marzo, jueves
Uno de Villaherrero se quedó con la burra en cuatro billetes. Anduvimos tres horas porfiando, que si subo, que si bajo, y ya me dio lacha y se la di en dos reales para que callase la boca. Cuando la sacaba tuve que mirar para la pared. Uno termina cobrándole ley a las cosas; cuando más a este trasto. ¡Anda y que tampoco les habré dado yo vueltas a esos pedales, ni nada!
5 marzo, viernes
¡Lo que faltaba para el duro, vamos! De regreso del café me encontré a la Anita hecha una dolorosa. La pregunté que qué, pensando en la candaja de la Carmina, que es la fija, pero ella que no, que era por las Mimis. La dije que qué de las Mimis y ella me salió con que se habían hecho de cruces de que ella fuese a tener un crío con unas caderas tan escurridas. ¡No te giba! Me puse negro y la voceé que qué pintaban las pingos esas en mi casa y ella que habían estado de despedida. La dije lealmente que peor era no tener vergüenza y que a la Mimi tiempo la sobró de hacerse de cruces cuando el vivo del fogonero la sacó anticipada. ¡Toma del frasco! Bueno, pues, la chavala aún tuvo que salir por ellas, con que si un desliz lo tiene cualquiera y, lo que yo la dije, que a nadie se le caen los pantalones por un descuido. Acabé dando cuatro voces. Para esta mujer lo que digan las Mimis es el evangelio. ¡La madre que la parió! A mí las Mimis, la alta y la baja, las dos, me la traen floja, pero uno viene quemado con lo de la excedencia y malo es que llueva sobre mojado.
6 marzo, sábado
¡La Virgen! La verdad es que nunca me pensé que darían a lo de la despedida tantos vuelos. Nos juntamos en lo de Polo también más de dos docenas de personas. Allí andaban mi hermana con Serafín, Tochano y la Paula, Tomasito y la parienta, Melecio y la Amparo, Zacarías, Crescencio y dos de las chicas, las Mimis y Lucio, el fogonero, Asterio y su chavala, don Rodrigo y qué sé yo cuántos más. Al final, el mismo Polo se sentó con nosotros a echarnos una mano para despachar el lechazo. La cosa empezó un poco así, pero de que nos echamos dos vasos al cinto cambió la fisonomía. Se emperraron en que cantara «Un estudiante a una chica…» y ahí empezamos a liarla. Luego se puso a hablar Asterio, el sastre, y se quedó solo a elogiarme. ¡Anda y que tampoco me dio jabón ni nada el lila de él! Menos mal que tenía cuatro copas y ya nada me asustaba. Don Rodrigo, el hombre, anduvo haciendo el zángano como uno más y luego se puso a imitar al Alcalde, y a don Basilio y, al final, todos decían que era un tío majo y que de donde le había sacado. Ya les dije que era un profesor y los cipotes se quedaron de una pieza. Ya les dije que en eso, como en todo, hay clases. Lucio, el marido de la Mimi, se entonó a escape; a medio comer se levantó diciendo que el cuerpo le pedía juerga, agarró a don Rodrigo y se lo echó al hombro. Todos se liaron a aplaudir y don Rodrigo, entonces, soltó un discurso desde lo alto y acabó con que hacía votos porque a la vuelta de tres años «nos reuniéramos otra vez todos en lo de Polo con un Lorenzo que apalearía los billetes». Al decir esto, Lucio empezó a bailarle y bien creí que le estampaba. La Amparo, la de Melecio, andaba desatada y al servir la tarta se subió a la mesa y se marcó un zapateado y el vino se desparramaba por los manteles y todos voceaban alegría, alegría, y Melecio tiró de armónica y se metió con «El emigrante» y yo no sabía si reír o llorar, pero notaba una cosa así, sobre la parte, que casi no me dejaba respirar. A última hora, mi cuñado Serafín a poco la giba, venga de darme abrazos y de llorar y de decir que perdía un hermano, y gracias a que Tochano metió el cuezo, le agarró de las solapas, empezó a zamarrearle y le voceó que si aguaba la fiesta le iba a dar más que a una estera. Entonces Tomasito se arrancó por lo bajines y Lucio quiso hacer un número de circo entre dos sillas, pero agarró una liebre y se lastimó un hombro. El panoli de Zacarías se partía el pecho a reír. Luego hicimos el coro la cuadrilla, o sea, Melecio, Zacarías, Tochano y yo, y cantamos «La comida que he comido ayer» y «La mujer del Churrimandungui». La Mimi alta saltó con que todo eso era una guarrada de tomo y lomo, pero las chicas de Crescencio, que resultaron muy majas metidas en juerga, a pesar de que uno las ve así, en frío, y se le hacen un poco estreñidas, se meaban de risa. Terminamos en el parque burreando a nuestro antojo. Anduvimos haciendo estatuas hasta que se puso a llover. Entonces, don Rodrigo recordó que yo no había hablado y Lucio me agarró, me subió al hombro y tuve que decirles que por mucho que me diera América nunca podría darme una noche como ésta y pensaba decir más, pero Tochano me miraba sin dejarlo y me dijo: «Ché, ojo con el pico», y entonces paré quieta la lengua y todos se liaron a aplaudirme y lo dejamos. Luego no acertaba con la cerradura y la chavala me tuvo que echar una mano. En la cama le decía: «Aprieta los ojos y es tal y como si fuéramos navegando». Pero ella, ni pío. A poco la sentí que devolvía, pero no tuve fuerzas ni para moverme.
9 marzo, martes
Le dije a don Basilio que si los papeles no llegan tendré que largarme a Madrid. El vaina, que si mañana no hay noticias pedirá otra conferencia, que ya le choca un retraso así. El caso es amargarle a uno los últimos días. Al salir de la Dirección me topé con don Rodrigo y me preguntó que qué tal desde la otra noche. Ya le dije que agarré una juma regular y que aún andaba con la resaca. Él se puso a reír y me salió con que ayer se topó con Lucio en la Plaza y el cipote llevaba un brazo en cabestrillo. ¡Les habrá bestias!
Por la noche ya cantan los ruiseñores en el parque. Tenemos una primavera temprana. Esto no sería malo si no anunciase nublados para julio y si es así las nidadas de perdiz se las va a llevar la trampa. Claro que, por lo que a mí respecta, ahí me las den todas. La dije a la Anita que cuando empezamos las despedidas; me pone negro dejarlo todo para lo último. Son tantas cosas en la cabeza que uno vive estos días a lo loco, sin tiempo para reflexionar, ni nada.
10 marzo, viernes
De Madrid, ni mus. ¡Les hay que se los pisan, vamos! Don Basilio habló con el Ministerio y porfían que ya está resuelto, pero la verdad es que yo no me puedo largar así, fiado de unas palabras. Con unas cosas y otras hoy ha sido no parar. Por la mañana me llegué a la Renfe por los billetes. Tuve que echarle paciencia al asunto, pues había una cola de órdago a la grande. Luego anduvimos en el Instituto de Higiene a vacunarnos. Comí donde los viejos y con el bocado en la boca me acerqué al Cementerio. A uno, por más que diga, le cuesta arrancar y aunque de vivo ande de la Ceca a la Meca, a la postre no desea otra cosa sino descansar en esta tierra, junto a los suyos, que para algo tiene uno la chamba de no ser un inclusero. El camposanto estaba tranquilo y sentí lástima de los que no están enterrados por lo sagrado. Mentira parece que algunos lleven sus convicciones hasta ese extremo. Pasé por la tumba del Pepe y le dije un padrenuestro. Aún me parecía oírle vocear, siempre en plan protesta. Allí, en América, ni muertos conocidos va a tener uno, como yo digo. De regreso me llegué al Ginebra y pregunté por Marcelo, el uruguayo. Le dije que quería llevar dinero americano o italiano para el viaje por si las moscas y me salió con que a bordo tengo un Banco para hacer los cambios que me urjan. Creí que se cachondeaba, pero no; me dio su palabra de que era cierto. Estos extranjeros son la oca. Hasta plaza de toros van a tener los barcos con el tiempo. ¡Qué cosas!
A la noche, Melecio pasó por casa. Marché con él a despedirme de la Amparo y los chaveas. La Amparo, la mujer, que más que por ella lo sentía por Melecio, que se iba a quedar como sin sombra. Le dije que es la vida, y ella qué a ver. Sentí llorar a la Doly en el corral y pasé a verla. El animal se la sabe entera, esto no hay quien me lo saque de la cabeza. Metió el hocico entre mis piernas y no hubo quien la hiciera menearse hasta que me largué. Melecio se vino conmigo. ¡Qué murrio está este hombre! Al despedirnos me dijo que si no molesta sacará billete para acompañarnos a Barcelona. Ya le dije que él manda, por más que luego el verse solo en una ciudad tan grande y desconocida le va a dar que sentir.
La chavala que por qué no encargué los billetes a Lucio, que me hubiera ahorrado la espera. ¡También es verdad! Y es que uno, en fuerza de dar vueltas a las cosas, acaba como tolondro. Esta historia de los papeles me está haciendo la santísima.
11 marzo, sábado
¡Al fin! Llegó todo el papeleo, solté cuatro firmas, y como los ángeles. Ahora a aguardar. Bueno es saber que uno, por mal dadas que vengan, tiene cubierta la retirada. Pongo por caso que aquel clima no me pinta o, sencillamente, que no me adapto, que todo puede pasar. Zacarías dice que hay quien vive diez años en un sitio y no se adapta. A ver, el hombre y los animales Morlés de Morlés, como yo digo; y hay animales que no aguantan un clima y otros que sí. Con esto sucede como con todas las cosas; cada hombre es como es y nadie puede decir aquí me va a pintar y allí no me va a pintar. Uno tiene que probar antes de decir sí o no. La perdiz, pongo por caso, no se aclimata en el norte. Y como esto, a cientos.
Tino no tuvo tiempo de venir a darme un abrazo. ¡Faltaría más! Mi hermano, es cosa sabida, donde no saque sustancia, nada. Eso sí, en la carta, erre que erre, que si encuentro una proporción no deje de ponerle cuatro letras. Tino, desde que tengo uso de razón, es un gilí que siempre anduvo a la sopa. Todavía tengo clavado cómo se hizo el roncero cuando lo de la madre. Que diga que yo soy así un tipo sin hiel, si no, de qué le vuelvo a mirar a la cara. La vida de Madrid, ya se sabe.
Anduve de despedidas en el Centro. Don Basilio me pasó a la sala de profesores, con toda la consideración, y que en cualquier circunstancia ya sé dónde queda un amigo, y que lo de la Conserjería, ahí está mientras yo no determine. Ya le dije qué difícil veo que regrese, pero él, que su experiencia le aconseja obrar así y que un primo suyo que se largó a Venezuela, con intención de no volver, se presentó en casa a los dos meses, porque el asunto corazón puede más que otras razones. Bien mirado, todos estuvieron como caballeros menos el de Francés, el tío estirado, que me dio la mano como si fuera un nombramiento de director general. ¡Le daba así, al cipote este! Pero ¿quién se habrá creído que es?
Sentí todos los trenes hasta las tres. De dos semanas a esta parte ando como una pila.
13 marzo, lunes
Pensaba hacer muchas cosas y luego, lo que pasa, no hice ninguna. Empecé con la Anita las despedidas, pero ahora resulta que todos irán a la estación, eso que el Shanghái no puede salir a peor hora. El suegro soltó trescientas; creo que no vamos mal. Intenté cenar, pero no pude pasar bocado. Me he tirado dos horas de reloj, que se dice pronto, en la azotea mirando las luces y escuchando los ruidos de la ciudad. Mañana no podré hacerlo y si lo pienso me reconcomo. La chavala, con los nervios del viaje, como si no tuviera barriga.
14 marzo, martes
Esto se mueve a base de bien y no hay cristiano que haga una letra derecha. Entre tantas impresiones parece como si uno fuera otro. En la estación se juntaron tres docenas de amiguetes de los fetén. La vieja me hizo una escena que para qué. Bien creí que le daba el telele. Cuando pitó el tren se abrazó a la Anita lo mismo que si la llevaran a la horca. ¡Qué cosas! Lo que yo me digo, que estos extremos no conducen a nada. Menos mal que los otros anduvieron al quite y se pusieron a cantar «Por ser tan buenos muchachos» y me echaron un capote, que si no… Al arrancar, Zacarías se colgó del estribo voceando y el mandria, cuando se soltó, cayó en el andén de mala manera. Vamos, que a poco tenemos algo que lamentar; porque, lo que yo digo, no son pocos los que se han desgraciado por una pamplina así. Los otros, venga de mover los pañuelos, y la chavala no hacía más que moquitear en la ventanilla y a mí se me puso así un bulto como una nuez en el pecho que no iba para arriba ni para abajo. Al doblar el recodo, junto a la fábrica de jabones, les perdimos de vista y Melecio dijo: «Bueno, se acabó». Luego se quedó achucharrado, sin decir palabra. Ni sé para qué se le ha ocurrido escoltarnos. No hago más que pensar en el regreso de este hombre mañana. La Anita, de que se echó la noche, a dormir como una bendita. Las mujeres, ya se sabe, ni sienten ni padecen. Al pasar por Zaragoza, le hice jurar a Melecio por la Virgen que no colgaría la escopeta. Ya tiene uno encima bastantes penas para que vayamos a aumentarlas así, a lo bobo.
Dice el revisor que hasta las nueve no llegaremos a Barcelona. Creo yo que Italmar ya tendrá abierto para esa hora. Es lo único que me queda por hacer.
15 marzo, miércoles
Ni tiempo he tenido de echar una ojeada a la ciudad y eso que es mucha capital Barcelona. La gente anda a lo suyo y afana como el que más. Esta ciudad no tiene cuento y si es grande y si es importante, a pulso se lo ha ganado. En Italmar me despacharon los pasajes sin más que tirar de resguardo; luego merendamos en un bar del Barrio Chino, y a las seis, al muelle. Me giba echarle sentimentalismos al asunto, pero según miraba al Melecio, se me ponía una cosa así, sobre la parte, que ni podía hablar ni nada. Pero en cuanto que le eché la vista al barco, me olvidé de él, que lo mismo que digo una cosa digo la otra. ¡La madre que le parió! Esto es como una ciudad y, bien mirado, así de abajo arriba, parece talmente la fila de casas de la Audiencia, todas juntas. Había mucho público en el muelle y a codazo limpio llegamos a la pasarela donde decía tercera, pero entonces nos dijo un panoli de uniforme, con una jeta así muy particular, que debíamos dejar las maletas delante. Nos fuimos allá y Melecio andaba renqueando, arrastrando las suelas de los zapatos. Pusimos las maletas junto a las otras, pero allí no había nadie al quite y le dije a Melecio si le importaba mirar por ellas. Yo sabía que había llegado el momento y aparte los bultos, lo que yo quería era entretener al Melecio para quitarle la idea de la cabeza. Quedamos en asomar la gaita junto al bote del cuarto piso, donde decía III, y que él no se moviera de donde estaba. Según subíamos, la chavala no hacía más que reírse y apretarme el brazo y ya le dije que, ojo, no resbalara en la escala y fuera a desgraciar al crío. Arriba entregamos los pasajes y era aquello una olla de grillos de gente que subía y bajaba, y pasillos, y tiendas con escaparates y toda la pesca, y bocinazos por el altavoz en todas las lenguas, pero la Anita y yo sólo nos parábamos a escuchar cuando hablaban en español. Luego empezamos a bajar y subir escaleras y al fin dimos con un mozo y le enseñamos los boletos y nos llevó a los camarotes, pero ahora resulta que la chavala tiene uno y yo otro, y ella va con tres mujeres y yo con tres hombres. Nos han hecho la santísima. Se lo dije al mozo, pero no entendía y no hacía más que reír a lo mandria. Me expliqué por señas y él dijo que «eso costar mucha plata». Ya iba a soltarle cuatro frescas, pero la Anita me dijo que lo dejara y que al fin y al cabo nuestros camarotes eran vecinos. No quise empezar armando una polca. Las cabinas son pequeñas, pero el resto del barco parece cosa de cine, vamos.
Había público por todas partes y entonces pensé en Melecio y pregunté a uno de uniforme si no podría subir un amiguete, y él, que sin tarjeta, nanay. Luego nos pusimos a buscar el bote donde decía III, pero que si quieres. Nos asomamos por la cubierta de segunda clase y allá abajo andaba el Melecio, medio apelelado, con las manos en los bolsillos, mirando para el bote. Por más que le hice de señas no hubo manera. Había un ruido del demonio y a pesar de que le voceé, nada. Entonces empezaron a meter maletas con una grúa y yo me bajé donde los camarotes y cuando llegó el mozo con lo mío le largué un pavo, pero el candongo de él me salió con que qué era eso. Le dije lealmente que la propina, y el farotón, que menos bromas. Me gibó la salida, porque yo creo, vamos, que ya está bien embolsarse un pavo por cargar cien metros con tres maletas terciadas, y como lo pensé se lo solté, y le dije, además, que si hacía treinta servicios por día, ganaba más que un catedrático. Acabé dándole tres pavos por no dar el espectáculo.
Cuando subí, Melecio seguía medio apelelado, allá abajo, en los adoquines, mirando todo el tiempo para el bote. Le dije a la Anita que deberíamos buscar la salida a donde el bote y cuando andábamos en ello, los altavoces empezaron a decir que los que no fueran pasajeros se largaran, que íbamos a marchar. Me puse como el rabo de una lagartija y cuando quisimos dar con el bote, los remolcadores ya tiraban de nosotros hacia fuera. Entonces nos vio Melecio y empezó a mover la gorra, y la chavala y yo tiramos de pañuelo, y había mucho gentío abajo meneando también los suyos y era todo tal y como en las películas. Se iba echando la noche y Melecio ya no era más que un punto en el muelle, pero el hombre seguía moviendo la gorra de un lado a otro, y, de repente, los altavoces dijeron en todos los tonos que la comida para los de tercera estaba lista. Según bajaba empecé a notar el balanceo y, qué sé yo por qué, me recordé de cuando de chavea me montaba la madre en la burra de la señora Felipa, la basurera. El barco se movía como una burra grande y yo sentía los movimientos talmente como podrían sentirlos las pulgas de la burra de la señora Felipa. Nos sentamos a una mesa redonda con un gacho así con trazas de cachondo. Yo no sabía si traerían de todo lo de la minuta, pero me fijé que el de la cara de cachondo pedía tres cosas y yo le di a la Anita con el pie, y ella fue y pidió tres cosas y cuando el gilí del camarero se me acercó, con su poquito de zumba, yo le dije que idem y asunto conchudo. Andábamos un poco moscas, pero, al fin, el de la cara de cachondo, preguntó que si españoles y yo le dije que a ver, y que él, qué, y él, que italiano, de Génova, y que si la siñora también española, y yo que sí, y él salió con que la siñorina parecía napolitana, y entonces la Anita le dijo que si era italiano conocería al Pier Angeli, pero el cipote ni la había oído mentar.
Andaba más molido que otro poco y al terminar le dije a la Anita que qué tal si nos largáramos. La dejé en su cabina, y ya en la mía, tropecé con un gilí y me dio lacha quedarme en cueros vivos delante de él y me fui a quitar la ropa donde las duchas. Cuando volví, el tipo se lavaba los dientes y hacía unos ruidos que parecía talmente que fuera a volvérsele el estómago del revés. Al acabar me dijo que era alemán, pero que tenía su hacienda en la Argentina. No quise darle carrete por precaución. Zacarías me dijo que en el extranjero hay mucho cipote de la serie B. En realidad, este candongo parece un macho muy macho, pero vaya usted a saber. Tochano decía que esos, cuando lo son, son los peores.
Tardé en dormirme. Eché en falta el exprés de Galicia. El hombre te pones a ver, y no es más que un animal de costumbres.
16 marzo, jueves
La Anita y yo pasamos la mañana recorriendo el barco. Mentira parece que la técnica llegue a estas cosas, como yo digo. Uno oye que el mundo progresa, pero no se percata de ello mientras no lo guipa con estos ojos que se ha de comer la tierra. ¡Qué cosas! Uno tiene aquí todo lo que se pueda soñar y más: gimnasio, salas de juego, biblioteca, cine, pistas de baile, bar, iglesia, tiendas, y, tal como me dijo Marcelo, un Banco para cambiar las pesetas en la moneda que a uno le pete. Esto es vivir y lo demás son coplas. Uno paga el servicio, es cierto, pero luego tiene un ciento de tipos que sólo se preocupan de que uno vaya a gusto. Y esto en la tercera. Luego el altavoz dando instrucciones en cuatro lenguas y que uno lo oye, quieras que no, aunque se encierre en el wáter. De cine, vamos.
Al ir a comer nos ganó por la mano Giusseppe, el gilí de la cara de cachondo, y luego vinieron uno y una. Él, de que nos oyó hablar, saltó que unos de ida y otros de vuelta, no más, y yo dije que a ver y le pregunté de dónde era y él, que chileno, y yo le dije que allá íbamos, y en éstas terció ella, que es una tipa así, tan grandota, que lo mismo parece la voluntad del Señor, y preguntó que si al norte o al sur, y yo callé la boca, y ella que el sur es cosa linda y que ella era del sur. Hicimos migas con la pareja y nos fuimos al cine juntos. La película era en italiano y yo sudé por cada pelo una gota para entenderla y cuando quise preguntarle al chileno que había dicho un gilí al que parecía que todas las cosas se le torcían, el tío frito. Luego tuvimos té-baile con una orquesta muy apañada, y la chavala y yo nos marcamos un bugui que fue la sensación. Ya veo yo que fuera de España no se baila. Se mueven de acá para allá, pero no hay gracia, ni ritmo, ni nada, esta es la fetén. En la cena le pregunté al chileno si era cierto que en Chile había campo, y él me salió con que en ninguna parte pagan por dormir. A la noche jugamos unas liras a los caballitos. Anduve con la chorrina y embolsé quinientas, que no está mal. La Anita se volvía loca a aplaudir. Me giba lo que nadie sabe esto de tener las cabinas separadas. Me dice la chavala, y con razón, que a ella le gustaría comentar hasta las tantas. Cuando me acosté, el alemán roncaba con unas ganas como si nunca lo hubiera hecho. ¡Menudo fuelle se gasta el condenado! Tardé en dormirme. Uno lleva tantas cosas en la cabeza que no sabe a qué carta quedarse.
17 marzo, viernes
Esto es un guirigay de aupa. En la litera de debajo del alemán hay un griego de gafas que puede tener mi tiempo y que así, al pronto, tiene jeta de pasmado, pero te pones a ver y el tipo se la sabe entera. Esta tarde, emperrado en enredarme con dos brasileñas que, según él, son dos churros. Ya le dije que venía con mi señora y él salió entonces con que de lo dicho no había nada. Luego le vi bailando con una gachí medio enana y, de que me veía tumbarme a reír, el gilí se ponía bizco con una gracia que para qué. El fulano se agarraba bien.
Vimos una película en norteamericano y el chileno así que apagaron se quedó roque. La Anita porfía que la ha entendido. No sé a santo de qué, pero será verdad cuando ella lo dice. A uno le giba ya esta pichicharra de poner las películas en extranjero cuando nueve de cada diez cascamos en español.
El tiempo anda calmo y anoche cruzamos el estrecho de Gibraltar. Ahora, frente al África, va pegando el calor. Dice el chileno que ya veré cuando pasemos la zona tórrida. Echamos una lotería antes de acostarnos y me costó palmar.
18 marzo, sábado
De madrugada llegamos a Dakar. Los negros salían en barcas a esperarnos más allá de la barra y era un espectáculo. Luego, en las calles uno no ve un blanco ni con recomendación. ¡Madre, qué fachas! Los gilís estos son negros como la pez y más largos que una peseta de tripas. Luego se colocan unos manteos que para qué. La Anita cada vez que se arrimaba uno a ofrecernos algo la entraba el canguelo. ¡Anda y que también saben ponerse pelmas los mandrias estos! Uno nos siguió hasta el centro y me pedía mil francos por un peinecito que no valía dos reales y ya, cansado, le pregunté si tenía yo, por un casual, cara de memo. Él dijo que no entender y, entonces, yo me eché a reír en sus barbas, pero el cipote pegó un tirón y me lastimó un dedo. No le solté un sopapo por no armar un trepe. ¡No te giba, el betún este!
Pegaba en forma manolo y nos sentamos en un café con los chilenos y, a cada rato, se nos arrimaba una negra con una cesta a la cabeza, se escupía la mano y un puño de cacahuetes al velador. Le pregunté al chileno si era un obsequio, pero él dijo que mejor nos iría comprándole una medida, no nos fuesen a descrestar por una pichanguita así. Te pones a ver y los edificios aquí son cosa seria. Luego vendrán los del cine a decirnos que el África, en punto a civilización, cero. Ya, ya… Esto es como Europa y el color de la piel no hace al caso. Antes de regresar al barco dimos un garbeo por los suburbios, y allí sí: los cipotes andan como salvajes y orinan y hacen de vientre en mitad de la calle. Pero lo que yo le digo a la chavala, a edificios no le echan la pata a Dakar muchas capitales que presumen.
A la anochecida me dio por recordarme de lo de allá. Bien mirado el Melecio, con su rutina y sus cosas, no me da envidia. Habrá que verle volver de Barcelona, al torda de él. ¡Se pensará el gili que sólo por eso ya ha visto medio mundo! Así es la vida; para uno no cuenta más que lo que ve. La fetén es que nada enseña tanto como el viajar; uno guipa otras gentes y otras costumbres y no es aquello de encogerse en un rincón sin saber de la vida, ni conocer de la misa la media.
A los viejos les enviamos una postal con unos negros debajo de una palmera. Daría dinero por ver la cara que ponen al recibirla.
19 marzo, domingo y San José
Hubo misa en el salón de primera. ¡Vaya postín! Apuesto a que ni en el hotel de más campanillas de París hay un lujo como éste. Tocó la orquestina, y el pater, por no perder la costumbre, habló en italiano. ¡Que le echen un galgo! Según la chavala, dentro de unos años viajaremos en una primera de éstas, como señores; yo ya le digo que por capacidad y por ansia de trabajar no ha de quedar. Con esto y que el tío eche una mano… En la misa había poco público y aunque hubo otra de mañana en la capilla, va a tener razón Marcelo, el uruguayo, cuando decía que fuera de España la gente es menos carcundia.
Alquilé una tumbona para que la Anita tome el aire en la cubierta. ¡Cuatro mil liras, que no está mal! Los extras aquí le comen a uno por un pie, órdiga. Ayer invité al griego a tomar el vermut y quinientas del ala. Claro que esto de las liras parece una coña; uno suelta cientos de ellas como quien lava. La verdad es que, quitando el tabaco, lo que no va incluido en los servicios anda por las nubes. Aquí una de rubio viene a salir por cuatro o cinco calas. De lo demás, más vale no hablar.
A última hora se puso el barco a bailar y yo en la mesa veía la jeta de Giusseppe que subía y bajaba y, a poco, noté que se me revolvía el cuerpo y dije que disculpasen y me largué a ventilarme a la cubierta. Detrás subió la chavala con la copla de que la señora de Iquito, la chilena, tenía unas píldoras muy buenas para el mareo. Bajé, me tomé dos píldoras y, al cuarto de hora, como un geranio. La señora de Iquito dice, y no le falta razón, que no hay cosa peor que el mal de mar, particularmente si uno quiere devolver y no hay de qué. El chileno salió entonces con que una vez, estando en el Caribe, fue el único que se presentó en el comedor. Luego la gozaba y dijo que así y todo tuvo que ayunar porque también los garsones andaban curaditos. Le pregunté si habían viajado mucho y el candongo de él, como quien no dice nada, que se ha dado dos veces la vuelta al mundo. ¡Toma del frasco! Pegamos la hebra hasta las tantas porque los caballitos andaban desanimados.
El personal ha empezado a bañarse en la piscina. El griego que si no me determino. Otra cosa bueno, pero la fetén es que yo no corro por el agua.
20 marzo, lunes
He pasado el rato con el mapa de cubierta, viendo las banderitas. Bien mirado hemos recorrido ya tres o cuatro veces el largo de España. Sólo de ver la patria tan chica, se le encoge a uno el ombligo, coño. Uno, en su pueblo, se cree alguien, pero de que se asoma al mundo se percata de que es menos que una mosca y que por el hecho de vivir en una ciudad no deja de ser un pardillo. Hay mucho que aprender, como yo digo, aun cuando uno se crea que se las sabe todas. Anoche precisamente le decía a la Anita que me gustaría ver la cara que pondría el Zacarías, o las Mimis, o el señor Moro, si nos vieran ahora aquí, en medio de este mar que no se acaba nunca. La Anita salió con que, para eso, mejor en la tumbona, con las piernas arrebujadas en la manta. La dije que la cosa tenía fácil arreglo, llamé al fotógrafo y la tiró una placa. Luego hicimos un grupo con los chilenos, el alemán, el griego y el italiano. Mañana las recogeré y desde Brasil podemos mandarlas. Te pones a ver y aquí cada uno es de un país distinto. Mentira parece. Es como el asunto de las monedas. ¡Una colección, vamos! Y no es aquello de que sea un capricho. Si uno quiere desenvolverse en el mundo y no quedar como un panoli necesita echar mano cada día de una moneda distinta. La vida está organizada de esa manera y uno tiene que achantar la mui y bailar al son que le tocan. Que juega a un caballito y gana, bien: uno puede elegir la estampita que más le guste. Que pierde: uno paga con las estampitas que más rabia tenga. ¡Ya me petaría disponer de cinco minutos para contar allá, en la peña, todas estas cosas!
Al marrajo del chileno me lo voy calando. De entrada me salió con que si me parecía podíamos pagar el vino a medias. Ya es una pendejada esto de no incluir el vino en los billetes, pero a uno le pilló de nuevas y bien. Pero ahora resulta que el ansioso se bebe una botella por comida y con eso de que la chavala ni lo cata, yo me levanto todos los días mamado de la mesa porque tampoco es cosa de hacer el canelo; vamos, me parece a mí.
Esta noche hubo fiesta de gala, pero no pusieron pegas para entrar de paisano. La Anita dice que en cuanto nos acomodemos, lo primero unos trajes de etiqueta. No es de ahora que yo tenga capricho por la ropa, de forma que la dije que bien. Anduvimos bailando como peonzas hasta las tantas. En el barco ya tenemos fama; sobre todo por el tango. Si siento que la chavala se abulte, está esto entre otras razones. Yo me pirro por el baile, ésta es la fetén.
Antes de acostarme subí a ventilar la cabeza. Por arriba y por abajo uno no ve una luz ni por cuanto hay. Esto del mar es un mundo, vamos.
21 marzo, martes
Hoy hubo bureo con los preparativos de la fiesta del Ecuador. Giusseppe me preguntó si yo le había pasado más veces y le dije lealmente que nones. Conmigo hay otros seis. El cachondo de él que había que bautizarnos y los demás se reían las muelas, pero yo le dije que de acuerdo. Luego me preguntó si la Anita estaba encinta y le dije que sí, y él dijo que de la siñorina había entonces que prescindir. Me empieza a oler mal la tostada. Por la tarde nos repartieron el programa. A las 8,00, Passaggio dell’Equatore; 7,00 8,00, Santa Messe in Capella; 7,30-10,00, prima colazione; 10,30, Batessimo dei neofiti (esto debe de ser lo mío); 12-13, seconda colazione; 14,30, spettacolo cinematográfico; 16,30, giochi sul ponte; 16,30, Santo Rosario e bendizione in capella; 17,15, té-concerto nella sala feste; 19,00 20,15, Pranzo Ecuatoriale; 22,00, gran bailo; 24,00, sandwichs e pasticceria. Total, que mañana jarana de la mañana a la noche. Giusseppe anduvo todo el día de Dios armando corrillos por todas partes. Ni sé la que tramará el cachondo de él. Al anochecer hicimos un ensayo de naufragio, y empezaron a darle las sirenas, y venga bocinazos por el altavoz, y el público corriendo de acá para allá, poniéndose el salvavidas, y ¡gibar!, era todo tan a lo vivo que se le ahogaba a uno con un pelo. La Anita, la mujer, todo era decir que si no había peligro era una pendejada meternos a lo bobo el resuello en el cuerpo.
Dicen que a partir de Río subirá el tabaco y me compré un cartón de «Chester». Por la tarde, el griego me estuvo enseñando a jugar al ping-pong. Luego me preguntó si sabía dónde se apeaba el alemán. Le dije que creía que en Buenos Aires y él, que ya era mala suerte. Le pregunté la razón y el cipote se puso bizco y me salió con que una de las brasileiras no le haría ascos a partir con él el camarote. Ya le dije que aún estaba yo, pero el candongo se echó a reír y dijo que yo tenía mi señora y para eso estaban los turnos. La verdad es que no está mal pensado y puestos a mirar, con esto de la separación de las cabinas, me han hecho la santísima. Uno no será un abusón, pero tiene sus necesidades como cada hijo de vecino.
Recogí las fotos. ¡Gibar con el artista! ¡Seiscientas cincuenta liras por dos tamaño postal! A pique estuve de decirle que a robar a Sierra Morena, pero callé por educación. Luego la gozaba con la chavala, porque lo cierto es que ha salido de película.
Hace un bochornazo que le zumba el bolo y la camisa se pega al cuerpo. En cambio, dentro del barco, lo mismo que cuando salimos de Barcelona. Dicen que es por eso del aire acondicionado.
22 marzo, martes
La fiesta no terminó a sopapos de puro milagro. El cipote de Giusseppe se confundió de pieza y a poco la giba. Ya le dije que de mí no se cachondeaba ni mi madre, que gloria haya. El gilí que no sé aguantar una broma. ¡Coño, lo que no sé es nadar! Cuando me tiznó la cara bien callé la boca. Pero, órdiga, hay bromas y bromas, como yo digo. Bueno, pues el cipote todavía porfiaba que no sabía encajar una broma y que si tal, y que venía haciendo de Neptuno desde que nació y nunca le ocurrió una cosa así. Tentado estuve de darle en la cara, pero la gente no hacía más que reír a lo bobo de verme todo empapado y pensé que mejor sería cerrar el pico y dejarlo. ¡Gibar, me voy a recordar del Ecuador así viva mil años! Y lo grande del caso es que todo había ido bien, con el cipote de Giusseppe lleno de barbas, y un tenedor, y rodeado de sirenas, y soltando el discurso a voces. Pero luego me empujaron y perdí la cabeza. Por un momento bien creí que la palmaba, pero uno, no sé cómo, me dio un envite y salí arriba, y Giusseppe y las sirenas me agarraron desde el borde y todos venga de felicitarme, y de gozarla, y Giusseppe fue y me besó y me dijo que ya era un neófito y fue entonces cuando le solté lo de que de mí no se cachondeaba ni mi madre. Aún no sé quién me empujó en el agua, pero tengo un moratón en una cadera que para qué. Luego la Anita cogió la perra con que dónde andaba el Ecuador, porque ella no le había visto vivo ni muerto y me dio el día. Ya le dije que estas cosas no están, que son como pendejadas que se inventan para hablar de algo y armar folklores. Ella porfió que eso eran pamplinas y que si habíamos pasado el Ecuador en alguna parte andaría. Traté de hacerla ver que, bien mirado, el Ecuador venía a ser como la zona tórrida, que tampoco se la veía, pero ella saltó con que la zona tórrida no se la ve, pero se la siente y, en cambio, el Ecuador dicen que está y la gente se alborota toda por ello, pero la realidad es que ni se le ve, ni se le siente, ni se le oye, ni nada. Callé la boca por no decirla que hija de un churrero tenía que ser.
A las doce retrasaron los relojes treinta minutos. Antes de llegar a Buenos Aires hemos de rebajar cuatro horas. Esto quiere decir que cuando yo abra el ojo Melecio ya saldrá de la sierra para comer. ¡Toma del frasco! Ya le digo a la chavala que tampoco le voy a hacer ascos a eso de amanecer a mediodía, pero ella porfía, y con razón, que también me amolará acostarme a las cuatro de la madrugada.
23 marzo, miércoles
La Anita es muy asquerosa para comer. Del lechazo, el momio, y pare usted de contar. Ahora me sale con que está harta de la comida de a bordo y que los treinta platos de la minuta son los mismos perros con distintos collares y que te pones a mirar y no comemos de fresco desde que arrancamos de Barcelona. Le eché calma al asunto porque cuando las mujeres la cogen con la cocina ajena es bobería discutir. De todos modos me pone en cuidado que la panoli casi no coma. La fetén es que se está quedando en la espina de Santa Lucía.
Esto de las mujeres también tiene su guasa, como yo digo. Cuando yo era chico la mujer que se casaba, ya se sabía, al año, un tonel. Bueno, ahora, yo no sé qué pasa, que la mujer que se casa se queda espiritada y hasta pierde las formas y el color. Y no lo digo por la Anita, que nunca tuvo demasiado; lo digo por lo común.
El griego andaba hoy en el té-concierto, con otra chavala. Le pregunté y que una argentinita de Mendoza. Le dije lealmente que estaba mejor que la brasileña y él me salió con que con la otra no había de qué. Bien mirado, el tío es un canijo, pero las mujeres se le dan como agua.
Mañana a la noche, fiesta de disfraces. Giusseppe me dijo en la mesa que tiene una idea. El tío, desde lo del bautismo, anda con ganas de congraciarse. Le dije que hablara, pero saltó con que hasta mañana no. La chavala, por lo pronto, que no contemos con ella para hacer el payaso.
Retrasamos los relojes otra media hora. En la cubierta hace un bochorno de aúpa. Ni sé cómo la gente de aquí puede pegar el ojo por las noches. En los caballitos perdí esta noche seiscientas liras. Menos mal que la chavala andaba en el salón con la señora de Iquito.
24 marzo, jueves
Estuve mirando las banderitas. ¡Anda y que tampoco hemos hecho kilómetros ni nada! Si no me equivoco, Río está al caer. Tantos días de mar cansan. Uno no ve el momento de pisar tierra firme. Digo yo si será la costumbre, pero el señor Iquito y el griego porfían que no; que por mucho que se navegue, uno nunca se enseña. En cambio, el alemán viviría siempre de esta manera. El gilí dice que llegar a tierra y empezar las complicaciones es todo uno. Y no es aquello de que se pegue a bordo la vida padre, no. El gacho sigue con sus costumbres y se administra. Giusseppe le propuso hoy hacer panda con nosotros para lo de los disfraces y que no, que a esas horas nada como la cama. Así es que nos juntamos Giusseppe, el señor Iquito, el griego y yo. Con los preparativos nos reímos las muelas, pues el señor Iquito está tan fuerte que es tal y como si tuviera tetas y a pesar de que su señora es un ejemplar le venía el sostén que ni pintado. Los demás tuvimos que meternos trapos y papeles y sólo de ver las pantorras del griego, tan blanquito, me meaba de risa. Giusseppe dice que esto del grupo de hawaianas lo hizo ya una vez y fue el despiporre. Las guirnaldas nos las hicieron las señoras y el cocinero nos dio unas flores para el pelo. Luego nos pusimos, encima de los taparrabos, cintas de colores y era todo el efecto. Nos pintamos los ojos y los labios y el señor Iquito parecía talmente una tía, con esos pechazos y esa barriga y el peluquín. La salida fue el disloque, porque la orquestina tocaba el «Siboney» y nosotros levantábamos primero una pierna y luego la otra, y después nos pusimos en fila y empezamos a cantar afinando la voz, de forma que todos se tumbaban a reír. A última hora nos gibaron y le dieron el premio a una que se puso de húngara y que no hay quien me saque de la cabeza que llevaba la ropa de propósito. Y esto no debía de ser porque lo que cuenta en estas cosas es la gracia de la improvisación, como yo digo, y a eso me juego el pescuezo que no había quien nos echara la pata.
Terminé el día molido y a la una me di un clareo con la Anita por la cubierta. Bien sabe Dios que no llevaba segundas, pero subimos y la noche andaba tan clara, y la luna arriba, y la música suave, como colada, y luego, las lucecitas de la costa, que nos amartelamos en la toldilla y beso va, beso viene, terminamos perdiendo la cabeza. La chavala me regañó luego, pero ya la aclaré que a nadie necesitaba pedir permiso. Ella me salió, y con razón, que no era lugar, pero la verdad es que no hay otro y estas cosas de los viajes habrá que arreglarlas de forma que cada oveja vaya con su pareja. Porque lo que yo digo, no es cosa esto de andar bien bebido, bien comido y viviendo como un rajá y luego, de lo otro, nada. Por donde quiera que se le mire, esto no guarda proporción.
Atrasamos los relojes otra media hora. Por lo que dicen, esta noche entraremos en Río. Me apunté en una excursión para visitar lo más señalado.
25 marzo, viernes
Esto de Río es un espectáculo. Uno se impla los ojos y aún no queda conforme. La Anita dice que es como una película en tecnicolor y ésa es la fetén. ¡Madre, qué plantas! ¡Y qué pájaros y qué rascacielos! Y luego anda el mar ese tan azul que talmente parece hecho de encargo; y las montañas, y el sube y baja, y el tráfico. Vamos, como para perder la cabeza. Y es lo que yo le digo a la chavala, esto no se aprende en los libros. Uno se amona en su rincón y se muere sin saber de la misa la media. Ve ahí Tochano, un cipote que se cree el amo del mundo y luego va uno a mirar y no sabe más que colocar en fila las fichas de dominó, meterse en los cotos, como un furtivo, y dar cuatro voces cuando lo que uno dice le revienta. ¿Y qué? Bueno, pues lo que yo le digo a la Anita, por voces que dé, no deja de ser un mermado. Uno tiene que asomar la gaita al mundo, que el mundo es muy ancho y caben en él muchas cosas, como yo digo, y las cosas de uno no tienen por qué ir delante de las de los demás. No sé si me explico, pero esto de viajar ilustra y el mismo gilí de Francés, con todo su golpe de profesor y de veraneo en San Sebastián, no deja por eso de ser un ignorante.
En Río anduvimos toda la santa mañana en autobús de acá para allá, en el Corcovado, el Pan de Azúcar, y Copacabana, donde salen los millonarios del cine pegándose la gran vidorra. ¡Vaya una playa, me cago en sandiez! Ya le digo a la chavala que así nos hiciéramos ricos todos los del mundo cabíamos en ella. Y por detrás vengan rascacielos y una avenida que no se la salta un torero. ¡Qué botes, la madre que los echó! Luego anduvimos por las afueras y todo es la selva. Las plantas le tragan a uno con autobús y todo. Yo me reía pensando en lo nuestro, pues las maíces y las patatas de España, en comparación con esto, cosa de broma. Lo gracioso es que los coches van aprisa, pero la cachaza de los negros es cosa de verse, vamos. En los tranvías, los chalados van como dormidos y aunque están abiertos por los lados no se cae uno ni por cuanto hay. Regresamos al barco más molidos que otro poco.
Cuando nos largábamos entró el «Loire» y la gente iba amontonada como los negros en las películas de la trata. Andábamos todos en la borda y el señor Iquito dijo que vale más una tercera del «Miguel Ángel» que una primera en cualquiera de estos vapores. Te pones a ver y el tío Egidio se ha tirado un detalle, pues lo mismo pudo pagar un pasaje en un trasto de éstos y, sin embargo, nos trae en un transatlántico a modo como señores. Dice la chavala que para que luego diga, y ya la dije que yo no digo ni dejo de decir y que ya sabe que, si es menester, yo le abonaré los pasajes con mi trabajo. Por curiosidad le pregunté al señor Iquito qué puede costar una tercera en el «Miguel Ángel» y él que del orden de los siete mil pesos argentinos, que hablando en plata viene a ser once o doce mil pelas, que no está mal. En cambio, en esos otros de barullo todavía puede irse a América por la mitad y aún por la tercera parte. Total que, llegado el caso, malo sería que yo no pudiese ahorrar seis mil beatas para el regreso. Más vale no pensarlo.
Esta noche en Santos, dentro de dos en Montevideo, al otro en Buenos Aires y, pasados otros dos, en Santiago. Ya tengo ganas de asentarme allí y empezar la nueva vida.
26 marzo, sábado
Nos repartieron en taxis cada dos parejas para recorrer la ciudad de Santos. La Anita y yo fuimos con los Iquito. Esto de Brasil es más grande que la voluntad del Señor. Nos llevaron a ver una playa que se pierde de vista. Al taxista no le entendía ni jota, pero le dije que la tal playa era más larga que un día sin pan y el cipote se reía las muelas. Luego nos llevó a ver un parque y un zoo. La Anita empezó con que se la revolvía el cuerpo de ver aquellos animales y a un gacho que sacaba el veneno a las culebras como si nada, pero ya me cabreé y la dije que aguantase un poco porque nos iba a hacer a todos la santísima. Luego subimos al Morro de Santa Therezina y la ciudad desde allí parecía talmente una tarjeta postal, con el mar tan azul y luego lo verde del campo. El taxista caminaba muy agudo y le dije que ojo, y él, que en Brasil, el que no va aprisa no llega, y yo que otros, por correr, van más despacio y que más de uno por ganar dos minutos acabó con sus huesos en el camposanto. El cipote era medio negro, como todos los de por aquí, y se reía todo el tiempo y enseñaba unos dientes más blancos que los de un perro. ¡Madre, qué boca!
Regresamos a comer a bordo y la Anita que no podía pasar bocado. Tuve que bajar a toda prisa y la merqué un melón en el muelle. Invitamos a los Iquito y él que nones, que le caía mal. Ya le dije que mi padre decía, y con razón, que al melón para que no repita hay que ponerle sal, pero el tío ni por esas. La chavala se pegó una tripada de órdago, pero a la tarde ni se quejó. El tiempo está calmo y anduvimos en la toldilla, charlando hasta las tantas. La chavala dice que siquiera en el barco ha aprendido a vivir y que si la peta llegar a Chile es para demostrar que sabe ser una señora, y que para cuatro días que va a vivir una, buena gana de pasar privaciones.
Antes de acostarnos anduvimos en los caballitos. Gané mil liras en un verbo. No vienen pizca de mal porque andaba casi a pré. Retrasamos los relojes media hora. Esto está en las últimas; dentro de tres días si te he visto no me acuerdo.
27 marzo, domingo
Oímos misa a primera hora en la capilla. Luego desayunar. Empezamos con el tiro al plato y me dijo el gilí que atiende los concursos que son 150 liras cada plato y que sólo lleva premio el primero. No le dije nada a la chavala, pero me apunté. Tengo unas ganas de dar gusto al dedo que no me lamo. Yo nunca tiré a esto, pero bien mirado no parece que tenga mucho chiste. El plato es negro y liviano y sale recio, pero sereno. La gente anduvo un rato entrenándose y a mí me lo ofrecieron, pero nanay. Me iba a salir más caro que un hijo tonto. El caso es que luego empezamos ya en serio y no sé si los nervios o qué, que no me reportaba y rompía los platos del segundo, cuando ya caían al mar. Cogí fama de doblador y de zurdo y todos decían: «Ahora el zurdo, pim-pam». Y era la fetén, porque yo soltaba los dos quieras que no. Claro que esto para matar el rato no está mal, pero no es la caza, como yo digo. Uno pega al blanco y la goza, es cierto, pero no es aquello de salir ahumando al ver pegarse el pelotazo a la perdiz y agarrarla todavía caliente o, si es pelo, poner la pieza a orinar antes de colgarla. Del primer golpe quedaron dos eliminados. Mañana seguirá la cosa con los cuatro sin cero. A última hora le cogí el tranquillo y malo será que no le dé sopas con honda a la competencia. Así y todo hay un gilí que no apunta mal estilo. A lo señorito, y lo que se quiera, pero las zurra. Dicen que es italiano nacionalizado argentino.
Cenamos langostinos. La chavala salió con que la habían sabido a orines y empezó, por arriba y por abajo, que no había forma de cortarlo. Tuvimos que avisar al médico y dijo que no eran los langostinos, sino el embarazo. La barriga de la Anita nos va a dar que sentir. Y si no, al tiempo.
Retrasamos otra media hora los relojes. Lo que yo le digo al señor Iquito, a este paso pronto me veo otra vez de calzones cortos.
28 marzo, lunes
Seguimos con el tiro sobre las diez. La Anita, que ya anda tan terne, me preguntó quién pagaba los cartuchos y la dije, echándole cara, que iban incluidos. Llegué a la final, con el italiano, y no sé qué coños pasó, si es que el barco pegó un bandazo o qué, lo cierto es que el último plato se me fue a criar y me quedé a verlas venir. Lo dije así, pero el cipote se sonrió como diciendo que todos los cojos echan la culpa al empedrado. ¡No te amuela! El caso es que el tío no me dio otra oportunidad y cuando la gente le aplaudía yo le choqué los cinco porque no dijeran. Total que he fundido trescientas latas que, bien mirado, no me sobraban.
A la hora del café armamos una tertulia regular. Yo no sé a cuento de qué salió la conversación de las guerras y el griego porfió que las guerras eran cosa de la cultura y que su país hizo más guerras cuando dicen que tenía más cultura. Ya le dije que por eso no, que los generalitos americanos armaban un trepe por un quítame allá esas pajas y eso que dicen que Europa en punto a cultura es la fetén. Terció el señor Iquito y dijo que las suyas eran guerritas de tres al cuarto y que se armaban de ordinario en el trópico, y que no era a causa de la cultura, sino del calor, y que los generalitos de Centroamérica en cuanto llevaban una semana pegando tiros se aburrían y lo dejaban. El alemán metió el cuezo y dijo que ciertamente el señor Iquito llevaba razón y que en Europa somos más tesoneros y cuando la liamos no sabemos dejarla. Total, que el griego terminó por confesar que hacía diez años que se fue de su tierra huyendo de la quema y que no estaba arrepentido. El alemán que cuate, pero que las guerras no eran a causa de la cultura, ni del calor, sino del aburrimiento. A última hora andaba medio barco metido en la porfía y no había Dios que se pusiera de acuerdo.
A la noche entregaron los premios en una fiesta a todo trapo. El gilí del griego se llevó el de ping pong y Giusseppe el de braza de espalda. Le pregunté con qué se comía eso y el cachondo de él que braza de espalda es lo que yo hice el día que pasamos el Ecuador. ¡Mírale qué ocurrente! Tentado estuve de decirle que nadar, efectivamente, no sabía, pero puesto a repartir guantadas era capaz de poner a media docena de italianinis, uno detrás de otro, la cara como un pan. Pero, en fin, faltan un par de días y no es cosa de armar un cisco por una pendejada así.
29 marzo, martes
El griego sacó hoy a colación el asunto de las propinas. ¡En qué hora! Yo, la verdad, ni sabía a qué propinas se refería, pero Giusseppe dijo que él tenía una norma y que la seguirá pese a quien pese. Le pregunté qué norma era ésa y él salió que del orden de 20 pesitos al camarero, 30 al maitre, 20 al mozo y 15 a la mucama. Le hice ver que a lo bobo, a lo bobo, eso representaba más de cien pelas, pero el alemán terció que menos de cincuenta pesos no se les podía dar al mozo y al camarero. ¡Gibar! Después de cenar, la chavala y yo echamos la cuenta de la vieja y entre los dos no sumamos quinientas pelas. ¡Toma del frasco! La chavala porfía que, a pesar de todo, lo último quedar como guarros, y que afloje la mosca, que no se puede ser señores para una cosa y para otra no. La hice ver que era muy bonito decirlo, pero que qué demonios íbamos a hacer en Buenos Aires con 300 calas y un viaje a Chile por delante. Bien mirado, no queda más que cerrar los ojos y la que sea sonará. Lo que yo le digo a la chavala, ya lo hemos podido pasar bien, ya, ahorcando más de dos mil pelas en menos de quince días. Si la madre levantara la cabeza… En definitiva, será la que cante un sastre, como yo digo.
He andado toda la tarde como acobardado. La fetén es que uno no puede presumir de señor sin un buen fajo que le respalde. El señor Iquito, por ejemplo, funde tres o cuatro billetes en dos semanas, pero, al cabo, tiene para responder. Y uno no, es bobada engañarnos. Uno dobla un par de sábanas en dos semanas y ha de andar lampando un mes para equilibrarse. Esto no es vida. Si tengo ansia de llegar a Chile es para labrarme un porvenir y dejar de vivir como un paria, mirando siempre la peseta; y no es que yo sea un ansioso, ni me aproveche el amasar dinero, así, por amasarlo, pero ¡gibar!, siempre es agradable llevar cuatro duros en la cartera siquiera para que un perro no le mee a uno en el bolso.
Al caer la tarde entramos en Montevideo. No me apunté a la excursión. Achanté la mui y aguanté a bordo, que es lo sano. La chavala se puso de morros y me salió con que ella prefería no comer a perder la oportunidad de ver el Uruguay. La dije que bueno, pero ni intención. Ella porfió y acabé diciéndola que yo me visto por los pies y que acá y allá, en mi casa mando yo. Terminamos mal y se largó al camarote sin despedirse. A mí que me registren.
El sol tiene ya color de otoño. ¡Qué cosas! Retrasamos los relojes otra media hora. Mañana, a la mañana, en Buenos Aires. A lo que dicen ya no navegamos por el mar, sino por el río de la Plata. Si esto es un río, yo soy un obispo. ¡No te giba! ¿Pero es que tiene uno cara de mamarse el dedo?
30 marzo, miércoles
Hoy ha sido un día de barullo. A las diez atracábamos en Buenos Aires. El altavoz no hacía más que dar órdenes y todo quisque tenía en el muelle a quien saludar menos la Anita y yo, que andábamos en cubierta como dos palominos atontados. Soltamos las propinas y el cipote del maitre todavía puso jeta. No le calqué un lapo en los hocicos por no dar el espectáculo. Luego tuvimos los líos de la aduana y la chavala pasó su rilis con el azafrán y los ovillos, y la botella del tío Egidio, pero la verdad es que apenas si miraron. Con este fregado ni adiós dijimos a nadie fuera de los Iquito.
Ya en el muelle, tomé un taxi y le dije que a una pensión que ande cerca de la estación del ferrocarril de Chile y que no costara mucha plata. El gilí nos dejó en una casa de buen ver y dijo que eran quince pesitos la pieza. La tía de la pensión era italiana y me salió con que diecisiete. Callé la boca porque, al fin y al cabo, con dos pesos me limpio yo el ojete. La pieza es muy chica, pero curiosa y tiene un balcón a la calle. Pregunté a la tipa por el teléfono y me dijo que abajo, en la pizzería. Bajé y llamé a «La Sonrisa» y pregunté por don Eusebio. El cipote hablaba como cantando y me salió con que si erais vos, y que nos aguardaba en el café España, a las ocho de la tarde. Le dije que dónde andaba eso y él que le dijese a cualquiera que al España, en la Avenida de Mayo y que no tenía pierde. La chavala se arregló y hemos andado pindongueando todo el día de Dios por las calles, medio apelelados. La fetén es que Buenos Aires es una capital de una vez y a edificios y a comercios y a animación pocas habrá que la echen la pata. Luego se mete uno a recorrerla y no se le ve el fin. Y todas son calles principales y todas están llenas de público y luego dirán que la Argentina tiene poca población. ¡Anda y que tampoco hay almas ni nada por todas partes!
A la tarde, la chavala salió con que la mancaba un zapato y nos sentamos en un banco a ver pasar la gente. Andaba yo ya un poco achucharrado y me dio por pensar que así desfilasen delante mis narices cinco millones de tipos no encontraría una jeta conocida y, entonces, me dio por pensar que esto era peor que estar en el desierto y se me puso una cosa así sobre la parte, como una pena de todo, que no podía parar. Empecé a acordarme de casa, y de la cuadrilla, y de los caceríos, y le dije a la Anita que qué se harían en ese momento los viejos y su hermanillo, y ella me preguntó qué hora era y la dije que las cuatro, pero que pusiese cuatro más, o sea las ocho, y ella iba a hablar y de repente se puso a llorar a lo bobo con un hipo del demonio, y la dije que qué, y ella que tenía como una pena por todo el cuerpo que no la dejaba ni respirar. Ya le dije que si empezábamos así pronto dábamos la vuelta, y ella, por no perder la costumbre, se atocinó, y que si no estaba conforme me largase, que tampoco iba a perderse. Me gibó la salida, porque yo no quiero darla alas, pero tampoco que se me cabree, porque, lo que yo digo, si somos ella y yo los únicos conocidos entre seis millones de chalados y callamos la boca sí que nos vamos a divertir. Entonces la dije que no lo tomara por donde quema y ella que si no me importaba quería poner una postal y mientras la escribía volvió a mojar la pestaña, pero yo me hice el soca para no ponerlo peor. Lo que es si la parienta empieza con estas pamplinas apañados estamos.
A las ocho nos encontramos con don Eusebio en el café. El gacho tiene ya años, pero se perfuma como una tía. Cuando chocamos los cinco dejó la mano tan floja que me dio el repeluzno, lo mismo que si fuera un sapo. Digo yo si el tipo éste no será cacorro. Nos invitó a cenar y dijo que tomáramos pejerrey que es un pescado que deja chica a la merluza. La fetén es que yo no corro por la merluza, pero pedí pejerrey por no hacerle un desaire. La chavala apenas probó bocado. El vaina de él salió luego con que era de La Mota y que le contara de la tierra, pero, de que yo cogí la palabra, el cipote me la quitaba de la boca y empezaba con que si esto era otra cosa y que oportunidades hay, pero lo que es cultura no la conocen ni por el forro. Tentado estuve de decirle que si echaba de menos la cultura de La Mota, pero cerré el pico por no ser desagradecido. Luego salió con que los mismos bifes tenían aquí otro gusto y ya le dije, lealmente, que hacía muchos años que no me metía en el cuerpo un filete como el que acababa de manducarme. ¡Teta pura, vamos! Luego la chavala me regañó y dale con que si parecía que en la vida había comido caliente, pero ya la dije que gracias por la advertencia, pero que yo me sé de sobras por donde me ando. Al largarnos, don Eusebio me entregó los billetes para el transandino de pasado mañana y dijo que al tío Egidio un abrazo de su parte. Lo que es si el tío se le parece, yo conozco un prójimo que no va a aguantar a su lado.
Hay dos camas en la pieza, pero nos metimos juntos y dormimos tan apretados como pájaros en carnutas. Tardé en pegar el ojo. Luego me dio por pensar en la vida y acabé de gibarla.
31 marzo, jueves
Ya ando más animadillo. En estas cosas, lo mejor la de Tochano, no mirar atrás. A fin de cuentas, uno no es un ignorante y tiene la suficiente mollera para distinguir lo que conviene de lo que no. Todo es a lo que uno se enseñe, como yo digo.
La Anita empezó a la mañana que parecía que sentía al crío, pero ya le dije que aún es pronto. También entre tanta impresión se le olvida a uno que el chavea se está cociendo. Y es lo que yo me pienso, siquiera sea por el chaval hay que sacrificarse y prosperar, que mañana no pueda echarle a uno en cara que pudo hacer esto y lo otro y lo de más allá y no lo hizo porque es un mermado y que él, por culpa de uno, tenga que arrancar terrones. Verdaderamente no hay cosa con cosa.
Anduvimos a la que salta todo el día. No quisimos tomar un taxi para ahorrar los cuatro cochinos pesos que quedan, pero a medio día iba echando el bofe. Así y todo estuvimos de escaparates, pues dice la chavala que hay que ir mirando para cuando volvamos para allá con la cartera repleta. Compré una de negro, porque fumar de rubio todo el tiempo no me satisface. Ya se sabe que perdices a diario cansan. Así y todo el tabaco este es flojo y uno se queda después de haber fumado con más gana que cuando empezó.
Nos encamamos temprano porque el tren sale a las nueve. La chavalilla se zampó una pizza en la tienda de abajo y yo un café con leche. Ya la digo que lo mejor para no andar comprometidos es comprar mañana un pan y meter algo de sustancia dentro. Cualquier unte, como yo digo; si empezamos con restaurantes y mandangas vamos a llegar a pré. Verdaderamente en esta situación nunca debí meterme a tirar al plato.