Hay panolis que se piensan que esto de escribir para uno es como el hablar a solas, cosa de chalados. Eso son ganas de enredar las cosas, porque uno no siempre dice lo que quiere y hay pensamientos que andan por dentro de uno y uno, por vueltas que les dé, no acierta a expresarlos, o a lo mejor, no le da la real gana de hacerlo. Uno es de una manera y como uno es, no lo sabe ni su madre y, sin necesidad de ir a lo zorro, uno nunca se confía del todo a los demás y si quiere recordarse de algo, no hay como comerlo a palo seco, sin el recelo de que otro venga a cachondearse de lo que dice. Esta es la fetén y el que diga lo contrario miente.
Cuando murió la madre, sin ir más lejos, si yo me pongo a parlar no hubiera dicho más que boberías y, sin embargo, las ideas que me rondaban dentro no podían ser más serias y respetables. Y equilicual cuando la boda y los amiguetes me salían con que «todavía estaba a tiempo» y yo respondía que me iba a suicidar, como Melecio y como don Basilio y como el cagueta de Serafín, mi cuñado, y como cada quisque, porque desde que el mundo es mundo, todos tropezamos en la misma piedra y todos somos unos gilís. Pero dentro andaba la procesión y yo me sabía que no era un gilí por eso y que lo mío con la Anita no era un suicidio. Y yo digo que esto de escribir para uno es tal y como mirarse al espejo, con la diferencia de que uno no se ve aquí el semblante, sino los entresijos. Uno, al fin y al cabo, no es un zoquete y algo se pega de andar todo el día de Dios entre gente de libros.
Yo sé que ahora la vida mía va a pegar un quiebro y una cosa así no ocurre todos los días y si no me lo repito por escrito y hasta dos docenas de veces parece como que todo eso de largarme a América y despedirme de todas las cosas no fuese más que una coña. Llevo unos días como aliquebrado, dándole vueltas al asunto y ni la caza me lo quita del pensamiento.
25 enero, martes
Hoy se recibió carta del tío Egidio. El hombre tan razonable. Manda los pasajes para el vapor «Miguel Ángel» del día 15 de marzo. El mandria dice textualmente: ((Ustedes vienen al tiro y lo de abonarme los pasajes dejémoslo no más. No conozco al señor marido de la Anita, mas el marido de la hija de mi hermano no puede menos de ser un caballero y en mi barraca siempre queda hueco para él. En lo que ustedes dicen de la guagua, bien puede nacer aquí que lo mismo hay parteros y niñas de mano que la saquen luego a pasear.
La carta me ha quedado achucharrada, como yo digo. Uno se maneja en la vida y cree que decide, pero la verdad de la buena es que uno nunca sabe lo que quiere ni quién le empuja. Hace tres años yo hubiera dado una mano porque me tocase el gordo y hacerme una nueva vida allí, pero ahora que está todo liado me da rilis, la verdad. Es mucha responsabilidad y mucha conmoción y mucha historia esto de dejar lo que es de uno y largarse con los ojos cerrados donde no conoce. La chavala, en cambio, como unas castañuelas. Las mujeres ya se sabe. A primera hora anduvo con los mareíllos, pero ahora, con la carta, como si nada. Ella dice, y no le falta razón, que entre vivir aquí mirando la peseta o allí a mesa puesta, no hay duda.
A la mañana, luego de llamar a las clases de once, me llegué a la churrería. Mi señor andaba afanando con la masa y mientras le cortaba la rueda se lo planté. El chalado que qué había determinado y lo que yo le dije, que pedir la excedencia por más de un año y menos de diez, por si las moscas, y luego largarnos.
A las ocho cayó Melecio por casa, le di a leer la carta y nos quedamos una hora de reloj, que se dice pronto, mirándonos a lo bobo sin abrir el pico. Luego Melecio lo echó a barato y le dijo a la Anita que quien la verá a la vuelta de dos meses con un negro para espantarla las moscas. La chavala salió con que ha oído decir que los negros son fieles como pocos. A saber quién la habrá ido con ese cuento.
A don Basilio todavía no le he dicho una palabra. Tardé en dormirme. Sentí el exprés de Galicia.
26 enero, miércoles
Me llegué al Gobierno para lo de los pasaportes. No es que me importe, pero en las fotos me han sacado una jeta de mandria que atufa. La chavala, en cambio, está curiosa y dice Melecio que ciertamente se le da un aire a la Pier Angeli.
El que no traga es don Basilio. El marrajo me puso a caldo por no habérselo anunciado. Sacó el habla de pendoncete, todo para decirme que un ordenanza no se improvisa, o sea, que yo debí poner en su conocimiento mi determinación. Ya le aclaré que hasta ayer ni lo supe con fijeza y que tenía en el pensamiento pedir la excedencia por más de un año y menos de diez, por lo que pueda tronar. Luego le advertí que en Murcia tengo un conocido que le cuadra venir, y él, entonces, entró en razón y me dijo que aguardará unos meses para ver en qué para todo lo mío y, de esta forma, si no me aclimato, puedo volver al Centro y que no olvide que el señor Moro se jubila este año y que él seguía pensando en mí para lo de la Conserjería. Le di las gracias y que lo tendría en cuenta.
Al subir a comer me preguntó el señor Moro si era cierto que me largo a América y yo le dije que a ver, y el candongo de él que lo sentía de veras. ¡No te giba! Ahora va a resultar que hasta la candaja de la Carmina se va a llevar un berrinche. Crescencio me aguardaba en la terraza y me salió con la misma colación. Luego me dijo que no deje de mandarle sellos. El hombre parecía afectado.
Estuve en el café, pero como si nada. Las cosas no volverán a ser como antes. Uno anda aquí ahora provisional y no puede poner la misma ilusión en la vida, como yo digo. Zacarías elijo que también era mala uva, primero morirse el Pepe y luego largarme yo y que la cuadrilla se había gibado. Ya le dije que aún eran tres, pero Tochano se cabreó y dijo que si íbamos a pasarnos la tarde en este plan, adiós muy buenas. Candamos la boca y echamos una garrafiña, pero todos andábamos en lo otro. Al marchar, Zacarías me dijo en un aparte, que un conocido suyo que va por las tardes al Ginebra tiene intereses en el Uruguay y que a lo mejor me petaba echar un párrafo con él. Dice que si voy pregunte por Marcelo, y que el tal Marcelo tiene un coche que le zumba el bolo y en América maneja rebaños de cientos de vacas y para moverse de un sitio a otro ha contratado fijo un aerotaxi. Al cachondo de él según hablaba se le entornaba el ojo de la nube. Tochano propuso para despedirnos de la temporada ir el domingo a lo de Bellver. Bellver queda a una tirada y quedamos en salir el sábado por la tarde en el coche de línea y dormir allí. No quiero pensar en la cara que pondrá la Anita.
28 enero, viernes
Como esperaba tuvimos cuestión. La chavala salió con que los domingos ya era poco e inventaba marcharme los sábados para no parar en casa. Cerré el pico por no armar la de Dios, pero ella porfió que si en América pensaba hacer lo propio, eligiera entre ella o la escopeta, porque las dos no cabían en el barco. Le eché calma al asunto y la dije que no llevaba razón, pero como si no. La cogió modorra con que era su tío y no el mío quien abonaba los pasajes y que si yo iba allí a pegar la manga justo es que la guardara un poco de consideración. Se calentó, se subió a la parra y no tuve más remedio que decirle: cuántas son cinco. Ya la advertí que ni por soñación se pensase que con un pasaje me iba a quitar los calzones, y que, con todos los respetos, en mi casa mando yo. Pepita en la lengua no tengo. Y a mí, por las buenas lo que se quiera, ya se sabe, pero por las bravas ni hablar del peluquín. No sé si los americanos o qué, pero las mujeres andan ahora más revueltas que otro poco. Antes, uno decía blanco y ellas cerraban los ojos y decían blanco, sin mirar ni tampoco el color. Yo recuerdo mi madre. Ahora de qué. Ahora uno dice blanco y ellas vocean que negro aunque nada más sea que por llevar la contraria. Me giba eso de que uno no pueda ya ni dar una orden en su casa, siquiera para demostrar delante de los amigos que los tiene bien puestos.
Es lo mismo que con los arreos. Yo recuerdo a la madre que le faltaba tiempo para disponer las botas, la canana, la merienda y el morral. En casa había un sitio para cada cosa y uno no necesitaba sino mentarle la caza para que ella fuera a ojos ciegas donde los trebejos. Hoy son de otra pasta, como yo digo. Es como si con la cocina no tuvieran ya bastante y tuvieran que saber de todo, discutir y fumar lo mismo que los hombres. Así nos crece el pelo. Digo yo si no se aproximará el fin del mundo y estas cosas no serán el Anticristo. ¡Vaya usted a saber!
El tiempo anda de helada y de seguir así el domingo nos divertiremos. Melecio vino a última hora y anduvimos recargando hasta las tantas. Por lo visto la «Doly» anda empachada, pero cree que para el domingo se la pasará. Ya le dije que tampoco es potra ni nada eso de cerrar aquí la temporada y llegar a América a tiempo de abrirla otra vez. Eso es andar con la chorrina y lo demás son cuentos.
31 de enero, lunes
El sábado nos encontramos en el Poniente, junto al coche de San Pedro del Campo. El cipote del cobrador no nos quería dejar subir la perra, pero al fin transigió. Hay fulanos que no viven más que para hacer la cusca al prójimo, ya se sabe. En el camino, a la altura de La Mota, vimos el bando de avutardas. ¡La madre que las echó! Estaban junto a la cuneta y había lo menos veinte. Las tías a verlas venir, tan plantadas y Zacarías se arrimó al chofer y le dijo que dos barbos si daba marcha atrás, pero el panoli salió con que quería tener la fiesta en paz y dejáramos quietas las escopetas. ¡No te giba! Llegamos ya de noche, pero Severiano, un conocido de Tochano, había reservado alojamientos. Antes quisimos hacer lo del cura, pues Melecio porfiaba que diría una misa de madrugada si se le daba una limosna. ¡Al ojo lo vieras! El hombre que binaba, pero que no podía trinar y cuando Melecio se dejó caer con lo de la limosna a poco se le escapa la izquierda y le cepilla los morros de una guantada. ¡Fíate y no corras! Para acabar de gibarla, las habitaciones andaban jugando a las cuatro esquinas. Ni aposta se encuentran más separadas, como yo digo. A mí me tocó donde una vieja hocicuda que no hacía más que toser y escupir, y me dio la noche. Para desengrasar, me caía en las mismas narices el pitorro de una lavativa, o sea cada vez que movía la chola me topaba con él. También estos tíos de los pueblos son como Dios los ha hecho.
Por unos o por otros no empezamos hasta casi las once. El cazadero es majo y el día andaba quedo, bien a propósito para la perdiz. Los bacillares y las pajas se dan mano y hay unas vaguadas muy aparentes para sorprenderlas a la asomada. Echando hacia arriba, en un piornal, agarramos un bando de lo menos cien. Se armó la guerra y Tochano que andaba con la chorrina bajó cuatro en menos que se tarda en decirlo. Melecio hizo dos, Zacarías una, y yo me senté a comer con lo puesto. Severiano, el de Bellver, andaba de coña y le dijo a Zacarías que a la tarde iba a haber nublado, y Zacarías preguntó que si nublado en enero y entonces el torda de Severiano dijo que lo decía por lo de la nube del ojo. Zacarías, con razón, se atocinó y le dijo que cuando habían comido juntos y que por menos que eso había puesto él a alguno la cara como un pan de un lapo bien dado. El Severiano calló la boca y menos mal que Melecio, que andaba al quite, echó un capote y dijo de seguir cazando. Pero yo no sé si se puso nervioso o qué, que a poco de salir, Severiano le cortó unos calzones de lástima con un sisón que Melecio le había visto darse en una junquera. En esto de la caza hay cosas que no se explican. El mandria soltó los dos tiros a tenazón y el Severiano, quieto parado, le dejó hacer y cuando el bicho andaba a una legua le bajó con el izquierdo como quien lava. Me cabreó lo que nadie sabe porque estos paletos se ríen luego del lucero del alba. La tarde redondeó la percha; cambió la suerte y yo bajé tres perdices, Zacarías dos y Severiano otras dos a más del sisón. Total, quince piezas que a estas alturas no está mal. De regreso paramos en la tasca a hacer tiempo. Yo empecé con que en América pensaba desquitarme y entonces, sin venir a qué, Tochano pegó con el culo del vaso en la mesa y voceó que no volviera a mentar América porque desde hacía dos semanas sólo de oír mentar América se descomponía. Callé la boca por educación; para cuatro días no es cosa de armar la polca, me parece a mí. De todos modos, el Tochano éste va necesitando un guapo que le siente la mano.
En la general, a la altura de El Chozo, se arrancó una liebrota como un perro a la luz de los focos. Yo no sé qué clase de sangre tienen estos chóferes, pero el vaina ni se alteró. Cerca ya de casa, un engañapastor le partió un faro. ¡Entonces sí que había que oírle al condenado! El cipote mentó hasta a su madre. Así son las cosas. La chavala seguía de monos cuando llegué. Ya le dije que dos trabajos tiene, enfadarse y desenfadarse, pero ella ni mus.