19

—Ya está casi vencido —dije a Jillian—. Empieza a estar aterrorizado. Sabe que casi le tengo y está asustado.

—¿Quién, Bernie?

—Buena pregunta. Si supiera quién es, me sentiría mejor.

—Dijiste que fue Grabow quien la asesinó.

—Ya lo sé.

—Si Grabow asesinó a Crystal, ¿quién asesinó a Grabow?

—Grabow no la asesinó.

—Pero todas las piezas encajaban perfectamente: la falsificación, los escalpelos dentales…

—Lo sé.

—Así pues, si Grabow no la asesinó…

—Fue otro, que a su vez asesinó a Grabow para inculparme a mí, dejando las joyas de Crystal en mi apartamento para que me encerraran por homicidio. Eso habría sido muy inteligente por mi parte, ¿no crees? Matar a Grabow con otro escalpelo y luego meter debajo del cadáver una de las pulseras de Crystal.

—¿De verdad estaba debajo del cadáver?

—¿Cómo demonios quieres que sepa dónde la hallaron? Fue Nyswander quien la encontró. Tampoco sé si era de diamantes o de esmeraldas. No he visto esa mierda desde que la metí en el maletín para que otro me la robara. ¿Cómo coño quieres que sepa dónde se hallaba? Apenas recuerdo cómo era.

—No tienes derecho a hablarme así, Bernie.

—Lo siento. Estoy muy nervioso y no sé lo que me digo. Todo esto es una locura. Sólo son pruebas circunstanciales, pero las suficientes para encerrarme.

—Pero tú no lo hiciste —dijo estrechando la mirada—. Dijiste que no lo hiciste.

—Y no lo hice. Pero delante de un jurado, y con todas esas pruebas… no sé. Supongo que mi abogado me propondría un trato.

—¿A qué te refieres?

—Pues que me aconsejaría que me declarara culpable para conseguir reducir la pena. El fiscal del distrito estaría satisfecho de haberme encerrado y a los tres años volvería a estar en la calle. —Fruncí el entrecejo—. Claro que, con Grabow muerto, quizá serían cinco.

—Pero si fueras inocente, ¿por qué tendría que hacerte declarar culpable?

—No podría obligarme a nada. Sólo podría aconsejarme.

—Por esa misma razón Craig cambió de abogado. Blankenship suponía que él era culpable, mientras que el señor Verill lo consideraba inocente.

—Y ahora Craig está en la calle.

—Así es.

—Incluso creyendo en mi inocencia, mi abogado tendría que estar muy loco para defenderme con todas esas pruebas contra mí.

Jillian añadió algo, pero no presté atención porque acababa de tener una idea.

Cogí la guía de teléfonos. Traté de recordar el apellido de Frankie. Lo conseguí. En la guía figuraba como Ackerman E, calle 27 Este, justo a unas manzanas de sus bares favoritos. Marqué el número y dejé que sonara.

—¿A quién estás llamando, Bernie?

Colgué, busqué el número de Knobby Corcoran y lo marqué. No hubo respuesta.

Marqué el de Frankie por segunda vez, pero tampoco tuve suerte.

—¿Bernie?

—Estoy en un aprieto —dije.

—Ya lo sé.

—Creo que tendré que entregarme.

—Pero si eres inocente…

—Me buscan por homicidio, Jillian. Tal vez si me declaro culpable tendré suerte. Odio la idea, pero creo que no tengo otra alternativa. Quizá mientras espere el juicio aparezca una nueva prueba. Tal vez pueda contratar a un detective privado para que investigue todo este asunto de manera profesional. Como aficionado, no lo estoy haciendo muy bien. Si continúo como hasta ahora, corro el riesgo de que un policía me vuele la cabeza. Los cadáveres se apilan alrededor de mí y tengo miedo. Si me hubiese entregado ayer, nadie podría haberme acusado del asesinato de Grabow.

—¿Qué vas a hacer? ¿Irás a la comisaría?

Negué con la cabeza y dije:

—Kirschmann quería que me rindiera ante él. Dijo que así estaría a salvo. Quería atribuirse el mérito. Quiero tener a un abogado conmigo cuando me entregue. Pueden tenerte incomunicado durante setenta y dos horas y, en cualquier caso, no quiero arriesgarme.

—¿Quieres llamar a tu abogado?

—No estoy seguro. Siempre me ha representado bien, básicamente porque siempre he sido culpable de los cargos que se me imputaban. Pero ¿será igual de eficiente representando a un hombre inocente? Es el mismo problema que tuvo Craig con Errol Blankenship.

—¿Qué vas a hacer?

—Quiero que me hagas un favor: llama a Craig para que se ponga en contacto con su abogado. Quiero que nos encontremos en su oficina los tres.

—¿En la oficina del señor Verill?

—Mejor en la de Craig, así todos sabemos la dirección. Sur del Central Park, un lugar idóneo. Ahora son las dos y media, pongamos a las cuatro, porque antes tengo que hacer un par de cosas.

—¿También quieres que vaya Craig?

Asentí con la cabeza.

—Por supuesto. Dile que si no viene le arrojaré a los leones. Él me metió en lo de las joyas; es mi único as. Lo último que desea es que le cuente a la policía lo de nuestro trato, así que mi silencio tiene precio. Quiero que Verill se ponga de mi parte y que gestione mi rendición, que me defienda en el juicio. Tal vez Verill contrate a un abogado criminalista para que le asista en el caso, en fin, ya veremos, pero si no acuden a la cita, dile a Craig que empezaré a cantar.

—¿A las cuatro en su consulta?

—Exacto. —Cogí la chaqueta—. Tengo que hacer unas visitas. Asegúrate de que sean puntuales, Jillian. —Me dirigí hacia la puerta y, antes de salir, me volví hacia ella—: Tú también puedes venir, será interesante.

—¿Hablas en serio, Bernie?

Asentí con la cabeza.

—Soy una amenaza para Craig. Si ese es mi as, no quiero desperdiciarlo. Él y Verill harán lo que sea con tal de que me entregue. Podrán olvidarse de todo este asunto cuando haya confesado a la policía lo pactado con ellos. Quiero que seas testigo de ello.

Fue una tarde muy ajetreada. Hice unas llamadas telefónicas, tomé varios taxis y hablé con distintas personas. En todo momento, me aseguré de que no me seguía la policía. La ciudad está llena de policías pero, por suerte, ninguno de los que vi me buscaba a mí.

Alrededor de las tres de la tarde encontré al hombre que buscaba en una taberna de la Tercera Avenida. Estaba apoyado contra la barra y cuando me vio entrar por la puerta abrió los ojos de par en par y sonrió.

—Cutty con hielo —dijo—. Sienta el culo aquí y tómate una copa.

—¿Cómo va eso, Dennis?

—No del todo mal. ¿Y tú, Ken?

Extendí la mano en posición horizontal y la moví como si fuera un avión ladeando las alas.

—No sé qué contestar.

—No te creo. Oye, Ace, sirve una copa a Ken. Cutty con hielo, ¿no?

Ace llevaba una camiseta sin mangas y tenía una expresión incierta. Parecía un marinero resignado a no seguir buscando el camino de regreso a su barco. Me sirvió la bebida, puso otro cubito en la de Dennis y se fue a sentar ante el televisor. Dennis cogió su copa y dijo:

—Eres amigo de Frankie, ¿verdad? Pues a la salud de Frankie, y que Dios la proteja.

Sorbí un poco de Cutty.

—Menuda coincidencia —comenté—; precisamente la estaba buscando.

—¿Es que no lo sabes?

—¿Saber qué?

Frunció el entrecejo.

—Tú y yo nos vimos anoche, ¿verdad? Pues claro, sólo bebiste café. Estuvimos charlando con Knobby y yo esperaba a Frankie.

—Es cierto.

—Frankie no apareció… ¿No lo has oído, Ken? Se suicidó. Alcohol y pastillas… Había algo relacionado con su amiga Crystal que la preocupaba mucho. Tú conocías a esa Crystal, ¿verdad? —Asentí con la cabeza—. Se tomó unas copas y unos Valiums. ¿Quién puede garantizarnos que lo hizo a propósito y no por accidente? ¿Quién puede decirlo?

—Nosotros no.

—Tienes razón. Era una mujer espléndida y se quitó la vida, por accidente o a propósito, no lo sabemos. Lo único que puedo desear es que descanse en paz.

Brindamos por el alma de Frankie. Había estado buscando a Frankie en su territorio, es decir, en los bares de su vecindario. No sabía nada de lo ocurrido, aunque la noticia no me sorprendió. Tal vez fue un accidente o un suicidio, o nada de eso; tal vez alguien le echó una mano, la misma mano que ayudó a Crystal Sheldrake y a Walter Grabow.

—Ayer por la noche tuve una… ¿cómo se llama? Premonición. Estuve con Knobby toda la noche, bebiendo y telefoneándola de vez en cuando. La estuve esperando hasta que Knobby cerró el local. Habría podido ir a su casa y ayudarla.

—¿A qué hora cerró Knobby el local, Dennis?

—¿Quién sabe? A las dos, las tres. ¿Quién se fija en eso? ¿Por qué?

—Se fue a su casa pero no se quedó allí. Hizo la maleta y se largó.

—¿Ah sí? ¿Adónde?

—Tal vez tomó un avión —dije—, o tuvo problemas con alguien.

—¿De qué estás hablando, Ken? ¿Qué tiene Knobby que ver con lo que le ha ocurrido a Frankie?

—Verás, Dennis, es bastante complicado, pero intentaré explicártelo.