13

Por suerte, Walter Ignatius Grabow no tenía por costumbre pasar las tardes corriendo por el parque Gramercy. Si me hubiese perseguido un corredor de fondo, no habría tenido ninguna posibilidad de escapar. Pero por lo visto, ni se molestó en intentarlo. Sólo oí cómo gritaba:

—¡Oye, tú, maldito seas!

Por desgracia, yo tampoco era un jogger, y cuando hube corrido un par de manzanas a tope estimulado por pura cobardía, tuve que detenerme y apoyarme contra una farola. El corazón me latía de manera poco sana y me faltaba el aire para respirar; no vi al viejo pintor por ninguna parte, lo cual significaba que estaba a salvo. Dos policías me buscaban por homicidio, otro policía quería la mitad de las joyas que yo no había robado, pero por lo menos no iba a morir en manos de un artista lunático, lo cual ya era mucho.

Cuando conseguí respirar con normalidad, me dirigí a un bar de la calle Spring. Ni el local ni los viejos con boina sentados bebiendo cerveza tenían nada de artístico. Ese establecimiento estaba abierto desde mucho antes de que el Soho renovara su imagen, así que el paso de los años le había otorgado una atmósfera acogedora y un olor casero compuesto a partes iguales por cerveza pasada, sanitarios en mal estado y perro mojado. Pedí una jarra de cerveza y me la bebí sin prisas. Dos caballeros sentados en sendos taburetes cerca de mí recordaban cuando con Bobby Thompson los Giants ganaron la copa de 1951. En aquella época el equipo se llamaba New York Giants y, según mis camaradas de bebida, eso había ocurrido antes de ayer.

Ralph Branca lanzó ese tiro, pero fue Bobby Thompson quien encajó el tanto. Siempre me he preguntado cómo se lo tomó Ralph Branca.

—Se convirtió en inmortal —dijo el otro—. No te acordarías de Ralph Branca si no fuera por ese lanzamiento.

—Continúa.

—No deberías.

—¿Olvidarme de Ralph Branca? Continúa…

Cuando terminé la cerveza, me dirigí al teléfono situado en la parte trasera y marqué el número de Jillian. Mientras sonaba, pensé en qué le diría a Craig si lo respondía. Pero nadie respondió. Recogí la moneda y llamé a información para que me dieran el número de Craig. Sonó tres veces antes de que Craig descolgara el auricular.

—Hola —dije—. Tengo dolor de muelas. Ponme con Jillian, ¿quieres?

Se produjo una larga y pensativa pausa. Luego Craig dijo:

—Oye, Bernie, eres un fresco.

—Fresco como una lechuga.

—Eres más que eso, Bern. ¿Desde dónde llamas? No, no me respondas; no quiero saberlo.

—¿No quieres la información?

—¿Quién se supone que eres?

—Peter Lorre. Ya sé que no está muy bien. Me sale mejor con Bogart, cariño, pero mi Peter Lorre es sencillamente un aficionado. Ponme con Jillian.

—No está aquí.

—¿Dónde está?

—Supongo que en casa. ¿Por qué tendría que saberlo?

—Estuviste en su casa hace un rato.

—¿Cómo lo…? Ah, eras tú el que se equivocó de número. Escucha, Bernie: creo que no deberíamos mantener esta conversación.

—Crees que la línea está intervenida, ¿verdad cariño?

—Por el amor de Dios, basta ya.

—No está tan mal.

—No quiero oírte más. He estado en la cárcel, la policía me ha dado la lata, mi vida ha sido difundida por la maldita prensa y mi exesposa está muerta y…

—Y todo esto es una pesadilla, ¿verdad?

—¿Qué?

—Rezabas para que Crystal muriera y ahora…

—¡Por Dios! ¿Cómo puedes hablar así?

—Tengo las agallas de un ladrón. En fin, ¿cuándo te han soltado?

—Hace un par de horas.

—¿Cómo lo consiguió Blankenship?

—Él no consiguió nada. Lo único que quería era que no me moviese de la silla. Me quedé quieto en la silla, pero lo habría tenido que estar aún mucho más mientras me afeitaran la cabeza y me colocaran los electrodos. Luego, habrían apretado el botón y me hubiese quedado quieto para siempre.

—Por supuesto.

—Con la suerte que tengo, seguro que volverá a ponerse de moda. Me deshice de Blankenship. Ese gilipollas jamás habría creído en mi inocencia. ¿Cómo iba a ayudarme si pensaba que soy culpable?

—Mi abogado me ha ayudado mucho todos estos años —dije—, y siempre ha pensado que soy culpable.

—Porque siempre lo has sido, ¿no es así?

—Bueno…

—Yo soy inocente, Bern. Me deshice de Blankenship y confié en mi abogado. No es abogado criminalista, pero me conoce y conoce su trabajo; escuchó mi versión y me contó cómo había que hacerlo para suavizar a la policía, así que hoy a las diez de la mañana abrían la puerta de la celda y volvían a tratarme como a un ser humano. Ha sido un cambio sustancial, te lo aseguro. Estar encerrado en una celda no ha sido nada divertido.

—Dime, ¿qué les has dado?

—¿A quién?

—A los polis. ¿Qué les has dicho para que te suelten del anzuelo?

—Nada importante. Sólo les he hablado con franqueza, eso es todo.

—¿Hablado con franqueza sobre qué?

Guardó silencio por unos segundos.

—De todos modos, Jillian dice que tienes una coartada. Estuviste en el Garden.

—Eres un desgraciado, Craig.

—Sólo les conté lo de las joyas, eso es todo. Y nuestra conversación.

—¿Les has contado que me indujiste a robar las joyas de Crystal?

—No ocurrió así, Bernie —dijo con tono pausado, por si le estaba escuchando alguien—. Estuve hablando de las joyas. Les dije que tú pareciste interesarte mucho y, naturalmente, que no sabía que eras un ladrón…

—Eres un verdadero bastardo, Craig.

—Estás muy nervioso, ¿verdad? Pero ¿no tienes una coartada? Espera un momento…

—Craig…

—Lo hiciste tú, ¿verdad? —Tal vez lo creyera, tal vez todavía se estuviera dirigiendo a una grabadora, tal vez intentara racionalizar el hecho de pronunciar ni nombre ante la justicia—. Entraste en el apartamento el jueves por la noche. Ella te interrumpió, te asustaste y la apuñalaste.

—Estás diciendo tonterías, Craig.

—Pero ¿por qué usaste uno de mis escalpelos? ¿Cómo es posible que tuvieras uno? —Tenía que pensar cada palabra que pronunciaba, así que imaginé que no estaba acostumbrado al proceso—. Espera, un momento… Lo tenías todo planeado, esto es, primero robar y luego asesinarla y yo como principal sospechoso. Supongo que querías ligarte a Jillian y yo sobraba, así que lo planeaste todo para tener vía libre. Eso es lo que ocurrió.

—No puedo creer lo que estoy oyendo.

—Pues ya va siendo hora de que te lo creas. Por Dios, Bernie. Y encima llamas aquí y me dices que quieres hablar con ella. Eres increíble; esto es todo cuanto tengo que decirte.

—Tengo las agallas de un ladrón.

—¿Puedes repetirlo otra vez?

—No me da la gana. Craig, yo…

—Creo que no deberíamos mantener esta conversación.

—Vamos, Craig, quiero…

Colgó el auricular. Primero me había entregado a la policía y ahora me colgaba el auricular. Me quedé de pie sosteniendo el auricular y pensando en cuán despiadadas eran las relaciones humanas. Luego introduje otra moneda y volví a marcar el número de Craig. Esperé, corté la comunicación, volví a introducir la moneda y marqué de nuevo. Comunicaban.

Al ver que Jillian no atendía la llamada, me dije que tal vez me había equivocado con uno de los dígitos. Saqué la cartera para comprobarlo con la tarjeta que me había dado, pero naturalmente no la había guardado después de la escaramuza con Grabow. Busqué en los bolsillos. No tuve suerte, la había perdido. Jillian me había dicho que el número no salía en la guía. Llamé a información y me lo confirmaron. Marqué de nuevo el número tal y como lo recordaba, pero no obtuve ninguna respuesta. Decidí llamar a la consulta de Craig. Mientras sonaba el teléfono, me pregunté por qué estaría perdiendo el tiempo; antes de responderme, Jillian descolgó el auricular.

—¡Gracias a Dios! Hace horas que intento hablar contigo.

—No he estado en casa.

—Ya lo sé. Escucha, Craig ha salido de la cárcel. Le han soltado.

—También lo sé.

—Para conseguirlo, les dio tu nombre y les dijo que habías robado las joyas de Crystal. Creo que no les dijo toda la verdad.

—Estoy convencido.

—Por eso la policía vino esta mañana. Supongo que sabían que lo soltarían y querían hablar conmigo antes de que él viniera. Además, te buscaban a ti. Les conté lo que tú me dijiste, por lo menos lo intenté. Estaba nerviosa…

—Es lógico.

—Por suerte, puedes probar que estuviste en el Garden. Creo que quieren acusarte de homicidio.

Tragué saliva.

—Sí, afortunadamente tengo una coartada.

—Craig dice que están buscando testimonios que te vieran por el vecindario la noche que Crystal fue asesinada. Pero ¿de qué les va a servir, si no estuviste allí? Le he dicho que es horrible lo que te ha hecho, y me ha contestado que fue su abogado quien se lo aconsejó, pues era la única manera de salir de la cárcel.

—Carson Verill…

—Sí. Dijo que el otro no le ayudaba en nada.

—Bien, debemos agradecer a Dios lo que ha hecho el viejo Carson Verill.

—No es viejo. Y para ser sincera, no le estoy nada agradecida.

—Yo tampoco, Jillian.

—Porque creo que todo este asunto estaba podrido desde la raíz. Quiero decir que tú intentabas hacerle un favor y mira cómo te lo ha pagado. Intenté decirle que andabas tras la pista del verdadero asesino y no quiso escucharme. Vino a mi apartamento y discutimos. De hecho, le pedí que se marchara.

—Entiendo.

—Porque creo que todo esto es abominable, Bernie.

—Yo también, Jillian.

—Vine aquí para consultar los archivos, pero de momento lo que he encontrado no nos sirve de nada. No hay ningún paciente que se llame Grabow.

—Encontré a Grabow. Puede que sea un pintor excelente, pero como corredor es un desastre.

—Si sabes cuál es el nombre de pila de Knobby, puedo consultarlo ahora mismo. No he encontrado a nadie que trabaje en Spyder’s Parlor. Así se llama el bar, ¿verdad?

—Sí.

—Todavía no he mirado todas las fichas. He estado mirando los pacientes llamados John y luego los abogados, y ya empiezo a desesperarme.

—Olvídalo —dije—. Así no lo resolveremos. Verás, voy a hacer unas indagaciones sobre Knobby y algún que otro detalle. ¿Dónde estarás esta noche?

—Supongo que en casa, ¿por qué?

—¿Estarás sola?

—Supongo que sí. Craig no vendrá, si es eso a lo que te referías. Y menos si tengo que decidirlo yo.

—¿Qué te parece si paso por tu casa?

—Me parece bien —respondió—. ¿A qué hora?

—No lo sé.

—¿No estarás…?

—¿Borracho? Esta noche no pienso probar el aceite de oliva.

—Creo que también deberías alejarte de Frankie.

—Me parece una buena idea. No sé a qué hora iré, porque no sé cuánto tiempo me llevará lo que tengo que hacer. ¿Prefieres que llame antes? Aunque… he perdido la tarjeta. Espera, que cojo un bolígrafo. Ya está. ¿Qué número es?

—Rhinelander 7, dieciocho, cero, dos.

—No sé dónde habré llamado antes.

—Bernie…

—Estoy un poco nervioso, pero me han dicho que tengo los nervios de acero, y eso es importante. Me parece que voy a necesitarlos. Te llamaré.

—¿Bernie? Ten cuidado.