En todas las manzanas de Nueva York hay varias bocas de incendio a lo largo de la acera. Fueron instaladas para que la policía no tuviera que rodear la manzana para encontrar aparcamiento. Ray había estacionado el coche en una de estas bocas y antes de arrancar me dijo que acababa de perder la oportunidad de conocer a dos amigos suyos.
—Un par de tipos de paisano —dijo—. De hecho, hoy voy de uniforme por casualidad. Debe de haber sido cuestión de segundos. Quizá mientras ellos subían por el ascensor, tú bajabas por las escaleras.
—No hay ascensor.
—¿De veras? Entonces ha sido mala suerte que no te cruzaras con ellos, Bernie. Pero creo que los conociste ayer. Hoy no te han encontrado y cuando bajen, verán que me he largado. No creo que les importe. Verás, han venido por cuenta propia y yo he venido después y he tenido la impresión de que querían que me largara. Coges a un agente, le pones el uniforme de trabajo y este se comporta de una manera determinada, ya sabes a qué me refiero… De repente, cree que es un miembro de la raza humana en vez de un bípedo normal y corriente. ¿Quieres un cigarrillo, Bernie?
—Hace años que dejé de fumar.
—Mejor para ti. Eso sí es tener firmeza de carácter. Yo lo dejaría si tuviese suficiente voluntad. ¿Qué es toda esa mierda de que tu tía daba clases en una escuela del Bronx?
—Bueno, ya sabes cómo funcionan las cosas, Ray.
—Tienes razón. Sé de sobra cómo funcionan…
—Intentaba impresionar a la chica. No hace mucho que la conozco y uno de esos agentes reconoció mi nombre y no quise que ella se enterara de mi pasado criminal.
—Un pasado criminal…
—Así es.
—Pero eso es agua pasada. Ahora eres Stanley manos limpias.
—Sí.
—En efecto —asintió y dio una calada a su cigarrillo.
Bajé la ventanilla para que el humo saliera y entrara un poco de aire fresco.
—¿Por qué te has liado con la empleada de Sheldrake?
—Es mi dentista…
—Yo también tengo dentista. Dicen que hay que ir dos veces al año. ¡Demasiado para mí! Pero no me dedico a pasear por su consulta ni a ligarme a su enfermera.
—Para tu información, es higienista…
—¿Qué importa? Por cierto, ¿te gusta el boxeo, Bernie?
—Voy al Garden cuando puedo.
—En otra época, esta ciudad fue un verdadero santuario del boxeo. ¿Recuerdas los torneos del miércoles en el St. Nick’s Arena? ¿Qué me dices de los del Sunnyside Garden? ¿Fuiste alguna vez?
—Creo que asistí a un par de veladas. Pero de eso ya hace unos años…
—¡Siglos! Me encantó que mostraras a Todras y Nyswander la entrada. ¡Qué casualidad que la llevaras encima!
—Llevaba la misma chaqueta.
—Lo sé. Yo en tu lugar habría guardado la entrada en otra chaqueta y los habría conducido hasta mi apartamento para que presenciaran cómo rebuscaba en los bolsillos de todas las chaquetas hasta dar con ella. Esa sí sería una buena coartada. Por lo menos no es tan obvia, ¿comprendes?
—Estás muy equivocado, Ray, no era ninguna coartada. Es cierto que estuve en el Garden aquella noche.
—Pero si resulta que de vuelta a casa pasaste por allí y cogiste una entrada del suelo por casualidad, entonces el asunto se pondría interesante, ¿no crees? Eso significaría que buscabas una coartada antes de que nadie supiera que la necesitabas, lo que implicaría que sabías de antemano que la esposa de Sheldrake sería asesinada.
—¡Fantástico! —exclamé—. Ahora resulta que es peor tener una coartada que no tenerla.
—No me malinterpretes, Bernie, pero cuando llevas tiempo trabajando en el departamento, acabas siendo muy desconfiado. Se pierde la costumbre de valorar las cosas por lo que son. Lo único que hiciste fue coger una entrada y ahora parece que quiero acusarte de un crimen.
—Pensaba que el caso estaba cerrado, que la policía estaba segura de que el marido era el asesino.
—¿Te refieres al homicidio? Sí, creo que eso dicen. Un hombre asesina a su exesposa y rubrica su crimen dejando en el pecho de la víctima un escalpelo. Si este caso fuera mío, pondría en duda tu coartada; es demasiado obvia… Pero no lo es. Además, un vulgar agente como yo, ¿qué puede saber de homicidios? Para alcanzar ese nivel, tienes que ir elegantemente vestido, así que me mantengo al margen y me ocupo de mis asuntos.
—¿Cuáles son exactamente tus asuntos, Ray?
—Buena pregunta. —En aquel momento cambió el semáforo y Ray giró el volante a la derecha—. Seré franco, si después de tantos años de estar en el departamento sigo llevando uniforme, es porque nunca he sido un tipo sutil. Mi problema es que enseguida me doy cuenta de lo obvio. Por ejemplo, si alguien tiene una entrada en el bolsillo, lo primero que pienso es en una coartada. Además, si el tipo en cuestión se ha pasado toda la vida asaltando casas, no puedo evitar pensar en un robo. Tenemos a un ladrón que se las ingenió para buscar una coartada, que a la mañana siguiente se encontraba en la consulta de un dentista que asesinó a su esposa, y que al día siguiente sale de puntillas del dormitorio de la enfermera del dentista. No sé qué pensarán los elegantes chicos del departamento, pero el viejo Ray lo tiene muy claro.
Una camioneta estacionada en medio de la calle había provocado un atasco y algunos conductores empezaron a tocar el claxon para desahogarse; sin embargo Ray no parecía tener prisa.
—No estoy seguro de saber adónde quieres llegar —dije.
—Vamos, Bernie. Estamos en medio de un atasco, tú y yo solos, así que dejémonos de tonterías. Supongo que pensaste que la señora de Sheldrake era una buena presa. Seguramente aguzaste el oído mientras te empastaban un diente, o tal vez la enfermera con la que tienes un romance te puso al corriente. ¡Qué más da…!, lo cierto es que decidiste acercarte hasta la calle Gramercy, abrir un par de cerraduras y ver qué podías llevarte. Ignoro si todavía estabas en el piso cuando llegó Sheldrake. Sin embargo, ¿cómo podías saber que necesitarías una coartada? En mi opinión, llegaste allí, abriste la puerta y la encontraste muerta. Te tomaste unos minutos para llenarte los bolsillos de joyas y luego saliste corriendo. De vuelta a casa, pasaste por el Garden y recogiste una entrada del suelo. A la mañana siguiente lo primero que hiciste fue ir a la consulta de Sheldrake para averiguar qué había ocurrido y asegurarte de que tu nombre no figuraba en el caso.
—¿Qué te hace pensar que robaron algo?
—La víctima tenía más joyas en su casa que cualquier joyería Cartier. En el apartamento no quedan más que los regalos que salen en las cajas de Cracker Jack. Imagino que las joyas no salieron solas del piso.
—Quizá las guardaba en la caja fuerte de un banco.
—Es posible, pero no todas.
—¿Has pensado en Sheldrake?
—Ya. Se acordaría de revolver el apartamento para encontrar las joyas, pero curiosamente se olvidaría del escalpelo. No creo que fuera él.
—Pues tal vez se las llevara la policía.
—¿Los agentes encargados de la investigación? Me sorprendes, Bernie. ¿De veras crees que los agentes de la brigada de homicidios se molestarían en robar a la difunta?
—Dicen que ha ocurrido algunas veces.
—¿Bromeas?, eso es imposible, el vecino de abajo estaba presente cuando entraron en el apartamento. Nadie roba delante de testigos. Me sorprende que no lo sepas.
—A mí me sorprende que no sepas que nadie comete un robo si para conseguir el botín tiene que pisar un cadáver.
—Es posible…
—Más que posible, diría que es obvio.
Ray meneó la cabeza.
—Tienes las agallas de un ladrón, Bernie. Recuerdo la frialdad que mostraste cuando ese cerdo de Loren Kramer y yo encontramos un cadáver en aquel apartamento de la calle 60 Este, fingiste no saber nada…
—Si lo hice fue porque ignoraba por completo que hubiera un cadáver en el dormitorio.
Ray se encogió de hombros y dijo:
—¡Qué importa…! Insisto, tienes las agallas de un ladrón, de nada sirven las apuestas. De lo contrario, ¿por qué querrías tener una coartada?
—Quizá sea cierto que fui al Garden, Ray. ¿Has pensado en esa posibilidad?
—Lo cierto es que no.
—Tal vez me haya procurado una coartada…, pero te aseguro que estuve en el Garden…
Ray asintió con la cabeza y esbozó una sonrisa escéptica.
—Quizá estuviera trabajando en otro asunto. No me entusiasman las joyas, cada vez es más difícil venderlas. Quizá aquella noche robé una colección de monedas y me procuré una coartada porque siempre que se comete un robo de este tipo la policía llama a mi puerta.
—Que yo sepa, aquella noche no se denunció el robo de ninguna colección de monedas.
—Es posible que el propietario se hallara fuera de la ciudad y todavía no las haya echado en falta…
—O que robaras la hucha de un niño que todavía está llorando…
—Muy ingenioso.
—¿A quién pretendes engañar, Bernie? Estoy seguro de que tienes las joyas de la esposa de Sheldrake.
—Te equivocas.
—Es lógico que lo niegues, pero eso no implica que deba creerte.
—Estoy diciendo la verdad.
—¡Por supuesto! —exclamó Ray con incredulidad—. Pasaste la noche con la enfermera de Sheldrake porque no tenías un sitio mejor donde ir. Te creo, Bernie, precisamente por eso todavía llevo el uniforme azul.
No respondí y él guardó silencio. Durante un buen rato seguimos recorriendo las calles de Manhattan sin rumbo fijo, hasta que finalmente me decidí a hablar.
—¿Ray?
—¿Sí, Bern?
—¿Quieres algo?
—Siempre quiero algo. Por ejemplo ese libro tan comentado en el Post, Esperando al número uno, un libro que invita a la gente a ser egoístas. ¡Los demás que se jodan! Me resulta increíble que alguien tenga que leer un libro para conocer algo que se aprende por experiencia.
—¿Qué quieres, Ray? —insistí.
—¿Un cigarrillo, Bern? Maldita sea, tú no fumas. ¿Te importa? —preguntó mientras encendía uno.
—Podré soportarlo.
—Esas joyas —dijo—, las joyas de Sheldrake que te llevaste del apartamento…
—No me las llevé.
—Bueno, supongamos que lo hiciste, ¿vale?
—De acuerdo.
—En fin, yo jamás he sido avaro, Bern. Lo único que quiero es la mitad del botín.