9

Después de seis o siete horas de sueño, de la cuarta aspirina y la tercera taza de café, la niebla empezó a disiparse. Miré a Jillian, que estaba sentada en una silla tomando una taza de café.

—Lo siento —dije por enésima vez.

—No te preocupes, Bernie.

—Siento haber irrumpido en tu casa en ese estado para meterme en tu cama. ¿Qué tiene eso de divertido?

—Parece que estés hablando de una violación. Bebiste demasiado y necesitabas un sitio donde dormir, eso es todo.

—Podría haber ido a un hotel. Si hubiese estado lo bastante lúcido para pensar en ello.

—Quizá no habrían querido alquilarte una habitación.

Bajé la mirada.

—Debo de haber sido un desastre.

—Bueno, no estabas en tu mejor momento. Por cierto, te he limpiado el zapato.

—Dios mío, debo disculparme por eso. ¿Por qué demonios la gente tiene perros en una ciudad?

—Para que no entren ladrones en su casa.

—Es una buena razón. —Bebí más café y busqué un cigarrillo en el bolsillo de mi chaqueta. Dejé de fumar hace unos años, pero de vez en cuando recurro a la cajetilla que guardo en la chaqueta—. Dime: ¿dónde has dormido esta noche?

—En la silla.

—De veras lo siento.

—Bernie, deja ya de disculparte —dijo ella sonriendo.

Aunque había dormido en una silla, tenía un aspecto inmejorable. Llevaba unos vaqueros y una camiseta azul. Estaba estupenda. Yo llevaba el traje de la noche anterior.

—Cuando llegaste, dijiste que averiguaste algo sobre Crystal.

—Sí.

—Pero dijiste que no te acordabas de nada.

—¿Eso dije?

—Sí. Quizá estabas demasiado cansado para pensar. ¿Te acuerdas ahora?

Necesité unos minutos de concentración antes de responder.

—Tres hombres… Obtuve gran parte de la información a través de una mujer llamada Frankie, que sin duda era una buena compañera de bebida de Crystal. Cuando la encontré, ya estaba borracha, y siguió estándolo durante toda la noche, aunque creo que sabía muy bien qué decía. Según ella, a Crystal le gustaba pasarlo bien. Todo cuando buscaba en la vida era un par de copas y un par de carcajadas, además del siempre deseado amor verdadero.

—Más un millón de dólares en joyas.

—Frankie no habló de joyas. Tal vez Crystal no las lucía cuando salía de copas. De todos modos, por lo que me contó, deduje que Crystal no tenía por costumbre ligarse a desconocidos. Frecuentaba los bares para divertirse y charlar con los amigos. De vez en cuando se llevaba a un desconocido a casa, pero por lo general solía acostarse con los mismos.

—¿Y uno de ellos la mató?

Me encogí de hombros.

—Parece razonable. En cualquier caso, sabemos que había tres hombres en su vida. —Cogí el Daily News y releí la historia que ya conocíamos. El médico forense había dictaminado lo que yo ya sabía—. Alguien mantuvo relaciones sexuales con ella la misma noche en que fue asesinada. Podría ser el asesino. Eso ocurrió a primera hora de la noche, así que es poco probable que primero la mataran y que luego ella se acostara con alguien.

—Bernie, según Craig, era una fulana.

—Pero Craig tenía prejuicios. Le pagaba una pensión.

—Es cierto. ¿Sabes quiénes son esos tres hombres?

—Ahí está el problema. No fue fácil interrogar a Frankie, pues no quería que sospechara de mí. A medida que avanzaba la noche, cada vez estaba menos capacitado para hacer de detective. Además, no estoy seguro de que Frankie sepa mucho sobre los amantes de Crystal. Creo que dos de ellos están casados.

—Casi todo el mundo lo está.

—¿De verdad? Creía que todo el mundo estaba divorciado. Pero dos de los tres novios de Crystal están casados. —«Incluido (pensé) el que estuvo retozando con ella mientras yo estaba en el armario»—. Uno de ellos es abogado. Frankie se refirió a él como el «sabueso legal» cuando no le llamaba Snoopy. Creo que su nombre de pila es John.

—¿Estás seguro?

—Sí. Frankie le imitó, en un par de ocasiones, al estilo Ed MacMahon: «Y ahora, ¡he aquí a Johnny!».

—Un abogado casado llamado Johnny…

—Así es.

—Esto reduce las posibilidades.

—En cuanto al amante casado número dos, es aún más fácil seguirle la pista; se trata de un pintor y su nombre es Grabow.

—¿Te refieres al apellido?

—Supongo que sí. Ignoro su nombre de pila. Frankie no dio demasiados detalles acerca de Grabow.

—Tengo la impresión de que te dio pocos detalles de todo.

—Bueno, tienes razón, pero creo que ella no conoció a Grabow. Al sabueso legal sí lo conoció porque Crystal solía beber con él en los bares. Tengo la impresión de que Frankie lo encontraba divertido, aunque no sé si se reía con o de él. Creo que lo único que sabía de Grabow era lo que le había contado Crystal, y tuvo que ser poco.

—¿Y qué hay del tercero?

—Muy fácil, tal vez porque no está casado, o por lo menos yo no creo que lo esté, lo cual significa que no tiene nada que esconder. En fin, Frankie le conoce. Se llama Knobby y es el camarero del Spyder’s Parlor. Ese fue uno de los bares donde estuve ayer.

—Así pues, ¿le conociste?

—No. Fuimos allí a buscarlo, pero se había cambiado el turno con Lloyd.

—¿Quién es Lloyd?

—El camarero que estaba ayer en el Spyder’s Parlor. Te diré una cosa: hace unas mezclas horribles. No sé cuál es su apellido. Y ahora que pienso en ello, tampoco sé cuál es el apellido de Frankie ni el de los demás. Supongo que será fácil encontrar a Knobby, por lo menos mientras siga trabajando allí.

—Me pregunto por qué no trabajó ayer por la noche.

—Supongo que los camareros se cambian a menudo el turno. Quizá quería ver algo en la televisión. O tal vez tuviera que quitarse la sangre de Crystal de su camiseta uniforme del Spyder’s Parlor. De todos modos, lo dudo, pues no había sangre.

—¿Y tú cómo lo sabes, Bernie?

—La apuñalaron en el corazón —dije—, así que dudo que saliera mucha sangre.

—¿De veras?

—Esto es todo de cuanto disponemos. El sabueso legal, Grabow, el artista y Knobby el camarero. Creo que de momento tendremos que centrar nuestra investigación en los tres.

—¿Cómo?

—Bueno, pues averiguando quiénes son. Sería un buen comienzo.

—¿Y luego qué?

Luego sabría quién tenía las joyas, pero eso no se lo podía decir a Jillian. Ella no sabía nada de mi maletín de ante lleno de joyas, ni tampoco que B. B. Rhodenbarr había estado en el escenario del crimen en el momento de cometerse.

—Luego —dije—, veremos si alguno de ellos tenía razones para asesinar a Crystal, y si tenían algún vínculo con Craig, pues el asesino no usó por casualidad un escalpelo dental. Si resulta que Grabow lleva una dentadura postiza que le hizo Craig… Lo siento. Me estás viendo en mi peor momento, Jillian: ayer borracho y esta mañana resacoso. Te juro que mi cerebro no funciona siempre así. Aunque lo tenga pequeño, me ha sacado de muchos apuros a lo largo de la vida.

—¿De qué estás hablando?

—De tus archivos. Es decir de los de Craig. Knobby y Grabow y el sabueso… ¿Verdad que Craig tiene archivados a todos sus pacientes? A menos que Frankie se equivocara con el apellido, será muy fácil dar con Grabow si ha sido paciente de Craig. No lo tendremos tan fácil con Knobby hasta que no sepamos su verdadero nombre, y luego tú podrás ver si existe alguna conexión entre él y Craig. En cuanto a Johnny el abogado, en fin, con él tenemos un problema. Supongo que no tendrás a los pacientes clasificados por profesiones.

Negó con la cabeza y dijo:

—En la ficha hay un espacio en blanco para la dirección del trabajo y el nombre del jefe, pero los que trabajan por cuenta propia normalmente no especifican cuál es su empleo. Pero ya sé qué puedo hacer.

—¿Qué?

—Puedo confeccionar una lista de todos los clientes con el mismo nombre y descartar los que no trabajan por cuenta propia; los nombres que queden los compararé con los nombres de abogados que salen en la guía. Ya sé que allí no figuran todos los abogados, e incluso imagino que la gran mayoría no están. Pero ¿no crees que puede valer la pena?

—Me parece una idea magnífica, aunque también mucho trabajo.

—Lo sé.

—Pero alguna vez ocurre que alguien se mete dentro de un pajar y sale con una aguja. Si no te importa invertir el tiempo en eso…

—No tengo nada más que hacer. Y al menos sentiré que estoy haciendo algo útil.

—Estás encubriendo a un fugitivo —dije—. Eso ya es algo.

—¿De veras crees que eres un fugitivo? Que reconocieras a un policía en tu casa no significa que te estuviera esperando. Tal vez buscaba a otro inquilino.

—A la señora Hesch… Quizá iba a arrestarla por fumar dentro del ascensor.

—Pero no era ninguno de los policías que vinieron el otro día, Bernie. ¿Por qué ese tendría que buscarte a ti? Lo entendería si se tratara de… he olvidado los nombres.

—Todras y Nyswander. Todras era el bloque de granito con la sonrisa amenazadora. Nyswander era Wilbur la Comadreja.

—Bueno, pues si te buscaran ellos, entonces podrías preocuparte. Pero no creo que…

El timbre sonó varias veces.

—Llegué aquí alrededor de la una. Hace una hora que me marché. No estás enterada de que yo sea ladrón. Nunca te hablo de mi trabajo y no hace mucho que salimos juntos. Has estado viendo a otros hombres aparte de mí, pero a mí no me lo has contado.

—Bernie, yo…

—Escucha bien antes de abrir la puerta: están abajo y no creo que se les ocurra derribar la puerta. Eres la novia de Craig; puede incluso que sea una buena idea que se lo cuentes. Pero te gusta jugar con los hombres, así que ni yo ni Craig sabemos que te ves con el otro. Y ahora será mejor que respondas. Tendré tiempo de salir antes de que consigan subir los tres tramos de escaleras.

Jillian se dirigió hacia la pared y descolgó el auricular.

—¿Sí? ¿Quién es?

—Policía.

Me miró. Yo asentí y Jillian pulsó el botón. Me dirigí a la puerta, la abrí y antes de salir le dije:

—Es oficial; has estado encubriendo a un fugitivo, pero como no lo sabías, no tienes la culpa de nada. A mí nadie me dijo que me buscaban. Mentí a los policías acerca de mi trabajo, pero no es de extrañar, pues no quería que tú te enteraras. Creo que no nos ocurrirá nada. Me pondré en contacto contigo más tarde, aquí o en la consulta. No olvides comprobar los archivos.

—Bernie…

—No tenemos tiempo —dije mientras le enviaba un beso con la mano; luego salí corriendo.

Tuve tiempo suficiente para subir un tramo de escalera mientras Todras y Nyswander subían tres. Me detuve en el último escalón y les escuché. Llamaron a la puerta de Jillian. Entraron. Les di un minuto para que se acomodaran y luego descendí un tramo y me quedé de pie escuchando detrás de la puerta. Oí voces, pero no pude discernir de qué hablaban. Eran dos, lo deduje por las pisadas mientras subían, así que decidí no esperar a que uno de ellos se pusiera nervioso y abriera la puerta. Bajé tres tramos más de escaleras, me saqué la corbata del bolsillo y cuando iba a colocármela descubrí que estaba arrugada.

Me pareció que hacía más sol de lo normal. Cerré los ojos y oí una voz que decía:

—Pero si es mi viejo amigo Bernie.

Ray Kirschmann, el mejor policía que el dinero puede comprar, estaba de pie con el trasero apoyado contra el parachoques de un coche de policía. Tenía una sonrisa perezosa en la cara, una sonrisa de autosatisfacción repelente.

—Vaya, Ray, cuánto tiempo sin verte.

—Hace siglos, ¿verdad? —Abrió la puerta trasera y señaló el asiento—. Sube. Hace una mañana espléndida para dar una vuelta. No vale la pena estar encerrado. Sube, Bern.

Subí.