Knutas salió al camino que conducía a la montaña. Más abajo se encontraba la playa de cantos rodados y el mar. Andrea se hallaba a tan solo una treintena de metros por encima de él, de espaldas, parada en la misma posición. Parecía pequeña, casi como si hubiera encogido desde la última vez que la vio. Vestía vaqueros y un jersey blanco y llevaba el cabello recogido en una gruesa cola de caballo. Se acercó a ella con cuidado. Inseguro de su estado mental, con miedo de que fuera a saltar. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se atrevió a dirigirle la palabra.

—Andrea.

Ella se dio la vuelta de repente y clavó la vista en él.

—Tranquila —instó—. Soy yo, el comisario Anders Knutas. ¿Te acuerdas de mí?

Andrea Dahlberg se estremeció como si hubiera recibido un golpe. Parecía que estaba a punto de caerse. Como se encontraba justo al borde del acantilado, Knutas reaccionó de manera instintiva. Se lanzó hacia delante y la agarró. Tiró de ella hacia él y sujetó su rostro con ambas manos. Ella no opuso resistencia.

Su cuerpo resultaba flácido, y las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas.

—Vamos —la consoló Knutas—. Ahora todo está bien.

Allí estaba él, con Andrea entre sus brazos, meciéndola despacio mientras ella lloraba. Le acarició el pelo.

—Vamos —repitió—. Todo irá bien, ya verás.

Pobrecita, pensó. Tiene que estar destrozada de dolor.

Knutas siguió calmando a la mujer desesperada. Poco a poco cesaron los llantos. Le tendió un paquete de pañuelos de papel que sacó del bolsillo de la chaqueta. Cuando se hubo relajado, volvió el rostro hacia él.

—Es la primera vez que lloro. Durante todo este tiempo no he podido hacerlo. No he derramado ni una lágrima desde que Emilia murió.

—Llora si quieres —dijo Knutas—. Eso es bueno. Sé lo que le sucedió a tu hermana.

—Yo no quería —dijo con voz apagada. Le temblaba el labio.

Sus grandes ojos grises carecían de expresión.

—Vamos —la consoló.

—Yo no quería —continuó en voz baja, casi susurrando—. No quería que ella muriese.

—Claro que no querías —dijo Knutas—. No fue culpa tuya. En absoluto. Fue su elección.

—Sí, se podría decir que sí. Ella lo eligió. Yo le di igual. Me traicionó, ¿sabes? Me engañó. Estaba embarazada, dijo que lo quería. Que el niño era de él, de él y suyo. Que iban a irse juntos y que se casarían. Él me dijo lo mismo, aquí en la montaña. Me dijo que ya no me quería, que la amaba a ella, ¿sabes? Anduvieron con secretos a mis espaldas. Ambos. Estábamos aquí, justo en esta montaña. —Andrea se separó de sus brazos y señaló con un dedo tembloroso—. Aquí mismo. Y yo había pensado explicarle, le iba a enseñar la tarjeta y todo eso. Íbamos a ir a Florencia. Era una sorpresa. Pero él no reaccionó como yo había esperado. Dijo que era con ella con quien quería vivir. No conmigo. Que estaba enamorado de Stina.

Knutas permanecía en la misma posición. Escuchó sus palabras y comprendió la relación.

—Tenían que morir, ¿sabes? Aunque esa no era mi intención al principio. Nunca pensé en matarla. Pero me enfadé tanto. Solo quería pegarle. Pero opuso resistencia. Gritó y se volvió loca. Dijo que amaba a Sam, ¿sabes? Y ella era mi mejor amiga, mi amiga del alma. Y allí estaba, medio desnuda y diciendo que amaba a mi marido, que estaban juntos. Lo estaba esperando, le había enviado un mensaje y quería que él fuera a encontrarse con ella y tener relaciones sexuales. Pero fui yo quien vio el mensaje mientras Sam se duchaba. Me subí al coche y conduje hasta allí. Incluso había enviado una descripción del camino.

»Al verla, en sujetador, en una tumbona del porche le pegué. Golpeé y golpeé. Ella devolvió los golpes y gritó como una loca. Intentó escapar y la perseguí hasta la parcela vecina. Allí encontré una piedra grande y se la estampé en la cabeza. Por fin guardó silencio. Pero de repente su cuerpo perdió fuerza, ¿sabes? El cuerpo estaba completamente flojo. Sangraba por la cabeza, mucho. Se me manchó la ropa. Su mirada estaba vacía, como apagada. La había matado.

»Después oí a alguien detrás de mí. Era un pescador. Lo había visto todo desde el mar y se había acercado en su barca. Estaba en el bote de pie, gritando y agitando las manos. Lo golpeé en la cabeza con una pala. Cayó tendido en la barca. Allí había un ancla, una de esas plegables. Le golpeé en la cabeza mientras estaba tendido. Luego empujé la barca todo lo que pude. No sé por qué lo hice, deseaba separarlos. Aunque de lo que más me arrepiento es de haber matado a ese pobre hombre. Él solo se cruzó en mi camino.

Ahora había un ruego en la mirada, como si buscara comprensión. Knutas apenas asintió.

—Bueno, luego me di cuenta de que era muy tarde. Tenía que regresar con los otros, arreglarme. Estaba bañada en sangre.

—Y Sam, ¿por qué lo mataste?

—Salimos a dar un paseo por la mañana, yo llevaba una tarjeta de regalo, se trataba de un viaje a Florencia. Pensé que había ocultado el cuerpo de Stina tan bien que nunca lo hallarían. Y además, quería que todo volviera a ser como antes. Nos encontrábamos aquí, justo aquí, y entonces saqué lo de Stina. No le dije que la había matado, pero sí que sabía que mantenían una relación o, bueno, por lo menos que se acostaban. Estaba tan segura de que diría que no significaba nada, pero…

—Pero ¿qué?

—Dijo que amaba a Stina y que quería vivir con ella. Que lo nuestro había acabado. A continuación sacó un cigarrillo, iba a encenderlo. Y entonces perdí la cabeza. Fui hacia él y mientras estaba ahí con el cigarrillo lo empujé tan fuerte como pude. Con tal fuerza que cayó por el precipicio. Eso fue lo que pasó.

Andrea guardó silencio. El rostro de Knutas estaba tenso.

—¿Y los sacos de dormir?

—Después, el pánico se apoderó de mí. Pensé que debía hacer algo para que sospecharan de Stina. Tenía su cinta del pelo. Creía que quizá nunca encontrarían el cuerpo, así que la Policía pensaría que había sido ella.

Se le escapó un suspiro tembloroso. Guardó silencio.

Al fin, Knutas preguntó:

—¿Nos vamos a casa?

Andrea apenas asintió como respuesta.