Nunca olvidaré ese aciago día. Cuando le conté lo que había oído en la vicaría, mamá se quedó destrozada. Por lo menos me creyó y llamó al pastor enseguida. Fuimos allí juntas, mamá me exigió que la acompañara. Cuando llegamos, él parecía alterado. Como si hubiera comprendido. Nos sentamos en la sala de visitas y mamá lo confrontó al instante, sin rodeos. Él temblaba y sudaba copiosamente, casi parecía que fuera el culpable.

—Lo siento muchísimo —se disculpó—. Lennart me lo contó en confianza, y como pastor tengo que guardar secreto de confesión, aunque pueda parecer terrible. Tengo un pacto con Dios que no puedo romper.

Miré de reojo a mamá. Parecía furiosa.

—¿Un pacto con Dios? ¿Estás loco? —exclamó—. ¿Lo has sabido durante todo este tiempo sin decir nada? ¿Como si no hubiera pasado nada? Tu mujer y tú habéis venido a cenar a nuestra casa, habéis estado con toda la familia, con Emilia… ¿Y me dices que tienes un pacto con Dios? —repitió, e hizo el gesto de ponerse de pie. Tenía la mirada negra y la saliva salpicó el escritorio bien lustrado. Nunca había visto a mamá tan enfadada. Sus nudillos, que sostenían la tabla de la mesa, se tornaron blancos—. ¿Cómo has sido capaz de no decir nada? Sabías lo que le sucedía a Emilia y no interviniste. Eres igual de culpable que él. ¡Espero que ardas en el infierno!

—Por favor, Margareta, tranquilízate —rogó el pastor con voz temblorosa—. No podía hacer nada, mis manos estaban atadas, mis labios sellados por Dios Padre. Se necesita a alguien, en algún lugar de la tierra, que pueda escuchar a un ser humano sin que sus palabras las sepa nadie más. En algún lugar de esta vida terrenal tiene que haber una válvula de escape, una persona en la que confiar, alguien con quien desahogarse y, al mismo tiempo, estar completamente seguro de que nada saldrá de allí. Sin que importe lo que sea. ¿Comprendes? —Miró a mamá en actitud suplicante—. No importa si es un asesino o un violador, o lo que sea. En algún lugar de la tierra tiene que haber un refugio para las personas. No podía traicionar el pacto con Dios.

—Pero traicionaste a Emilia. —Mamá escupió las palabras—. Traicionaste a Emilia y ella ya no está. Ahora está muerta y no volverá nunca. ¿Comprendes de lo que eres culpable? Eres un asesino. Tú también la has matado, igual que él. ¿Qué dice Dios Todopoderoso de eso? ¡Has asesinado a una niña!

El pastor tenía el rostro blanco como la tiza.

—Por favor, Margareta.

Mamá se calmó al instante. Se levantó de la silla y solo dijo:

—Ven, Andrea, vámonos.

De alguna manera, saber lo que mi padre le había hecho a Emilia no destrozó a mi madre, sino todo lo contrario. De pronto salió de su apatía y se volvió una mujer enérgica. Puso una denuncia en comisaría, hubo acusación y juicio. Papá fue condenado a cinco años de cárcel por haber violado a Emilia durante tres años, desde que cumplió catorce. Mamá y yo nos mudamos a un apartamento en la ciudad y no regresamos nunca más. No he vuelto a hablar con papá desde entonces. Es como si nunca hubiera existido. Aunque destrozó mi existencia cuando apenas era una niña.

Creía que había recibido mi parte de infierno en la tierra. Pero no. Mi mundo volvería a derrumbarse. Mi vida feliz quedó hecha añicos de la misma manera repugnante y brutal. La existencia ordenada y armoniosa que, a pesar de todo, había conseguido construir, desapareció en pocos segundos. Acabada. Pulverizada. El segundo día en Fårö, mientras Sam se encontraba en la ducha. De repente, sonó su móvil. Era un mensaje. No pude evitar leerlo.

Para mi sorpresa, el mensaje era de Stina, mi mejor amiga.

He encontrado la casa de Bergman. Completamente desierta. La contraseña es fresas salvajes. Te deseo. Ahora. ¿Tienes ganas de jugar en un lugar superior a todos los demás?

Lo había enviado acompañado de una fotografía de ella misma, en la que aparecía en sujetador y una diminuta falda tumbada en posición indolente sobre una tumbona. Tenía las piernas abiertas y no pude evitar ver que no llevaba bragas.

Aunque debía estar claro como el agua, tardé unos segundos en atar cabos. Comprendí lo que pasaba.

Y perdí la cabeza.