Knutas salió de casa, tomó asiento en su viejo Mercedes y condujo hacia el sur, a Klintehamn. Al ser tan temprano había poco tráfico, a pesar de que se encontraban en el punto álgido de la temporada de verano. En realidad, Gotland era más bonita en temporada baja, pensó Knutas, desde mediados de agosto hasta finales de septiembre. Entonces solía hacer buen tiempo y el mar que rodeaba la isla se había calentado lo suficiente. Las maravillosas playas se hallaban casi desiertas, y uno podía caminar por las calles de Visby sin tropezarse todo el tiempo con gente.

En el muelle, aparte de él, había una decena de personas. No reconoció a nadie. Se trataba, seguro, de gente del continente. La falta de anonimato era un problema. Knutas llevaba trabajando tanto tiempo como comisario que la mayoría de los habitantes de Gotland lo conocían. A veces se ponía una gorra y gafas de sol para pasar desapercibido. Como si fuera una estrella de rock.

Cuando el barco atracó en Norderhamn, Knutas fue el primero en desembarcar.

Se alejó deprisa por el sendero de piedra y se sintió reconfortado por haber elegido un par de zapatos cómodos. Al poco tiempo llegó a la bahía donde se alojó el grupo de amigos de Terra Nova.

Todo se volvió más real ahora que él mismo se encontraba allí. Pudo ver ante sí cómo se bañaban y se relacionaban entre ellos. Se imaginó la tensión que, no obstante, debía de haber, teniendo en cuenta a lo que se habían dedicado durante sus fiestas solo un año antes.

Dejó atrás las casas de la bahía y subió la empinada escalera que conducía al faro. No se encontró con nadie; supuso que la mayoría de la gente participaba en la obligatoria visita guiada alrededor de la isla. Él se había eximido.

Allí arriba reinaba la calma. Knutas se detuvo un momento y contempló el original faro. Dieciocho metros de altura, construido con piedras de la isla. La casa le recordaba a un pequeño castillo que visitó en un viaje a Francia. El faro de Stora Karlsö no estaba construido como un pilar redondo, como solía ser habitual, sino que la torre formaba parte de la estructura del edificio que funcionaba como vivienda del farero y su familia. De no ser por las grandes ventanas provistas de focos en lo alto, nadie diría que se trataba de un faro.

Continuó hasta la primera montaña de las aves, se quedó junto a la valla y observó el acantilado y los pequeños salientes. Ahora no había pájaros.

Se dio la vuelta y prosiguió hasta la siguiente montaña, que se hallaba un poco apartada. Allí asesinaron a Sam Dahlberg. El sol le calentaba la espalda, se quitó la chaqueta. Eran casi las once y empezaba a hacer calor de verdad. De pronto se dio cuenta de que casi a esa misma hora empujaron a Sam Dahlberg desde la roca. Qué casualidad. Pasó una curva y se encontró el monte de frente. Lleno de entusiasmo, aceleró el paso con la vista clavada en la montaña. Allí ocurrió, allí Sam Dahlberg se encontró con su asesino.

De pronto, Knutas se sobresaltó. Una persona apareció en la roca, se detuvo y se quedó mirando el mar.

La reconoció al momento.