A la mañana siguiente Karin fue la primera en llegar a la unidad de homicidios, lo que no era raro. Ahora que Knutas estaba de baja solía pasar sola, por lo menos, la primera hora de la jornada. Si no, Knutas y ella eran siempre igual de madrugadores. Lo echaba de menos más de lo que hubiera creído, tanto personal como profesionalmente.
Fue a por una taza de café a la máquina del pasillo antes de entrar en su despacho. Se detuvo de golpe en el umbral y no pudo creer lo que veía. Encima de la mesa había un gran ramo de rosas rojas. Karin se acercó lentamente y observó que había un sobre. En su interior encontró una sencilla tarjeta, cuyo texto decía: «¿Quieres volver a cenar conmigo pronto? Abrazos, Janne de Terra Nova».
Karin se dejó caer en la silla. No pudo menos que sonreír. ¿La estaban cortejando? Apenas recordaba cómo se sentía en una situación así; hacía muchísimo tiempo de eso. Y nunca nadie le había enviado un ramo de rosas rojas.
Permaneció sentada mirando las flores. Eran de tallos altos, vigorosas y de color rojo sangre. Muy bonitas. Aunque rosas rojas, pensó, ¿está loco? ¿Se envían después de haberse visto solo dos veces? ¿Las rosas rojas no significan amor? ¿No era esa una advertencia contra un psicópata? No, se reprendió al momento, ¿por qué tienes que ser siempre igual y rechazas a quien te muestra algo de aprecio? Karin era perfectamente consciente de su incapacidad para aceptar cumplidos. Se sentía cohibida y avergonzada, y creía que era todo una pose, que la gente no era auténtica. No tenía ninguna explicación de por qué era así. Pero, al menos, era consciente de ello.
Volvió a leer la tarjeta.
Llamaron a la puerta. Wittberg apareció en el umbral. Estaba a punto de decir algo, pero se detuvo cuando vio las flores.
—¿Qué es esto, cumples años? No, claro, ya has cumplido cuarenta —esbozó una sonrisa. Wittberg siempre se metía con ella por la edad—. ¡Ah, tienes un lover! ¡Ya era hora, felicidades!
—Cierra el pico —repuso Karin enfadada, y apartó el jarrón—. ¿Cómo es que has llegado tan temprano? ¿Qué quieres?
—En serio, ¿has conocido a alguien?
—No, pero aunque lo hubiera hecho tú serías el último en saberlo. Venga, ¿qué quieres?
—Estoy aquí temprano porque aún no me he ido a casa. Kihlgård y yo, y algunos inspectores de la Brigada Central, hemos pasado la noche buscando a Andrea Dahlberg mientras tú dormías. Hemos confirmado todas las posibilidades imaginables, pero no aparece por ninguna parte. Ni en casa, ni en su tienda, ninguno de sus amigos sabe dónde está, ni los vecinos de Terra Nova ni nadie de su extensa red de amistades. Un par de hombres han ido a su casa, pero estaba vacía y tampoco había ninguna indicación de que se hubiera ido de viaje. Esto comienza a ser muy raro. Han pasado dos días desde que se la vio por última vez.
Karin sintió que la inquietud le quemaba el estómago. Otra víctima no, por favor.
—¿Y Sten Boberg? ¿Sabemos algo más de él?
—Ya lo creo. Conseguimos una dirección a las afueras de Estocolmo y nuestros colegas estuvieron allí por la noche, pero encontraron el apartamento vacío. Y hace nada hemos sabido que la dirección era errónea. Ya no vive en Estocolmo. Vive aquí, en Gotland.
Karin se levantó deprisa de la silla.
—¿Qué coño dices?
—Y además, muy cerca de Andrea. Vive en Gråbo, en Jungmansgatan. Se mudó hace seis meses.
Karin agarró la chaqueta y su arma reglamentaria y salió por la puerta.