Un día, cuando mi hermana regresó de la escuela, dejó de hablar. Le pregunté algo, no recuerdo qué, y se negó a responder. Simplemente guardó silencio. Me quedé perpleja. Vi en la expresión de su rostro que estaba decidida. No volvería a hablar. Mamá se hallaba en el hospital y papá fuera, en el campo, arando o lo que fuera. Me enfadé, le pregunté qué le pasaba, si había sucedido algo. Me miró seria, negó con la cabeza y se marchó a su habitación. Después mamá regresó a casa y se puso a preparar la cena. Le conté que Emilia se negaba a hablar. Creyó que bromeaba. «Vaya, ¿qué tonterías son esas?». Se secó las manos en el delantal y subió a la planta principal. Llamó a Emilia mientras se dirigía hacia allí, pero no recibió respuesta alguna. Yo seguía sus pasos, preocupada por lo que pudiera ocurrir. Tanto Emilia como yo teníamos un gran respeto por nuestros padres. ¿Se atrevería a desafiar a mamá?

«Hola, ¿por qué no respondes cuando te llamo?», dijo mamá en tono de reproche mientras abría la puerta de la habitación de Emilia.

Allí estaba ella, sentada en la cama, con su diario sobre las rodillas. Pálida y seria, observaba a mamá sin pronunciar palabra.

«¿Qué te pasa? ¿De qué se trata?».

Primero, mamá tenía la voz irritada, pero cuando Emilia persistió en su empeño de no responder, se desesperó. La regañó y reprendió, pero no sirvió de nada. Emilia continuó guardando silencio. Mamá la agarró, la zarandeó. Mi hermana permaneció sentada, indiferente. Como si no le importara lo más mínimo que mamá chillara y gritara. Observé aterrada la escena. Vi cómo mamá, fuera de sí, intentaba que mi hermana abriera la boca, la obligaba intentando separar sus labios con sus fuertes manos. El cuerpo de Emilia se relajó, parecía casi apática. Miraba al frente con la vista perdida, los ojos vidriosos. Nada parecía preocuparla. Mamá comenzó a llorar y a suplicar. Se puso de rodillas junto a la cama, agarró la mano de mi hermana entre las suyas, le rogó que dijera algo. Pero sus intentos fueron en vano. No salió una sola palabra de los labios de Emilia.

Entonces no comprendí la seriedad del asunto.

Que nunca más oiría la voz de mi hermana.