La Policía buscó a Andrea Dahlberg, pero ella estaba con sus hijos en casa de sus padres, en el archipiélago de Estocolmo. Habían salido a navegar y nadie sabía con exactitud dónde se encontraban en ese momento. Consiguieron hablar con un primo que les contó que habían planeado pasar una semana fuera, por lo menos, y que sería difícil ponerse en contacto con ellos.
Karin había intentado llamar unas cuantas veces al móvil de distintos parientes sin éxito.
Comprobó que también tenía varias llamadas perdidas de Knutas. Intentó llamarlo pero comunicaba. Bueno, podía esperar. Ahora estaba hasta arriba con la investigación y quería aclarar eso de las fiestas de intercambio de parejas y lo que podían significar. Además, ahora sabían que Stina Ek estaba embarazada de tres meses. Se habían enviado pruebas de ADN al Instituto Estatal de Criminología para determinar la identidad del padre. No estaba en absoluto segura de que fuera Håkan.
A la primera que localizó fue a Beata Dunmar. Apenas media hora después se encontraba en la sala de interrogatorios de la comisaría. Llevaba el cabello pelirrojo recogido en un moño descuidado, y unos llamativos tirabuzones enmarcaban su rostro. Vestía ropa informal, falda vaquera y una camiseta de tenis muy escotada. Calzaba sandalias planas. Parecía incómoda cuando se sentó a la mesa delante de Karin.
—¿Por qué me han vuelto a llamar? Ya me han interrogado varias veces. Estaba cociendo pan, mañana celebramos una gran fiesta familiar.
—Vaya, qué pena que la interrumpiéramos en medio de sus tareas domésticas —dijo Karin sin rastro de simpatía en la voz.
Beata Dunmar frunció los labios.
—La hemos llamado porque han aparecido nuevos datos en la investigación que queremos contrastar con ustedes. Nos hemos enterado de que en su círculo de amigos se realizaban fiestas con intercambio de parejas. ¿Es eso cierto?
Beata Dunmar abrió los ojos. Clavó la mirada en Karin durante un buen rato y pareció meditar desesperada cómo contestar a lo que había dicho la policía que tenía enfrente.
Karin guardó silencio, la mirada fija en ella, esperando.
—¿A qué se refiere? —soltó al fin.
—Justo lo que digo. Hemos oído que su grupo de amigos celebraba fiestas de intercambio de parejas. John, Stina, Håkan, Sam, Andrea y usted, y también otra pareja que se mudó de la urbanización. Sten y Monica.
Parecía como si Beata comprendiera que no tenía escapatoria. Era inútil intentar negar los hechos. Bajó la vista avergonzada al responder.
—Es cierto —dijo en voz baja—. Pero solo sucedió en un par de ocasiones.
—¿Cuántas?
—Tres.
—¿Qué ocurría en esas fiestas?
Se retorció en la silla antes de responder.
—La primera vez, todo empezó como una fiesta normal en casa de Sam y Andrea. Sus hijos no estaban, así que teníamos la casa para nosotros solos. Bebimos mucho vino durante la cena y todos estábamos bastante achispados. Luego seguimos bebiendo delante de la chimenea del salón. Allí hay unos grandes y cómodos sofás y sillones, y nos sentamos en desorden. A continuación algunos hablaron de una película que habían visto. La tormenta de hielo creo que se titula. Tenía lugar en una urbanización americana parecida a la nuestra, familias de personas bien educadas y de buena posición. Una noche celebraban una fiesta. A medida que llegaban los invitados, iban dejando las llaves de sus coches en un cuenco del recibidor. Más tarde, después de cenar, las mujeres elegían una llave al azar y se iban a la casa del hombre al que pertenecía y mantenían relaciones sexuales. Había un sistema que hacía que resultara imposible que alguien eligiera a su propia pareja.
—¿Ah, sí? ¿Y qué más?
—Al principio, bromeamos sobre ello: ¿y si hacíamos lo mismo? Después alguien comenzó a burlarse de John por ser americano. Algo así como: ¿Eso es lo que hacéis en vuestro país? Y John siguió la broma y dijo que Stina siempre le había excitado y que no le importaría hacer intercambio con ella. Al principio todos se escandalizaron un poco, y había tensión en el ambiente, pues estaba claro que él no bromeaba.
—Y usted, ¿cómo reaccionó?
—Como si no lo supiese desde hacía tiempo… Él intentaba ocultarlo, pero estaba más claro que el agua que pensaba que Stina era muy sexy. Tan pronto como había una fiesta tenía que bailar con ella. Si era posible, toda la noche.
—A usted ¿qué le parecía?
—Lo cierto es que no me importaba. John y yo mantenemos una relación abierta. Hemos acordado que podemos mantener relaciones sexuales con otros siempre que no nos expongamos a enfermedades ni hablemos de nuestras aventuras. Ninguno de los dos cree en la ilusión de que se puede vivir toda una vida juntos sin sentir atracción por otras personas. ¿Por qué no puede uno realizar sus deseos? Solo tenemos una vida, por lo menos que sepamos. ¿Por qué renunciar a muchos momentos de placer? ¿Por el bien de quién? ¿Por qué razón? ¿Por una idea romántica poco realista e ingenua de que solo existe una persona? Nosotros no creemos en esa mierda.
—Entonces ¿le pareció bien que John mantuviera relaciones sexuales con Stina?
—Sí, a mí no me hubiera importado participar. Yo misma fantaseaba a menudo con hacer el amor con una mujer.
Karin aprovechó para beber un poco de agua. Suponía que Wittberg, que se encontraba sentado en una esquina en calidad de testigo del interrogatorio, estaba disfrutando al máximo de las preguntas inusuales. Además, seguro que pensaba que era aún más divertido que fuera ella quien hacía esas preguntas. Siempre la había acusado de ser una estrecha.
—Volviendo a esa primera fiesta. ¿Qué pasó?
—Bueno, cuando John dijo eso se generó un ambiente especial, una tensión que no era del todo desagradable. Se notaba en nuestro lenguaje corporal que no éramos ajenos a la idea de experimentar. Luego Stina hizo algo sorprendente.
—¿Qué?
—Le preguntó qué era lo que le resultaba tan sexy.
Sin darse cuenta, Karin se acercó más.
—Respondió que lo que más le gustaba eran sus pechos. Son totalmente distintos a los míos. Pequeños, puntiagudos. Y entonces Stina dio un paso más. Se puso de pie, se acercó a John y se desabrochó la blusa. Todos se quedaron tan sorprendidos que nadie dijo nada. Håkan estaba como paralizado. John acarició sus pechos y luego todo empezó. Enseguida se formaron nuevas parejas y, poco a poco, fueron desapareciendo del salón. Yo acabé con Sam arriba en su dormitorio.
—Vaya —dijo Karin, y bebió otro trago de agua.
—Tuvimos una relación sexual maravillosa, Sam y yo. Siempre me ha parecido muy atractivo. Cuando acabamos, bromeamos sobre lo que acababa de suceder, el ambiente tan agradable y distendido, por lo menos entre nosotros. Luego me fui a casa, pero John no estaba. Me dormí y a la mañana siguiente se encontraba tumbado a mi lado. No comentamos nada, como ya dije era una regla no escrita entre nosotros, así que tampoco lo hicimos esa vez, a pesar de que ambos sabíamos qué había sucedido. Creo que quisimos protegernos, una no desea oír lo bien que se lo ha pasado sexualmente su pareja con otra persona. Ahí está nuestro límite.
—¿Y qué ocurrió cuando volvieron a verse?
—La tensión continuaba. Había un ambiente algo cargado, era como si todos esperásemos la próxima fiesta.
—¿Y qué sucedió entonces, en la fiesta siguiente?
—Todos bebimos más de la cuenta, para evitar la responsabilidad. Y como ya habíamos cruzado la raya, esta vez fue mucho más rápido. Fue en casa de Sten y Monica.
—¿Por qué razón se terminaron las fiestas?
—La tercera vez nos reunimos de nuevo en casa de Sten y Monica, y estaba claro que Sten quería acostarse con Andrea. Desde el principio fue detrás de ella, como si fuera obvio que, más tarde, mantendrían relaciones sexuales. En las otras ocasiones todos nos habíamos comportado bien, seguimos los pasos habituales: copas, cena, charla y conversación, sin pretender nada hasta que todos estuviéramos lo suficientemente achispados como para liberarnos de nuestras inhibiciones. Esa noche, Sten mostró un interés especial por Andrea desde el principio. La besó casi de inmediato, estuvo insinuándose durante la cena y le acarició el muslo. Miré a Monica y estaba realmente irritada, él se había saltado las reglas.
—Y Andrea, ¿cómo reaccionó?
—Parecía halagada, se reía y flirteaba con él como si fuera la cosa más natural del mundo.
—¿Así que ambos se pasaron de la raya?
—Sí, se podría decir que sí, aunque no me pareció que a Sam le importara mucho.
—¿Qué pasó luego?
—Bueno, después de la cena nos pusimos a recoger la mesa y hubo algo de revuelo. Unos salieron a fumar, otros estaban hablando y bebiendo vino, y de repente Sten y Andrea habían desaparecido.
—¿Ah, sí?
—El lavadero se encontraba junto a la cocina, y recuerdo que estaba en el pasillo entre la cocina y el salón cuando de pronto oí gritar a alguien. Se trataba de Monica, que había abierto la puerta del lavadero y se había encontrado a Andrea y Sten ahí dentro en plena faena.
—¿Así que habían empezado antes de tiempo?
—Sí, y Monica se enfadó. Por lo visto, fue demasiado para ella, y se volvió loca. Empezó a darles puñetazos, los arañó, los mordió y se comportó como una desquiciada. También había bebido mucho, me fijé en que no paró de beber vino durante toda la noche. Lo más seguro es que se irritara con el comportamiento de Sten desde que llegó Andrea, y luego al sorprenderlos perdió el juicio. Nunca he visto a una persona tan fuera de sí…
—¿Qué hicieron los otros?
—Al principio todos se quedaron conmocionados y pasó un rato antes de que comprendiéramos lo que ocurría. Monica era alta y fuerte y no resultó fácil dominarla, sé que Håkan, John y Sam tuvieron que emplearse a fondo para sacarla de allí. Se vieron obligados a tirarla al suelo. El resto nos fuimos, para que estuvieran en paz. No sé cómo acabó todo.
—¿Comentaron luego lo sucedido?
—No, era como si todos nos avergonzáramos y pensáramos que era desagradable. Tomamos la vía fácil y guardamos silencio. Claro que John y yo hablamos de ello entonces, cuando ocurrió. Me contó que Monica se tranquilizó al cabo de un rato. O mejor dicho: su cólera se transformó en un llanto desesperado que duró varias horas. Ella pensaba que había hecho el ridículo y después de eso se mantuvieron alejados. Unas semanas después se mudaron. A nosotros no nos importó. Llevaban poco tiempo allí, no tenían hijos y no llegamos a intimar de verdad.
—Sin embargo, llegaron tan lejos como para mantener relaciones sexuales en grupo con ellos. ¿Cómo es posible?
—Yo también he pensado en ello. Quiero decir, estamos muy unidos y en realidad no necesitamos que entre gente nueva en nuestro círculo. Somos muchos los que vivimos aquí en la urbanización y nos relacionamos, celebramos fiestas y cenas, la del cangrejo, Midsommar… Pero nosotros formamos este pequeño grupo compuesto por amigos íntimos que, por decirlo de alguna manera, tienen su propia comunidad dentro de la comunidad. Y ahora, al pensarlo después, me pregunto por qué dejamos entrar a esos dos tan fácilmente.
—¿Tiene alguna teoría?
—En realidad, ninguna. Sé que Sten se hizo amigo de Håkan y este los introdujo en el grupo. Vinieron a una cena y resultaron muy simpáticos, y así fue como nos conocimos. Quizá nos dieron pena, eran como unos forasteros. No tenían hijos, tenían un contrato para un período de prueba y la casa era alquilada. Quizá en realidad los veíamos como unos vecinos de paso que no pondrían en peligro o alterarían nuestras relaciones. Por esa razón fuimos tan generosos.
Beata pareció reflexionar mientras miraba fijamente la pared opuesta. Karin decidió cambiar de tema.
—Un testigo vio a una pareja mantener relaciones sexuales en el bosque, cerca de Svaidestugan, en Follingbo, una noche a finales de mayo. Y el coche era el de Andrea Dahlberg. ¿Tiene alguna idea de quiénes podrían haber sido?
Beata pareció sorprendida.
—No, suena raro. A no ser que fueran Sam y Andrea, claro, que se dedicaban a darle emoción a su vida sexual.
Karin prefirió no decir nada sobre el embarazo de Stina. Tendría que mantener esa información en secreto, de momento.
—Si volvemos a sus fiestas, ¿cómo lo han superado en el grupo? ¿Han hablado después de lo ocurrido?
Beata dirigió la mirada a Karin como si estuviera ausente. Esbozó una sonrisa.
—Eso es lo curioso. A pesar de considerarnos tan buenos amigos, nunca hablamos de lo sucedido. Pretendimos que nada había pasado. Como si todos creyéramos que si metíamos la cabeza en el suelo el recuerdo de todo ese jaleo fuera a desaparecer.
—¿Lo hizo?
Beata suspiró.
—No, si soy sincera no creo que desaparezca nunca. Por más que tratemos de fingir que todo estaba bien, que no significó nada. Pero las cosas cambiaron, sin duda.
—¿De qué manera?
—Todo se volvió más tenso, como si deseáramos mantener la fachada a cualquier precio. Aunque sospecho que todos sentimos cómo se agrietaba. En particular Stina cambió después de eso. Se volvió más retraída, empezó a evitar nuestros paseos. De pronto, en cambio, tenía que correr y siempre tenía cosas que hacer, los niños, el trabajo…
—Y Sam, ¿también cambió?
Beata negó con la cabeza.
—No, no mucho.
—¿Y usted?
—A mí no me molestó. Yo puedo diferenciar entre sexo y otras relaciones.
—Pero ¿no le molestó que su marido se sintiera tan claramente atraído por Stina?
Un rápido cambio surcó el rostro de Beata. Tan fugaz que apenas se apreció.
—En absoluto.
—Tendrá que perdonarme, pero me cuesta creerlo —persistió Karin—. ¿No le importó lo más mínimo?
—No, solo se trataba de una atracción sexual. Nada más. Y eso lo puedo manejar.
Se estiró para alcanzar el vaso de agua que había sobre la mesa. Karin notó que la mano le temblaba un poco. Cambió de tema por el momento.
—Y Andrea, ¿sabe si volvió a ver al tal Sten?
—No, creo que no. Monica y él se mudaron, y por lo que sé no volvimos a saber nada de ellos. Andrea estaba muy enamorada de Sam. Lo tenía en un pedestal, como si fuera un dios griego. Como si no tuvieran ningún problema.
—Sin embargo, en esa ocasión se comportó de esa manera, con Sten.
—Creo que sobre todo trataba de llamar la atención de Sam, para que él comprendiera lo atractiva que le resultaba a otros hombres.
—¿Por qué sentía esa necesidad?
—Aun cuando Andrea es guapa y atractiva y está acostumbrada a recibir miradas de aprecio por parte de los hombres, creo que se comparaba mucho con Stina. Una comparación que a sus ojos siempre le era desfavorable. Stina hechizaba a la gente, sus ojos eran imanes y tenía tal carisma que hacía que los hombres perdieran el sentido. Creo que Andrea sentía envidia y por eso le dedicó una atención especial a Sten: un poco de exhibicionismo, mira, yo también puedo. Delante de Stina y de su propio marido.
Karin agitó la cabeza, todo resultaba de lo más ingenuo. Y eso que se trataba de personas adultas.
—¿Pudo haber notado que Sam se sentía atraído por otra?
—Quizá. Aunque creo que, en realidad, el trabajo ocupaba la mayor parte de su tiempo.
—¿Qué piensa usted de los asesinatos? ¿Tiene alguna idea de quién pudo cometerlos?
—He pensado mucho en esa pareja. Sten y Monica. Y, ahora, tiempo después, he llegado a la conclusión de que fueron esos dos los que iniciaron todo ese asunto del sexo, o mejor dicho, él. Fue él quien vino con la propuesta.
—¿Recuerda cómo se llamaban de apellido?
—No estaban casados. Ella se apellidaba Nordin y él… Ah, sí, Boberg. Sten Boberg.