Por los pasos que se acercaban a la puerta, Knutas supo que era Line quien llegaba. Le había dado tiempo a que le escayolasen la muñeca y a dormir un par de horas, y hasta había conseguido comer. Se sentía mejor.
Cuando su mujer apareció en la puerta, Knutas sintió cómo una calidez se apoderaba de su cuerpo. Estaba contento de verla. En la mano llevaba un gran ramo de flores y una bolsa.
—Hola, tesoro. —Sonrió y le dio un largo abrazo. Knutas notó cómo se le humedecían los ojos, pero se contuvo.
—Hola.
Atenta como era, llevaba uno de los floreros de acero inoxidable del hospital, que llenó con agua del lavabo de la habitación. Puso las flores dentro y abrió la bolsa, que contenía uvas, una tarta de chocolate y unos cuantos periódicos.
Luego se sentó en el borde de la cama y le tomó la mano.
—¿Cómo te encuentras?
Sus ojos mostraban preocupación. De pronto constató que estaba más delgada. Mira que no haberse dado cuenta antes…
—¿Has perdido peso?
Ella se rio.
—Pero ¿qué clase de pregunta es esa?
—¿Lo has hecho?
—Es probable que haya perdido unos kilos —admitió—. ¿No te habías dado cuenta? Eso no importa ahora. ¿Cómo estás?
—Bien, gracias. Solo me duele un poco la muñeca.
—El médico me ha dicho que también sufriste una conmoción cerebral. ¡Uf! Me asusté mucho cuando llamaron. Podría haber sido mucho peor. No puedes volver a subir nunca más al tejado. De ahora en adelante contrataremos a alguien. Y el médico ha dicho que tienes que estar, por lo menos, una semana de baja.
—¡Pero estamos en medio de la investigación de un asesinato!
—No importa, una conmoción cerebral es una cosa muy seria. No puedes correr ningún riesgo. Ahora te quedarás en casa descansando.
—¿Lo sabe Karin?
—Yo no la he llamado. Pero se apañarán.
El móvil de Knutas sonó como si fuera una señal y la pantalla mostró el nombre de Karin.
—Tienes que venir a la comisaría tan pronto como puedas. Están ocurriendo muchas cosas.
—¿Qué?
—Te lo contaré cuando estés aquí —respondió Karin impaciente—. Date prisa.
Knutas no pudo menos que suspirar.