El apartamento formaba parte de una hilera de deteriorados edificios, con galerías exteriores, construidos en los años sesenta.
Todas las ventanas estaban apagadas; al parecer no había nadie más en casa. Eso le venía de maravilla.
Abrió la puerta de la calle y entró en el recibidor. Al acceder directamente desde la calle, pudo sentir el olor a cerrado. Atravesó el salón, que estaba amueblado con un sillón de piel blanca, una mesa baja de cristal ahumado y patas doradas y una estantería chapada de madera de cerezo. Un dálmata de porcelana adornaba un rincón de la habitación. Las persianas estaban bajadas, colgaban tristes de las ventanas y bloqueaban la visión de la fachada del edificio al otro lado de la calle. Eso era justo lo que quería. No deseaba saber nada del mundo. Ahora no. Necesitaba concentrarse en lo que tenía ante sí. Debía prepararse. Entró en el dormitorio, donde la cama aún estaba sin hacer. Abrió el cajón de la mesilla de noche, sacó la llave de la estancia cerrada. El apartamento tenía tres habitaciones y cocina, pero para sus necesidades diarias solo precisaba dos. El cuarto sin usar lo utilizaba para un propósito específico. Introdujo la llave en la cerradura y abrió. El interior estaba oscuro como el carbón; un ligero olor a incienso le trajo recuerdos, podría aturdirse si permanecía mucho tiempo en la habitación. De deseo y anhelo. Lo había decorado igual que allí, eso que habían llamado «la habitación roja». Aunque no tenía nada que ver con Strindberg.
Encendió la luz del techo y entró. Sintió la suave alfombra púrpura bajo sus pies, las paredes resultaban atrayentes con su cálido color herrumbroso. Era la habitación más grande de la casa y, en realidad, había sido pensada como salón. Había colocado la cama de agua en el centro y el techo estaba recubierto de espejos. En cada esquina había un pilar dorado con una bandeja encima que contenía velas aromáticas e incienso. La pared opuesta estaba tapizada con fotografías de ella. Desnuda en la cama, a medio vestir al otro lado del seto, completamente vestida con los niños delante de Coop Forum.
La llevaría allí y volverían a revivir lo que tuvieron hacía tiempo. Sería mejor que la última vez. Si consiguiera convencerla, si le dejara acercarse a ella de nuevo, se daría cuenta de que pertenecía a aquel lugar. A la habitación roja. Sola con él y nadie más. Y ahora, sin duda, había dado un paso hacia su objetivo. Un paso muy importante. Abrió satisfecho y lleno de optimismo su bolsa y sacó otro montón de fotos.
Después comenzó a pegarlas en la pared, una a una.