La casa de Valter Olsson se hallaba en medio del bosque. Una verja gris junto al estrecho camino revelaba que allí había una vivienda. Aparcaron junto a la cerca y les sorprendió el silencio que los envolvió. El único sonido que se oía era el monótono y tranquilizante rumor del mar. Karin respiró hondo. ¡Qué aire tan puro!

Vieron una casa de madera marrón de una sola planta en una planicie frente al mar. En el jardín había un almacén y una letrina. Nada de lujos. Una pequeña explanada alrededor de la casa, un rastrillo apoyado contra la fachada. No tenía porche. Otra pequeña verja azul conducía al mar.

Karin quitó la aldaba y abrió la verja, se colocó entre los árboles y miró hacia la playa de piedras. Vio un viejo y descuidado cobertizo de barcas que parecía estar a punto de venirse abajo. Había una barca volteada junto a la orilla; estaba reseca, estropeada y, al parecer, llevaba tiempo inutilizada. Según Märta Gardell, la hermana, Valter guardaba la barca que usaba para pescar en el cobertizo, que se encontraba vacío.

Algunas golondrinas de mar planeaban sobre la superficie del agua. Karin volvió la vista y miró llena de curiosidad hacia el lugar donde supuso que vivió Ingmar Bergman. Rocas, alambre de púas hasta el mar. La vivienda debía de encontrarse pasada la siguiente curva.

La casa parecía abandonada. Había una bicicleta oxidada aparcada en el exterior. Algunos bidones de plástico sucios y abollados tirados por la hierba. No se le podía llamar jardín a eso. El suelo era rocoso y árido, y la única vegetación consistía en algunos enebros apiñados detrás del muro de piedra que circundaba la parcela.

La puerta se abrió emitiendo un chirrido. Kihlgård tiró de ella con cuidado y entró. Enseguida les sorprendieron las vistas. Al otro lado, una larga hilera de ventanas daba al mar. La cocina se encontraba en el extremo opuesto y era pequeña y estrecha. Había una mesa y dos sillas de madera, con los asientos tapizados de una tela con un estampado de flores. Karin supuso que la hermana estaba detrás de eso. Las cortinas lucían el mismo motivo. Se le hizo un nudo en el estómago. La vida era extraña. ¿Acabaría ella en aquella soledad? ¿Eso era todo lo que le quedaba? Pensó en Lydia. Kihlgård la interrumpió al llamarla desde el dormitorio.

—¡Mira esto!

Kihlgård se hallaba junto a la cama y sostenía una fotografía. Ella se puso de puntillas para verla. Se trataba de una vieja imagen en blanco y negro. Aparentaba haber sido tomada en los años sesenta. Bergman con boina y polo se encontraba en una roca junto al mar, le pasaba el brazo por el hombro a un hombre enjuto con chaleco y sombrero. Ambos estaban bronceados y sonreían a la cámara.

—Este debe de ser él —dijo Kihlgård—. Valter Olsson. Sí, al parecer eran buenos amigos.

—Sí, realmente lo parecen.

—La cama está hecha y arreglada, imposible saber cuándo la usó por última vez.

Karin se sentó en el borde de la cama y suspiró. El desaliento se apoderó de ella.

—¿Qué podemos hacer?

—Le echamos un vistazo a la casa y después vamos al cobertizo junto al mar. Que la barca no esté y no se sepa nada de él desde hace casi una semana indica, por desgracia, lo peor: que se ha ahogado mientras pescaba. Ha hecho mucho viento. Lo más seguro es que se haya caído de la barca. —Kihlgård sacó el móvil del bolsillo—. Les pediré a los otros que comprueben si se ha encontrado alguna barca a la deriva en la costa. En ese caso tendríamos una respuesta rápida.

Karin observó a su colega por debajo del flequillo.

—¿No es un poco extraño todo esto? Primero encuentran a Sam Dahlberg asesinado en Stora Karlsö un par de días después de haber estado aquí en Fårö para asistir a la Semana de Bergman. Luego, ese mismo fin de semana, desaparece Stina Ek durante un paseo en bicicleta. Y ahora ha desaparecido otra persona, y ¿de quién se trata? Del vecino más cercano de Bergman. No creo que todo esto sea una coincidencia. Tiene que estar relacionado.

Kihlgård asintió lentamente.

—Seguro, tienes razón. La cuestión es qué diablos tiene Ingmar Bergman que ver en todo esto.