Desde fuera, nada había cambiado en la urbanización Terra Nova. Pero en su interior Håkan Ek no era el mismo. Sus padres se habían ocupado durante un par de días de sus hijas. Se comportaba como un zombi, no podía comer ni dormir. Beata y John estaban siempre a su lado, y ahora se encontraban sentados en el porche. Andrea también estaba allí. Era como si buscaran consuelo entre ellos. Les había servido unos mojitos muy cargados. El alcohol aliviaba, por lo menos las primeras copas.
—La Policía estuvo hoy en casa, he perdido la cuenta de la cantidad de veces que han venido —suspiró Beata—. Ya no sé qué es lo que están buscando. Son las mismas preguntas, una y otra vez.
—¿Qué van a hacer? —apuntó John—. Si esto hubiera ocurrido en Estados Unidos estaríamos todos detenidos.
—Quizá algunos piensen que deberíamos estarlo —dijo Andrea con un hilo de voz.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Beata.
Andrea se encogió de hombros. Le dio un buen trago a su copa y encendió un cigarrillo.
—No sé. Puede haber gente que piense que el asesino es uno de nosotros.
—¿Solo porque la gente nos evita? No saben qué decir —explicó Håkan—. A mí me sucede lo mismo.
—Aunque la mayoría, al parecer, piensa lo contrario —intervino Beata—. Conmigo, por lo menos, la gente habla, pero mi situación no es tan delicada. Hoy me he encontrado con Eva-Britt y Göran. Sugirieron que se comenta que la gente sospecha que fue Stina quien empujó a Sam. Y que ahora se oculta.
—¿Están locos? —se escandalizó Håkan—. ¿Que Stina haría…? ¿Cómo se atreven a acusarla de una cosa así?
Beata observó a Håkan.
—No te creas que todo el mundo piensa que Stina es tan celestial. Puede resultar bastante arrogante. Y muchos piensan que últimamente estaba muy rara. Se mantiene apartada, ya no quiere salir de paseo, ha puesto excusas para no ir a las cenas de chicas. Solía hacer la compra con Andrea y también ha dejado de hacerlo. ¿No es cierto?
Se dio la vuelta hacia Andrea en busca de apoyo.
—Sí, pero la causa puede ser otra —respondió Andrea cansada. Se recostó en la silla, se restregó la frente y cerró los ojos—. Aunque quería preguntarte una cosa, Håkan —dijo de repente.
—¿Qué?
El tono de Håkan era agresivo, y le dio un buen trago a la bebida.
—Yo también he notado que Stina ha cambiado. De forma drástica. Había pensado en hablar con ella durante el viaje. ¿Cómo os va en realidad?
—¿A qué te refieres? ¿Qué quieres decir?
Andrea abrió los ojos y lo miró.
—Vosotros siempre soléis ser muy cariñosos el uno con el otro. Os tocáis mucho. Vais de la mano y os abrazáis. Pero últimamente no os he visto hacerlo.
—Antes Stina siempre se sentaba en tus rodillas. —Beata echó más leña al fuego—. No se lo he visto hacer desde hace, por lo menos, un año.
Håkan escupió las palabras.
—Stina y yo no tenemos problemas, estamos de maravilla. Claro que hay altibajos, como le pasa a todo el mundo. Ocurre cuando se llevan muchos años juntos, eso lo sabéis muy bien las dos. ¡Y Stina y yo, al menos, solo nos acostamos entre nosotros, a diferencia de otros!
Lo último iba claramente dirigido a Beata y John. Era bien conocido que mantenían una relación sexual abierta.
—¡Tranquilízate, joder! —exclamó John, que se metió por primera vez en la conversación—. Cada uno vive como quiere. Eso no es asunto tuyo.
—No, siempre que se limite a la gente fuera del círculo íntimo está bien. Si se es un poco discreto. Y no se puede decir eso de vosotros, he visto cómo miras a Stina. Siempre te ha puesto caliente, lo sabemos todos. ¡Por no hablar de ti! —le gritó a Beata—. Te abres de patas ante cualquiera que tenga algo colgando entre las piernas. ¡Maldita sea!
Se puso en pie furioso, se bebió de un trago la bebida y entró en la casa enfadado.
Los otros permanecieron sentados, paralizados, con sus mojitos en la mano.
Al otro lado del seto, donde el vecino tenía invitados a cenar, reinaba de repente un silencio total.