Johan se sentía animado mientras aparcaba junto al edificio de Radio y Televisión en Visby. Qué agradable resultaría poder mantener una conversación adulta, una charla entre colegas. Enterarse de los últimos cotilleos de la sede central de Televisión en Estocolmo. Acababa de perderse la fiesta anual de verano, que finalizaba con una alegre noche de baile. Solía correr el alcohol, y siempre más de uno acababa desmadrándose. Era muy divertido escuchar quiénes se habían enrollado esa noche.

Mientras se acercaba a la entrada sintió claramente lo mucho que echaba de menos su trabajo. Saludó a algunos colegas de la radio que se encontraban sentados fuera fumando. Subió a grandes zancadas la escalera hacia la redacción. Había quedado con Pia y Madeleine, la becaria, en que, ya que estaba en la ciudad, pasaría a tomar un café con ellas. De camino se detuvo en una pastelería de Norrgatt y compró unos bollos.

Cuando llegó, ambas estaban ocupadas con el teléfono. Notó de inmediato en el ambiente que algo había pasado. Madeleine finalizó su conversación y enseguida se puso de pie al ver a Johan en el umbral.

—¡Hola, me alegro de verte! —Le dio un largo y cálido abrazo. Él lo apreció, siempre había sentido algo por Madeleine. Era bajita y morena, y poseía un carisma que podía hacer flaquear a cualquiera—. Te has echado unos kilitos de más, ¿no?

Ella le dio un pellizco cariñoso en la barriga.

—La vida de padre de niños pequeños, ya sabes… —Johan esbozó una sonrisa—. Todo gira en torno a comer y dormir.

Se dejó caer en su silla favorita.

—Me alegro de veros. ¿Qué ha pasado?

—Luego hablamos de eso —dijo Madeleine, e hizo un gesto hacia Pia, que estaba sentada dándoles la espalda y parecía muy concentrada en su conversación.

Miró divertida a Johan.

—Y tú, ¿qué tal te va por casa?

—Es maravilloso, apasionante, muy agradable —dijo entusiasmado—. Me encanta. No se puede estar mejor. Ser padre es fantástico, bueno, no se puede explicar.

—¿Y cómo está el bebé, cómo se llama? ¿Es niño o niña?

—Un niño, Anton, está a punto de cumplir siete meses.

—Vaya. Qué bonito.

Pia colgó el teléfono y se dio la vuelta hacia Johan.

—¿Sabías que una persona del grupo al que Sam Dahlberg pertenecía ha desaparecido?

—¿Qué dices?

—Se trataba de un grupo de amigos que fueron de viaje juntos, primero a la Semana de Bergman en Fårö, luego continuaron hasta Stora Karlsö. Todos viven en Terra Nova y al parecer son íntimos amigos. Justo antes de que vinieras estaba hablando con uno de mis hermanos, que trabaja en el transbordador de Fårö. Me contó que, durante esta semana, la Policía ha estado allí varias veces, y que ayer fueron a Kuten y a Slow Train, la pensión donde se alojaron. Preguntaron por Stina Ek, la que formaba parte del grupo y ha desaparecido.

—¿Desaparecido? —repitió Johan atontado, y al mismo tiempo sintió el familiar cosquilleo en el estómago.

—Aparentemente desapareció en Fårö, el sábado por la tarde. Salió a dar un paseo en bicicleta, y desde entonces nadie la ha vuelto a ver.

—¡Joder! ¿Y si también la han asesinado?

—¿Y si en realidad es ella la asesina? —apuntó Madeleine—. Nunca se sabe.

—¿Qué vais a hacer ahora?

Pia miró el reloj.

—Son las once menos diez. Si nos vamos ahora mismo llegaremos al ferry de las doce.

Pia empezó enseguida a recoger sus cosas.

—¿Tenéis alguna entrevista?

—Sí. Con el propietario de Kuten y con el ferry no tendremos problemas. Luego hablaremos con la gente del lugar, claro. Ya sabes cómo suelen funcionar estas cosas.

Pia esbozó una amplia sonrisa. Era una experta en conseguir que la gente se abriera, y lo sabía.

—¿Y la Policía?

—Bueno, de eso nos ocuparemos después, en el camino de vuelta.

—¿Os puedo ayudar? Me puedo quedar aquí por si pasa algo. Emma está en casa con los niños, así que no es ninguna molestia. ¿Tenéis aquí una cámara de repuesto? Podría ir a la comisaría y hacer la entrevista. También puedo quedarme a montarla, así estará lista.

Mientras hablaba, Madeleine y Pia se prepararon, estaban dispuestas y a punto de salir por la puerta.

—Oye —dijo Pia—, gracias por la proposición, pero ¿no te estás pasando un poco? Nos da tiempo de sobra. Ahora tenemos que irnos. ¡Hasta luego!

Desaparecieron antes de que pudiera responder.

Sobre la mesa reposaba la bolsa con los bollos de canela.