Knutas recibió la llamada por la mañana, justo cuando entraba en su despacho. Stina Ek, que pertenecía al círculo del asesinado Sam Dahlberg, había desaparecido. Nadie había vuelto a verla después de que saliera a dar una vuelta en bicicleta por Fårö. Håkan Ek, su marido, que había notificado la desaparición, estaba citado a declarar esa mañana. Knutas y Karin cruzaron el umbral con unos minutos de retraso.
En una silla, en medio de la sala, había un hombre sentado, ojeroso y claramente nervioso, con la frente bañada en sudor que se secaba constantemente con un pañuelo.
Hacía un calor asfixiante, no había aire acondicionado. Había una jarra de agua con hielo sobre la mesa. Håkan Ek bebía sin parar. Bizqueaba. Knutas puso el magnetofón en marcha, se recostó en la silla y observó al hombre sentado frente a él.
—¿Cuándo fue la última vez que supo algo de su esposa?
—Ayer por la mañana. Me envió un mensaje al teléfono.
—¿Qué decía?
—Que hacía mucho calor y que estaba deseando volver.
—Eso de su trabajo es de lo más intrigante. ¿Puede contarnos qué fue exactamente lo que ocurrió cuando supo que ella tenía que interrumpir el viaje para incorporarse al trabajo?
Håkan negó con la cabeza.
—No entiendo cómo pude ser tan tonto como para tirar el móvil.
Knutas palideció.
—¿Disculpe?
—Mi móvil. Tenía tal cabreo cuando supe que me había mentido que lo tiré al mar.
—¿Dónde?
—En el embarcadero de Klintehamn, ayer por la tarde, cuando bajamos del ferry.
Knutas y Karin intercambiaron miradas.
—Lo sé, fue una estupidez. Ahí estaba todo, la hora en la que envió los mensajes, todo. Pero se me cruzaron los cables al oír que no había ido a trabajar. Que nada era cierto.
—Ahora intente recordar —lo animó Knutas con un tono de voz suave. Karin se encontraba sentada más atrás y observaba a Håkan Ek en silencio.
—Bueno, veamos. Estábamos en Fårö y Stina estaba de guardia, así que sabíamos que la podían llamar en cualquier momento.
Se detuvo en el mismo instante en que pronunció la palabra.
—Pero ¿qué estoy diciendo? ¿Tendría guardia de verdad? Olvidé preguntarlo. Quizá ni siquiera tenía guardia. Tal vez todo era mentira. ¿Se lo ha inventado todo?
Miró suplicante a los dos policías.
—Dejemos eso aparte —dijo Knutas—. Cuéntenos su versión, qué fue lo que pensó con la información de que disponía.
Håkan se retorció en la silla. Se tocaba, nervioso, una costra que tenía en la mano. Volvió a beber unos sorbos de agua. La mirada se deslizó a lo largo de las paredes blancas y frías: no había nada en que fijarla. El persistente toqueteo cesó y pareció que ordenaba sus pensamientos.
—Salimos el viernes y llegamos a tiempo para asistir a la inauguración de la Semana de Bergman, que se celebraba en la iglesia de Fårö. Se trataba de un gran evento con mucha gente y un buen número de famosos entre el público. Después se proyectó una película y a continuación hubo un concierto de rock en Kuten. Nos lo pasamos muy bien, creo que todos estarían de acuerdo.
—¿Cómo se encontraba Stina?
—De buen humor, creo. Hacía tiempo que no la veía tan alegre y relajada. Tanto Stina como yo pensábamos que era agradable salir de casa y estar libres, sin niños ni responsabilidades.
—¿Por qué? ¿Había alguna razón especial para que necesitaran irse de viaje?
—En realidad, no. Pero la primavera ha sido bastante agotadora para ambos. Stina hace muchas horas extra, en la compañía aérea siempre hay falta de personal. Yo también he tenido muchos quebraderos de cabeza; entre otros, tengo una hija de un matrimonio anterior que ha tenido una serie de problemas. He tenido que estar viajando entre Estocolmo y Gotland.
—De acuerdo, así que últimamente su familia y usted lo han pasado bastante mal. ¿Cómo les ha afectado?
—Bueno, apenas coincidíamos. No nos hemos peleado, pero casi no hemos tenido contacto diario. No como de costumbre.
—¿Algún otro problema conyugal?
—No creo que se le pueda llamar así. Aunque no es fácil convivir con Stina. No se necesita mucho para que se deprima.
—Regresemos a Fårö y a lo que sucedió allí. Intente recordarlo todo. Cualquier detalle puede ser importante. ¿Cuándo fue la última vez que vio a Stina?
—El sábado hicimos una excursión en autobús siguiendo el rastro de Bergman. Acabó con un almuerzo en Lauters y luego fuimos a bañarnos, pero Stina no quiso venir con nosotros y se fue a dar una vuelta en bicicleta.
—¿Y esa fue la última vez que la vio?
—Sí.
—¿Dijo adónde iba?
—No, solo que iba a dar una vuelta en bici.
—¿Vio qué dirección tomó?
—Solo sé que giró a la izquierda al llegar a la carretera.
—¿A la izquierda, dónde?
—Estábamos alojados en una de las cabañas junto al mar, así que sería de vuelta a la iglesia de Fårö y al embarcadero.
—¿Es probable que haya abandonado la isla?
Una sombra de duda cruzó el rostro de Håkan Ek. Era obvio que no había pensado en ello.
—¿Abandonar la isla? ¿Por qué tendría que hacerlo? Estábamos de vacaciones.
—Quizá no lo hizo voluntariamente.
—Quiere decir que se la han llevado —replicó indignado—. ¿Secuestrada?
—De momento no podemos descartar nada —apuntó Knutas—. Tenemos que mantener abiertas todas las hipótesis.
—Pero, espere —dijo Håkan con decisión—. Recibí una llamada y luego un mensaje de ella.
—¿Cuándo?
—Varias veces durante la tarde. Primero a las cinco, entonces llamó y dijo que llegaría tarde porque se había encontrado con un viejo amigo de clase y estaban tomando una copa de vino en Kuten. Quería que le guardara un sitio en el cine.
—Vaya —dijo Knutas, y apareció un brillo de interés en su mirada—. ¿Dijo de quién se trataba?
—No, no lo hizo.
—¿Cómo sonaba?
—Como de costumbre. Bastante alegre.
—De acuerdo. ¿Qué pasó después?
—Tuve que apagar el móvil durante la proyección de la película. Primero, algunos de los actores hicieron una presentación y a continuación se proyectó la película, que duró más de tres horas.
—Entonces, ¿durante cuánto tiempo tuvo el móvil apagado?
—Creo que entre las siete y las once, más o menos. Lo encendí en cuanto salimos del cine, y entonces me entró otro mensaje. Decía algo así como que la habían llamado del trabajo y tenía que irse inmediatamente a Arlanda. Al parecer, tomó un taxi al aeropuerto y llegó por los pelos al último vuelo a Estocolmo. Luego tenía que volar a Bangkok en un avión que salía a las once, así que no podríamos hablar hasta el día siguiente, cuando aterrizara en Bangkok.
—Y ¿no le pareció extraño?
—No. Suele suceder que tenga que trabajar cuando está de guardia. Éramos conscientes de que podía ocurrir. Y tampoco era raro que tuviera un vuelo de larga distancia. Siempre trabaja en vuelos de larga distancia: Bangkok, Nueva York, Tokio y sitios así.
—¿Y el amigo ese de la infancia con quien se encontró?
—Ahora puede resultar extraña la coincidencia, que apareciera al mismo tiempo que ella desapareció. Pero entonces no reaccioné. La Semana de Bergman es uno de esos típicos acontecimientos en los que hay gente de todas partes. Varios de nosotros nos encontramos con personas a las que hacía tiempo que no veíamos; sé que Andrea, por ejemplo, coincidió con alguien.
—¿También se trataba de un hombre?
—No, era una mujer. Y eso ¿qué tiene que ver?
—En realidad, nada. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en ese hombre del pasado. ¿Dijo algo más sobre él?
—No, yo me encontraba en medio del barullo antes de que empezara la película y rodeado de gente, así que no pudimos hablar mucho.
—¿Recuerda si reaccionó de alguna manera cuando leyó el mensaje de su mujer? Me refiero a su forma de expresarse.
Håkan pareció reflexionar.
—No, creo que no.
Knutas se incorporó y estudió al hombre, que parecía más hundido según iba transcurriendo la conversación.
—¿Puede intentar recordar cuántos mensajes recibió, qué decían y cuándo se enviaron?
Se hizo el silencio en la habitación. Håkan se restregó las manos. Miró el suelo en silencio.
—No lo sé. Eran cortos, nada especiales. No entiendo nada. Absolutamente nada.