Knutas regresó a la comisaría justo a tiempo para la reunión del grupo operativo. Hacía tiempo que tenían necesidad de reunirse, pensó al sentarse en su lugar habitual, a la cabecera de la mesa, y observar a sus colegas.

Allí estaban Karin Jacobsson y Thomas Wittberg a un lado. Erik Sohlman de la Científica y el fiscal Birger Smittenberg, al otro, junto a Lars Norrby, el portavoz.

Knutas expuso los acontecimientos acaecidos durante el día en Stora Karlsö que condujeron al hallazgo del cadáver y del windsurfista desaparecido.

—Podemos estar casi seguros de que Sam Dahlberg fue asesinado. El cuerpo ha sido identificado por su esposa Andrea. Y tenemos algo tan poco frecuente como un testigo del asesinato, el surfista que vio cómo empujaban a Dahlberg desde el acantilado. Lo he visto hace un rato y es bastante creíble.

Knutas resumió el interrogatorio con Jakob Ekström.

—¡Vaya! —exclamó Smittenberg—. Así que lo vio, justo en ese preciso instante, es increíble.

—Por desgracia, no puede determinar si quien empujó a Dahlberg era un hombre o una mujer. Tampoco puede decir nada sobre su apariencia; se encontraba bastante lejos y apenas los vio un momento. Por lo menos describió cómo el cuerpo rebotó contra los salientes. ¡Caramba! —Knutas cabeceó—. Los datos preliminares del forense pueden tardar unos días. El cuerpo será trasladado mañana al Instituto Anatómico Forense. Aunque ya sabemos la causa de su muerte. Y cómo ocurrió. La cuestión es saber quién puede tener tanta sangre fría.

—¿A quién hemos interrogado hasta ahora? —preguntó el fiscal Smittenberg.

—Solo hemos podido hablar un momento con algunas personas que trabajan en la isla y con el grupo de amigos de Sam Dahlberg —respondió Karin—. Todos vendrán mañana para ser interrogados de nuevo. Sam Dahlberg se encontraba de viaje con un grupo de amigos, vecinos de Terra Nova, la urbanización donde vivía. Se trata de tres parejas que se relacionan mucho y suelen viajar juntas una vez al año. Salieron el viernes y primero pasaron dos días en Fårö antes de continuar hasta Stora Karlsö.

—¿Qué han dicho hasta el momento?

—En realidad, nada en particular. Todos dan, más o menos, la misma versión de lo sucedido. Se fueron de Fårö y todo iba de maravilla. Sam estaba como siempre, quizá algo más contento de lo habitual. Llegaron a Stora Karlsö por la mañana en el barco de las nueve y media. Al día siguiente realizaron una visita guiada por la isla, luego se bañaron, pasaron el tiempo juntos y no sucedió nada raro. No se separaron en ningún momento. Por la tarde participaron en el anillado de crías de arao hasta la medianoche. Después se sentaron en el muelle de Hienviken, donde se encuentran las casas, y bebieron vino hasta bien tarde, las dos o las tres.

—De acuerdo. ¿Y luego? —continuó Smittenberg—. ¿Quién fue el último en verlo?

Karin miró sus papeles.

—Su esposa dijo que tiene un sueño pesado y le cuesta que la despierten. Cuando se levantó, a eso de las once de la mañana, Sam había desaparecido y ella pensó que estaría fuera de la cabaña. Un par de amigos se estaban bañando, pero él no estaba con ellos. Pero como sus útiles de pintura tampoco estaban creyó que se habría ido a pintar a alguna parte. Ella se unió al grupo y desayunó con ellos.

—¿Pintar? —preguntó Norrby.

—Sam Dahlberg era un artista bastante famoso, ¿no lo conoces? —dijo Karin, lacónica.

No aguantaba a Norrby, y era algo recíproco. Desde que fue ascendida hacía unos años, su relación había sido tensa.

—Ha realizado varias exposiciones, en Visby también —prosiguió—. Pintaba paisajes. Acuarelas. Por eso la esposa tardó en preocuparse. Pero como se desató el temporal y él no aparecía, una amiga y ella salieron a buscarlo. —Karin volvió a mirar sus papeles—. Beata Dunmar, casada con un norteamericano, John Dunmar. Acompañó a Andrea en la búsqueda, pero no lo encontraron, claro. Sin embargo, hallaron su mochila en el mismo acantilado desde el que lo empujaron.

—¿Qué hora era? —preguntó Knutas.

—Debían de ser las cinco de la tarde, pues poco después llamaron a la Policía. Emergencias recibió la llamada a las cinco y diecisiete minutos.

Knutas se rascó la punta de la nariz.

—De acuerdo. Encontraron sus cosas a las cinco. Según Jakob, el surfista, presenció cómo empujaban a Sam Dahlberg desde el acantilado alrededor de las diez, diez y media. Es solo una hora aproximada, no tenía reloj. ¿Quién vio y cuándo a Sam Dahlberg por última vez? ¿Qué hizo el domingo por la mañana? La esposa dice que no se despertó por la noche. ¿Está segura de que durmió en su cama?

—Bueno, esa fue la impresión que saqué después de hablar con ella —dijo Karin.

Le lanzó una mirada a Wittberg, que cabeceó asintiendo.

—Vale, así que no tenemos ni idea de lo que hizo Sam Dahlberg durante la noche y la mañana siguiente hasta las diez o las once —constató Knutas.

Se giró hacia Erik Sohlman, de la Científica.

—¿Qué pistas tenemos?

—Pocas —respondió Sohlman, y se rascó el cabello pelirrojo, que estaba más alborotado que de costumbre—. Aunque todavía tenemos unos cuantos agentes trabajando allí. La escena del crimen es rocosa y no se dejan muchas huellas. Y luego llegó esa maldita lluvia justo a tiempo y seguramente borró lo que pudiera haber. Aunque algo hemos encontrado.

Se puso de pie y apagó la luz, hizo clic y apareció una fotografía de Stora Karlsö en una pantalla situada en el otro extremo de la habitación.

—Aquí —dijo el agente de la Científica, y señaló la imagen con el bolígrafo— está la montaña que se encuentra junto al lugar donde apareció la mochila. Se hallaba en la pendiente. Allí hemos encontrado tres colillas de la marca Blend. Adivinad de quién eran esos cigarrillos.

—De Sam Dahlberg —apuntó Karin.

—¿Blend? —Thomas Wittberg arqueó las cejas—. ¿Aún existe esa marca? Hace años que no la veo.

—Sí. Eso indica que lo más probable es que pasara un buen rato en el acantilado.

—No hemos podido encontrar nada más en la escena del crimen. La lluvia ha borrado todas las huellas de zapatos y marcas en la tierra. Dado que también a esa hora comenzó a llover, tampoco había mucha gente paseando. Además, el acantilado de las aves se encuentra alejado de los senderos. Y la playa que hay debajo está completamente cerrada y solo se puede acceder desde el mar. Perfecto para un asesinato. El cuerpo, cuando lo encontraron, estaba muy dañado, los pájaros se dieron un banquete, quien no quiera que no mire —advirtió observando a Karin—. Estas fotografías son muy duras.

Aparecieron en la pantalla diferentes imágenes de la víctima desde distintos ángulos. El cuerpo estaba destrozado y yacía en una posición extraña. Algunos huesos sobresalían y varios órganos se hallaban fuera del cuerpo. La cabeza estaba reventada. En el lugar donde se encontraban los ojos solo había dos agujeros negros. Reinó el silencio en la habitación mientras todos observaban aquellas terribles imágenes. Knutas miró de reojo a Karin. Estaba preparada, ella misma había visto el cuerpo. Sin embargo, su rostro había palidecido bajo su bronceado y se cubría parcialmente los ojos con las manos.

Knutas le hizo una señal a Sohlman para que apagara el proyector.

—Creo que ya hemos visto suficiente. Lo más probable es que el asesino sea alguno de los huéspedes o del personal de Stora Karlsö, a no ser que alguien haya ido en su propio barco. Ni siquiera me atrevo a adivinar cuánta gente se encontraba en la isla a la hora del asesinato.

—Alrededor de cien personas —señaló Karin—. Tenemos el nombre, la dirección y el teléfono de todas a las que no hemos interrogado todavía. Mañana tendremos que empezar a llamarlos.

—¿Quién diablos puede estar detrás de esto? —preguntó Wittberg—. No creo que el asesinato haya sido una casualidad.

—Lo más probable es que se trate de algún miembro de ese grupo de amigos —apuntó Norrby.

—Quizá habría que mencionar que una de las personas que estuvo en Fårö abandonó al resto anteayer —añadió Karin—. Se llama Stina Ek y está casada con Håkan Ek, que es uno de ellos. Es azafata y la llamaron para que fuera a trabajar.

—Bien —dijo Norrby, y dio la espalda manifiestamente a Karin y Knutas—. ¿Qué sabemos de Sam Dahlberg?

—Que es director de cine y poco más —respondió Knutas—. Por lo que sé, nunca ha estado involucrado en ninguna pelea o en cosas raras.

—¿No tuvo antes una relación con esa actriz tan guapa? ¡Aquella tan impresionante! —exclamó Wittberg—. Una belleza. ¿Cómo se llamaba? ¿Miranda Mollberger?

—De eso hace una eternidad —señaló Karin—. Fue en los años ochenta.

—Solo me acuerdo de ella en esa película, ¿cómo se llamaba? Cuando se hizo famosa… Prima Vera, eso es. Ella hacía el papel de Vera. A mis amigos y a mí se nos caía la baba. Pero me parece que desde entonces no ha vuelto a actuar en otra película.

—¡Basta ya, por Dios! Ahora estamos hablando de Sam Dahlberg y de nadie más —suspiró Karin.

—¿Llevaba casado mucho tiempo? —inquirió Norrby.

—Sí, y la mujer asegura que tenían la mejor relación del mundo —apuntó Karin—. Que siguen queriéndose muchísimo después de veinte años juntos y que todos los que los conocen piensan que están recién enamorados.

Parpadeó y prosiguió:

—Aunque seguro que Sam Dahlberg era un mujeriego, se veía de lejos. El pelo rizado, gafas de sol, camisa desabotonada con pelo en el pecho, brazos musculosos, una sonrisa encantadora que esbozaba cada dos por tres y una mirada libidinosa. Bueno, como tú más o menos —le provocó.

Thomas Wittberg sintió con gran disgusto que se ponía rojo.

—Vaya, así que soy uno de ellos. Y tú ¿quién eres en este delicado grupo de amigos?

—Stina Ek. Ella tuvo la suficiente cordura de irse a trabajar antes de que empezara todo este jaleo.

—Sí, encajas perfectamente. Tan pronto como se complica tu vida privada te escudas en el trabajo.

—¡Ya vale! —Knutas golpeó la mesa con la mano—. Es demasiado pronto para venir con especulaciones sin fundamento. Hay que espabilar, tenemos otras cosas que hacer antes que estar aquí oyendo vuestras tonterías. Ahora nos ponemos a trabajar. Debemos preguntarle al guarda y también a Salvamento Marítimo qué barcos se han movido por la zona durante el último día. Además, hay que controlar la terminal de Klintehamn y todas las taquillas donde se pueden comprar billetes para Stora Karlsö. Karin y Wittberg, tenéis que buscar a todas las personas que se encontraban en la isla en ese momento. Utilizad toda la ayuda que necesitéis. También tenemos que contactar con la Brigada Central de Homicidios. Karin, ¿puedes llamar a Kihlgård? Seguro que será más amable si eres tú quien llama.