Karin se fue con los de Salvamento Marítimo a rastrear la playa que había debajo del acantilado en donde encontraron la mochila. Wittberg se quedó en la aldea de las cabañas y coordinó el trabajo.

El bote de goma se sacudía junto a la orilla. La playa era rocosa e inaccesible. Resultaba difícil, por no decir imposible, vislumbrar desde el agua si había algún cuerpo tendido en la playa. Uno de los hombres de Salvamento Marítimo dirigió el bote hacia una franja libre de rocas. El bote se escoró al golpear algunas piedras mientras se dirigía a la orilla, y tuvieron que vadear los últimos metros. Karin estaba contenta de haber tenido el suficiente sentido común como para ponerse las botas de agua. Eran cinco personas, cuatro hombres corpulentos de Salvamento Marítimo y ella. Cuando llegaron a la playa arreció el graznido de las aves. Estaba claro que su presencia las intranquilizaba.

Los machos ya habían empezado a reunirse en el agua. Dentro de unas horas comenzarían los saltos. En medio de todo aquello, Karin no podía dejar de sorprenderse. Alzó la vista. Estaban por todas partes, y pudo vislumbrar algún polluelo. Las aves revoloteaban de un lado a otro. Recordó Los pájaros, el clásico de Alfred Hitchcock, y sintió un cosquilleo en el estómago al pensar que pudieran atacar de repente.

Se separaron y emprendieron la búsqueda bajo las irritadas quejas de las aves. Durante todo el tiempo, grandes gaviotas planeaban cerca del acantilado esperando atrapar alguna cría. La amenaza estaba siempre presente.

Después de unos minutos, uno de los hombres hizo una señal desde la orilla. Todos se dirigieron hacia allí. Karin alcanzó a sentir un estremecimiento de alegría. Entonces, a pesar de todo, estaba vivo.

Habían encontrado al surfista Jakob Ekström detrás de una roca.

—Gracias a Dios que habéis venido.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Karin, se agachó y le tomó el pulso. El joven padecía hipotermia y se encontraba extenuado. Sangraba por la frente y la pierna derecha reposaba en un ángulo extraño. Parecía estar rota.

—Él está peor —murmuró Jakob Ekström—. El otro.

—¿Qué?

Alzó el dedo y señaló hacia unas rocas más allá.

Dos de los hombres y Karin se apresuraron en la dirección que señalaba Jakob Ekström.

Se detuvieron en seco al ver a Sam Dahlberg. O lo que quedaba de él.