Johan se recostó en el sofá del salón de su casa en la localidad de Roma, presa del aburrimiento. Elin se encontraba en la guardería y Anton dormía la siesta. Emma había ido a visitar a una amiga en Visby.

Miró apático el desorden que lo rodeaba. Debería ocuparse de recoger y pasar la aspiradora, pero no conseguía levantarse del sofá. Puso la tele y cambió de canales al tuntún. Tuvo que reconocer de mala gana que la vida de permiso por paternidad empezaba a resultarle aburrida. Estaba harto de pelusas, platos sin fregar y camas sin hacer. La vida giraba, casi exclusivamente, en torno a dar de comer a Anton, cambiarle, dormirlo, salir con el cochecito, consolarlo cuando lloraba, darle de comer una vez más, cambiarle de nuevo y, por fin, acostarlo. Luego Emma y él disponían de apenas una hora o dos para ellos mismos antes de que él se derrumbara en la cama, a las diez de la noche, muerto de cansancio.

Tomó una manzana del frutero, hojeó sin interés algunos de los periódicos que había sobre la mesa y abrió el Gotlands Allehanda. En la página de obituarios, un nombre llamó su atención. Erik Berg. Su padre se llamaba igual. Había fallecido de cáncer hacía unos años. Johan aún lo echaba mucho de menos, solía pensar en él a menudo. Habían tenido una relación muy estrecha, quizá porque él era el primogénito. Le afectó mucho que su padre no viviera lo suficiente como para conocer a Elin y Anton.

Cuando murió, Johan, al ser el mayor de cinco hermanos, tuvo que tomar responsabilidades, y en cierta forma asumió el papel de padre. Su madre se encontraba devastada y él tuvo que ocuparse de las cosas prácticas. Además, se esperaba que estuviera siempre a mano cuando ella necesitaba consuelo. Nadie se preocupó de las necesidades de Johan. Ni siquiera él mismo. Ahora su madre vivía con su nuevo marido y, dadas las circunstancias, todo había acabado bien. Aunque la pérdida seguía ahí.

Hojeó de nuevo el periódico, esta vez empezando por la contra. Por alguna extraña razón, desde que estaba de permiso había empezado a leerlo por la última página. Quizá sea una señal de que hoy día vivo en un mundo al revés, pensó.

Una doble página trataba de qué sucedería con la casa de Ingmar Bergman en Fårö tras la muerte del director. Se había especulado mucho durante el último año. Ahora un contratista de Gotland estaba dispuesto a invertir en el proyecto de transformar la casa en una residencia para becados; en particular guionistas y escritores que pudieran vivir allí un tiempo para inspirarse y escribir. Al mismo tiempo, la escuela de Fårö, cerrada en la actualidad, se convertiría en el Centro Bergman, con exposiciones sobre la vida del famoso director. El artículo contenía una serie de hipótesis y especulaciones sobre lo que ocurriría con la finca de Bergman, cuyo valor se calculaba en varios millones de coronas.

Un gimoteo que provenía de la habitación del niño interrumpió la lectura de Johan, que fue dolorosamente consciente de que pronto acabaría en un grito. La vida cotidiana se hacía notar. Como siempre.