El ferry Stora Karlsö entró traqueteando en Norderhamn y atracó en una idílica bahía rodeada de escarpadas rocas calizas. Stora Karlsö era, después del Parque Nacional de Yellowstone en Estados Unidos, la zona protegida más antigua del mundo, famosa sobre todo por sus aves pero también por las orquídeas que cubrían la isla en primavera. El islote no era grande; tenía un kilómetro de norte a sur y dos de este a oeste.

En Stora Karlsö no vivía nadie, pero cada verano diez mil turistas la visitaban para disfrutar de su peculiar flora y fauna.

El grupo de viajeros llegó con el tiempo justo para tomar el barco de las nueve y media desde Klintehamn. Håkan se había quedado dormido y por eso llegó tarde.

Mientras el barco se acercaba a la isla, Sam y Andrea se encontraban en la proa, junto a John y Beata, disfrutando de la vista. Håkan permaneció dentro; se había separado del resto y estaba muy ocupado pulsando las teclas de su móvil.

Sam lo observó a través de la ventanilla de la sala de pasajeros. Håkan parecía preocupado, no era la misma persona relajada de siempre. Sus movimientos eran espasmódicos y descontrolados, y mostraba una mueca rígida alrededor de la boca. La noche anterior había contado que estaba preocupado por su hija mayor, que se había mudado a Estocolmo, donde vivía sola. Estaba peor que de costumbre. Además, seguro que se sentía desilusionado porque Stina había tenido que irse a trabajar, aun cuando sabía que ella siempre corría ese riesgo cuando estaba de guardia. Estaba nervioso e inquieto. Había empezado a bizquear, lo cual era señal de que las cosas no iban bien. Eso solo le ocurría cuando se encontraba cansado o de mal humor.